Capítulo 34

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Lena pudo haber perdido la calma. Pudo haberle dado un manotazo al aire y haber alcanzando al primero que se le pusiera por delante y luego no podría poner objeciones.

No veía nada, solo oía los gritos inconexos y malditamente estridentes de todos los presentes en la sala, lo que hizo que la ceja se le elevara en un tic y casi partiera la silla con sus propias manos para luego golpearlos a todos como si fuera un espectáculo de la WWE.

Fue a gritar algo como "silencio, maldita sea" u otra serie de cosas que harían sonrojarse a un marinero, pero se mantuvo en sus trece; por lo menos hasta que oyó el sonido seco de una ventana haciéndose añicos.

La velocidad de reacción de todos los presentes solo era comparable a la de Usain Bolt cuando oía el pistolazo de salida.

Salineron de la habitación a zancadas, como si les pagaran a ellos por hacer el trabajo (gracioso, porque Romanov estaba allí por amor al arte).

Lena salió cuando se dio cuenta de que era la única persona en la habitación y no era como para quedarse a admirar las vistas.

Sacó su móvil para alumbrar el pasillo, refunfuñando cosas sobre hombres con pocas luces.

Dejó de criticar al mundo cuando se tropezó con alguien en el pasillo.

Era aquel policía castaño y extraño.

Estaba parado a mitad del corredor, mirando con ojos serios (y muy azules) la puerta de la habitación donde todos se agolpaban, con cara de horror.

-EH tu chico... ¿Me dejas pasar? Mido menos de un metro sesenta y no puedo apartarte del camino...

El chico se sonrojó y tartamudeó algo que Lena no se molestó en traducir; lo apartó con una mano y fue hasta la puerta, para ponerse al lado de Romanov.

-A ver si adivino -susurró Lena, antes de llegar a su lado-: se le ha caído el pañuelo gay y ahora todos pueden ver que no es nada sexy en realidad.

Romanov negó con la cabeza y la agarró de la mano, tirando de ella para que pudiera ver dentro de la habitación.

La ventana estaba destrozada.

Los pinceles y utencilios de pintura se esparcian por la mesa de trabajo y se arremolinaban en el suelo, justo al lado de...

-Joder -susurró Lena, entrando en la habitación casi corriendo para agacharse al lado de los dos cuerpos tendidos en el suelo; el cliente y su padre.

Después de unos minutos, nada pudo hacerse por el anciano, que había recibido un fuerte golpe en la cabeza, igual que su hijo, pero este no había sido lo suficientemente fuerte como para matarle.

Lena se levantó y se sacudió las manos, confusa, ¿qué había pasado? Dos policías sacaron al hombre inconsciente para tratarle la herida y otros dos se llevaron el cadáver.

Ella necesitaba pensar.

Necesitaba estar segura de lo que había pasado con exactitud.

-¿Crees de verdad que él pudo haber hecho esto por una simple joya? -murmuró Le a para sí misma, pero Romanov la oyó y contestó:

-No lo sé -la miró con lástima, como si estuvieran hablando de un amigo suyo muy cercano-. Pero es un ladrón, todos son iguales al fin y al cabo...

Ella suspiró y se llevó las manos a los bolsillos.

Necesitaba aire.

Y no el aire de mierda que entraba por lo que quedaba de ventana.

Salió de la habitación, ignorando las miradas de la poca gente que había sobre ella.

Y se sintió culpable.

El Asesino de Nessun DormaNơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ