Mi corazón se estruja con violencia una vez más y me quedo sin aliento durante unos instantes. Me quedo paralizada ante la cantidad agobiante de sentimientos que me llenan el cuerpo.

Hacía tanto que no me sentía de esta manera. Hacía tanto que nadie me hacía sentir de este modo...

«Deja de tener miedo, Tam. Solo... Solo déjate llevar.» Urge la vocecilla insidiosa de mi cabeza y trato de escucharla. Trato de hacerle caso, porque realmente ansío la cercanía de Gael. Porque de verdad, quiero esto.

—Tamara... —Gael empieza a hablar una vez más, pero yo, presa de un impulso repentino, intenso y valeroso, acorto la distancia que nos separa y envuelvo una mano alrededor de su cuello para tirar de él en mi dirección.

Mi mano libre se cierra sobre el material de su camisa y, acto seguido, planto mis labios sobre los suyos en un beso igual de urgente que el anterior. Igual de significativo...


No sé cuánto tiempo pasa antes de que Gael envuelva sus brazos alrededor de la curva de mi cintura. Tampoco sé cuánto tiempo pasa antes de que mis manos —temblorosas, ansiosas e inquietas— se aferren a las hebras cortas de su nuca y tiren de ellas con suavidad.

No tengo una maldita idea de en qué momento entramos a la casa. Tampoco sé en qué momento quedé acorralada entre su cuerpo y la pared de la cocina; y, ¿honestamente? Tampoco me interesa averiguarlo.

Estoy demasiado aturdida como para intentar hacerlo. Estoy demasiado decidida como para que, siquiera, me importe.


Gael rompe nuestro contacto, de manera repentina y, luego de hacerlo, une su frente a la mía.

—No te traje aquí con intenciones de que pasara absolutamente nada, Tam —susurra, con la voz enronquecida—. No quiero que pienses que trato de aprovecharme, porque te juro que no es así.

Yo, en respuesta, lo beso una vez más y, esta vez, el contacto no es tan urgente como antes. Es más suave. Más... dulce.

Un escalofrío me recorre de pies a cabeza cuando las caderas de Gael chocan contra las mías en un movimiento suave y cadencioso. Uno que me hace conocer su deseo por mí y me hace estremecer de una manera más intensa que la anterior.

Una estela de besos viaja desde mi boca hasta el punto en el que mi mandíbula y mi cuello se unen y, cuando sus labios —húmedos, ardientes y cálidos— hacen contacto con la piel de la zona, todo mi cuerpo reacciona en respuesta.

Mis puños están cerrados alrededor del material lánguido —y a medio deshacer— de su camisa y mis labios están entreabiertos en un gemido silencioso provocado por la caricia a la que me ha sometido.

Es entonces, cuando sus besos descienden. Es en ese momento, cuando sus caricias bajan hasta llegar a una de mis clavículas.

Todo dentro de mí es una revolución de ideas, sensaciones y emociones. Soy un manojo de terminaciones nerviosas, ansiedad y nerviosismo. Soy dinamita a punto de estallar... Y de todos modos, no puedo detenerme.


Quiero apartarlo. Quiero acercarme. Quiero deshacerme de esta abrumadora sensación que me provoca sentir su cuerpo de este modo contra el mío. Quiero deshacerme del pudor, de la vergüenza y de todo eso que me hace plenamente consciente de lo que está pasando entre nosotros y, al mismo tiempo, quiero que todo esto termine.

Quiero ponerle un punto final, porque es demasiado. Porque me aterroriza lo que siento por él. Porque Gael Avallone se ha clavado tanto en mi pecho, y de una manera tan imperceptible y sutil, que no fui capaz de detenerlo. Que no fui capaz de, siquiera, ver lo que estaba haciéndome y ponerle un alto.

MAGNATE © ¡A la venta en Amazon!Where stories live. Discover now