Capítulo 33

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Lena llegó con puntualidad japonesa, porque ella misma se lo exigía, no porque Nessun Dorma la esperara, que en realidad era al revés, Lena siempre esperaba al Asesino, cosa que ella se negaba a admitir, aunque en el fondo lo sabía

El viaje en taxi había sido una oleada de auto-preguntas provenientes de la cabeza de Lena.

¿Por qué no le había enviado una nota? Una simple y estúpida nota, hasta Sasha podría hacer una.

Pero no, esta vez no, ¿se había aburrido ya de ella? Meses y meses así, casi un año ya, casi. Y nada, ni una pista que la acercara un poco a él, más bien, los hacía alejarse.

Eran como dos imanes con la misma carga, se repelían cuando estaban a cierta distancia.

O eso pensaba Lena, ya que el suelo bajo sus pies se desmoronaba sin sentido alguno cada vez que se escapaba o dejaba alguna maldita flor en su ventana un día cualquiera, sin sentido alguno.

Una advertencia, quizá. Te estoy vigilando, sé dónde vives, o algo.

El lugar donde se cometería el robo era una casa particular, bueno, era una mansión enorme, pero por lo menos nada de museos esta vez.

Era grande y extremadamete elegante, pertenecía a un coleccionista y pintor de arte, nada contemporaneo, pudo deducir, por la pinta tan victoriana y tan poco clasica que tenía.

En otro tiempo pudo haber parecido hermosa, claro, pero ahora era tétrica y vacía

–Como un museo a la hora de cerrar –murmuró Lena para si misma, y eso que se alegraba de que al principio no lo fuera.

Unas frías gárgolas de piedra se alzaban en la fachada, donde parecían vigilar cada movimiento de la chica. Mohosas y seguramente húmedas por el agua que debió correr por allí en cualquier otro momento

Los medios de comunicación seguían plantados en el jardín, esperando alguna exclusiva por parte de Lena, que no estaba de humor, bueno, ¿cuándo lo estaba realmente?

Al lado de la entrada de la casa, un coche de policía, con Romanov y su padre fuera, con tazas de café humeantes en las manos, ninguna para Lena, genial.

–Menos mal, Lena –exclamó el padre de Romanov, el inspector, cuando la vio llegar, poniendo la taza sobre el techo del coche

–No mientas –contestó la chica–, no me esperaban.

Lena dio un suspiro, sin ganas de explicar nada. Estupidez humana, tolérala, se repitió mentalmente.

–No me han ofrecido café –dijo, señalando la taza sobre el techo del coche–, Romanov no me ha llamado. No he avisado a nadie que venía. Piensan que soy demasiado orgullosa para aparecer sin invitación a un robo. Está bien, yo también lo creía, pero miren, estoy aquí

A ninguno de los dos les dio tempo de defenderser de la cantidad de verdades que había dicho. Los periodistas los rodearon rápidamente y comenzaron a acosar a Lena con preguntas, cada cual más absurda

–¿Qué piensas hacer, detective? –preguntó una voz chillona, que irritó especialmente a la chica

–Te diré que es lo que no voy a hacer. Y es contestar a esa pregunta –hizo una pausa y frunció el ceño–. Pero qué demonios... Lo acabo de hacer. Así que lo resumiré –se acercó a la cámara y la miró fijamente, dejando ver un atisbo de sonrisa en la comisura de sus labios –Voy a llevarte esos guantes, Romanov.

No estaba dispuesta a responder a más preguntas, y eso no era difícil de adivinar.

Una ceja se le había elevado en un tic que a Romanov no le costó advertir "Será mejor que nos vayamos" había dicho y agarró los hombros de Lena, conduciéndola por la explanada hasta los escalones de la entrada de la presuntuosa casa

El Asesino de Nessun DormaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora