Capitulo 35

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Lena pudo haber perdido la calma. Pudo haberle dado un manotazo al aire y haber alcanzando al primero que se le pusiera por delante y luego no podría poner objeciones.

No veía nada, solo oía los gritos inconexos y malditamente estridentes de todos los presentes en la sala, lo que hizo que la ceja se le elevara en un tic y casi partiera la silla con sus propias manos para luego aporrearlos a todos como si fuera un espectáculo de la WWE.

Fue a gritar algo como "silencio, maldita sea" u otra serie de cosas que harían sonrojarse a un marinero, pero se mantuvo en sus trece; por lo menos hasta que oyó el sonido seco de una ventana haciéndose añicos.

La velocidad de reacción de todos los presentes solo era comparable a la de Usain Bolt cuando oía el pistoletazo de salida.

Salineron de la habitación a trompicones, como si les pagaran a ellos por hacer el trabajo (gracioso, porque Romanov estaba allí por amor al arte).

Lena salió cuando se dio cuenta de que era la única persona en la habitación y no era como para quedarse a admirar las vistas.

Sacó su móvil para alumbrar el pasillo, refunfuñando cosas sobre hombres con pocas luces.

Dejó de criticar al mundo cuando se tropezó con alguien en el pasillo. Era aquel policía castaño y extraño. Estaba parado a mitad del corredor, mirando con ojos serios (y muy azules) la puerta de la habitación donde todos se agolpaban, con cara de horror.

-EH tu chaval... ¿Me dejas pasar? Mido menos de un metro sesenta y no puedo apartarte del camino...

El chico se sonrojó y tartamudeó algo que Lena no se molestó en traducir; lo apartó con una mano y fue hasta la puerta, para ponerse al lado de Romanov.

-A ver si adivino -susurró Lena, antes de llegar a su lado-: se le ha caído el pañuelo gay y ahora todos pueden ver que no es nada sexy en realidad.

Miyamoto negó con la cabeza y la agarró de la mano, tirando de ella para que pudiera ver dentro de la habitación.

La ventana estaba destrozada. Los pinceles y utencilios de pintura se esparcian por la mesa de trabajo y se arremolinaban en el suelo, justo al lado de...

-Joder -susurró Lena, entrando en la habitación casi corriendo para agacharse al lado de los dos cuerpos tendidos en el suelo; el cliente y su padre.

Después de unos minutos, nada pudo hacerse por el anciano, que había recibido un fuerte golpe en la cabeza, igual que su hijo, pero este no había sido lo suficientemente fuerte como para matarle.

Lena se levantó y se sacudió las manos, confusa, ¿qué había pasado? Dos policías sacaron al hombre inconsciente para tratarle la herida y otros dos se llevaron el cadáver.

Ella necesitaba pensar. Necesitaba estar segura de lo que había pasado con exactitud.

-¿Crees de verdad que él pudo haber hecho esto por una simple joya? -murmuró Le a para sí misma, pero Romanov la oyó y contestó:

-No lo sé -la miró con lástima, como si estuvieran hablando de un amigo suyo muy cercano-. Pero es un ladrón, todos son iguales al fin y al cabo...

Ella suspiró y se llevó las manos a los bolsillos. Necesitaba aire. Y no el aire de mierda que entraba por lo que quedaba de ventana.

Salió de la habitación, ignorando las miradas de la poca gente que había sobre ella. Y se sintió culpable.

Culpable por no estar preocupada por la muerte de aquel hombre. Sino porque hubiese sido el ladrón el asesino.

Salió de la habitación mirando al suelo, era simplemente imposible, él no era un asesino, él no era capaz de tal cosa... ¿O sí? Las preguntas asaltaban su cabeza y una de ellas era sumamente grande e imprevisible, ¿por qué le cubres?

Negó rápidamente, decidida a dejar ese pensamiento estúpido.

Quizá iba demasiado concentrada pensando en dejar de pensar, por lo que se tropezó -otra vez- con aquel chico al que según Lena, el uniforme de policía le venía grande, y no se refería a la talla.

-Lo siento, otra vez -susurró, sin tartamudear.

Si voz le resultaba familiar. Lo miró y le tuvo que sonreír al ver su expresión de angustia, como si se sintiera mal por algo.

-No te preocupes -dijo, como si en realidad se estuviera consolando a sí misma-. ¿Eres nuevo en el cuerpo?

El chico pestañeó como si no se pudiera creer que estubiera hablando con ella. Se revolvió las manos, nervioso. Unas manos muy cuidadas y rápidas, según el criterio de Lena.

-Sí, me he mudado hace poco y he empezado a trabajar hace menos aún. No pensaba quedarme a vivir en Moscu, pero... -sonrió, como si todo fuera lógico.

-¿Pero...? -preguntó Lena, alzando una ceja.

-Pero he encontrado a la persona perfecta para mí -contestó, con aire soñador.

Lena suspiró. Amor. Tan irracional que no entraba dentro de sus planes actuales -y posiblemente futuros-

-Bueno, Elena -dijo, consiguiéndole poner los pelos de punta ante la mención de su nombre completo-. Ha sido un placer vernos cara a cara -extendió una mano para.

Lena la tomó, algo descolocada.

-Adiós -se despidió, sonriendo y alejándose por el pasillo, hacia la planta de abajo.

Ella se quedó mirando el hueco de la escalera por la que había bajado. No le había dicho su nombre. No se había presentado.

Se encogió de hombros y siguió caminando por el pasillo hasta llegar a la terraza. Necesitaba aire. Salió y cerró la puerta corredera tras ella. Suspirando contra el cristal.

Se dio la vuelta y lo vio. Sentado en la barandilla, como siempre, desafiando a la gravedad.

-¿Me crees capaz? -preguntó, sin mirarla, como si la estuviera esperando desde hacía rato. Pero ella sabía que no. Acababa de llegar y se acababa de sentar

-Quiero creer que no -admitió, cruzándose de brazos.

El giró la cara y su perfil derecho quedó iluminado por la tenue luz de la luna. A Lena se le pusieron los pelos de punta.... El frío seguramente.

-Mira los cristales de la ventana -susurró, sin dejar de mirarla, como si quisiera robarla, aunque puede que quisiera hacerlo de verdad.

-Vienes a darme una clase de deducción, ¿no? -preguntó ella, acercándose al tiempo que él daba la vuelta en la barandilla, mirándola de frente.

-Uno puede aprender aun sabiéndolo todo -sonrió, tomándola de la mano-. Pero no, no vengo a darte ninguna clase, vengo a darte otra cosa -le tapó los ojos, se levantó el pañuelo y la besó.

Lena forcejeó. No. Mentira. Eso es lo que quiere que pienses.

Pero imaginalo, ¿quién forcejearía siendo él quien te besa? No la juzguen.

-Oh, Elena, contigo me he perdido en la "route" ....murmuró, reprochándoselo a sí mismo.

-Eres un engreído -le espetó Lena cuando recobró el sentido, cuando recordó a quién tenía delante. Aprovechó para arrebatarle los guantes y retroceder.

Él puso los pies en el suelo y se bajó de la barandilla, caminando sin que sus zapatos blancos hicieran el menor ruido.

-Devuélveme la joya -exigió ella, alejándose hasta rozar la puerta con su espalda.

-Dame tú la luna.

-No puedo darte la luna, no la tengo.

-Exactamente....

Le dijo ND murmuró, sonriendo. En realidad no podías saber si estaba sonriendo o no. Pero sus ojos te indicaban su risa.


El Asesino de Nessun DormaWhere stories live. Discover now