Capítulo 30

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Lena dio un fuerte golpe sobre la mesa y casi comenzó a llorar.

Demasiado estrés.

Ella no podía más. Iba a explotar.

Tiempo libre, todos necesitamos tiempo libre en algún momento, pues bien, Lena hacía demasiado tiempo que no tenía uno.

–Empiezo a pensar –susurró, mientras apretaba los puños– que solo lo hace para ponerme en ridículo, incluso el día de mi cumpleaños. Es un idiota, y te juro que cuando lo tenga delante pienso estrangularle, y luego preguntar.

–No te pongas así, Lena –comenzó Romanov, que le quitó el papel de las manos a Sasha y se lo dio a la chica, con cuidado de no alterarla más–. Mira, no quiero que te enfades, ¿vale?

–Cállate, Romanov –exclamó ella por lo bajo, y rompió en pedazos el papel, haciendo que decenas de trocitos planearan hasta el suelo.

–No puedes estar diciendo eso –susurró Romanov, siguiendo con la mirada los trozos que caían a sus pies.

Pero parece ser que Lena se tomó esas palabras como un desafio. Pues salió a celebrar su cumpleaños con unos amigos que la habian invitado a comer.

Nada de robos, nada de ladrones, nada de policias, nada de flores, solo quería disfrutar sin preocupaciones esa tarde.

El bar estaba a tope de gente, todos en sus asuntos, todos felices, y Lena no iba a ser menos.

Ya iba por su quinta pinta de Валтика... Cada cual le sabía mejor.

Se reía por todo, e incluso se le había olvidado el porqué de su enfado esa misma tarde.

–¿A quién le importa? –gritó para si misma mientras soplaba las velas.

Romanov estaba delante de la piedrs, mirándolo con preocupación. Sí, lo tenía delante, y casi le sonó imposible que pudiera desaparecer con tanta facilidad.

Pero así era, y quedaba completamente demostrado.

–Es un caso perdido –se quejó su padre a su espalda, que caminaba nervioso de un lado a otro–. Lena es la única persona en esta jodida ciudad, región y hasta el pais que se acerca, aunque sea solo un poco, a los pasos del asesino, y da la casualidad que no está. Mira, hijo, yo después de esto me retiro, estoy hasta perdiendo el pelo.

Romanov se llevó una mano a la cara y soltó un suspiro de resignación.

–Qué poca fe tienes en tu propio hijo –le dijó, y le lanzó un pequeño aparato, con un punto rojo en medio de un mar verde

El hombre lo miró con asombro y luego sonrió, dándole fuertes palmadas en la espalda a su hijo, haciendo que se retorciera de dolor.

–Eres un genio, Roma, un genio –le gritó.

Romanov asintió con la cabeza y se subió las gafas con un gesto de orgullo.

–Un genio no reconocido, lo sé –afirmó sonriente–, si esto funciona, le diré a Lena que me suba el sueldo.

–No sabía que te pagara –admitió su padre– Pensaba que trabajabas con ella porque te recordaba a...

No le dio tiempo de terminar. La puerta se abrió de una patada, impulsada por un pantalón blanco. Estaba diferente, él, estaba diferente.

Los pantalones tenían un corte más fino, los zapatos relucían como si fueran perlas, americana blanca, igual que la camiseta, y una corbata azul, a juego con sus ojos.

Su boca estaba tapada por un pañuelo, blanco también.

–Buenas noches –dijo, mientras se sacudía el pantalón–. Antes de que digáis nada, sí, me he dado una vuelta por las rebajas, deberíais pasar.

El Asesino de Nessun DormaUnde poveștirile trăiesc. Descoperă acum