—Vayamos a la cafetería. —Me giré confundida y comencé a caminar por el pasillo que comenzaba a vaciarse por el anuncio de la campana.

—Nos matarán por no ir a clases—susurró Leiva, quien me seguía por detrás.

—Es preferible eso a que te asesine yo—lo fulminé con la mirada.

Nos sentamos en la primera mesa que encontramos y yo decidí tomar la palabra, sabía que Nicolás no tenía mucho por decir si nadie hacía las preguntas.

—Sé poco y nada, pero quiero escuchar tu versión. ¿Por qué lo hiciste?

—Ser el popular del colegio no siempre tiene sus ventajas ¿sabías? Te ven como aquel que se lleva el mundo por delante, no tiene problemas, su vida es perfecta y físicamente también. He querido hacerme amigo de chicas como vos y siempre se retraen, tiene una excusa para no hacerlo, como si lo único que quisiera es divertirme con ellas y, en realidad, necesito tener un lazo amistoso de verdad. Cuando me llegó la noticia de que falleció tu papá me sentí muy identificado, perdí mi padre también y mi madre me culpa de muchas cosas, es un desastre y detesto estar en casa con ella. Sé lo que se siente la culpa, el dolor, el martirio, esos sueños en los que crees que él está con vos, esos llantos por la noche que no podés detener, esa desesperación por querer hacer algo y no poder hacer nada. Lo sentí y desde que estás en el colegio te vi como una persona muy especial, tenés una personalidad única, Alexis tiene un gran aprecio sobre vos y deduje que eras la persona perfecta para mí, me gustaste Alodi, y me apenó mucho que la vida te haya golpeado como te golpeó.

—No me conocías, no vamos al mismo curso ¿Qué te hace gustar de mí?

—Creo que fue Alexis lo que me dio celos. Su madre le tiene un aprecio de locos, aunque está enferma, siempre lo apoyó en su sueño de ser futbolista, es muy querido dentro del colegio y te consiguió a vos. Eran celos, envidia, una mezcla de cosas que, entre el dolor por lo que te pasó, me empujó a hablarte. No lo hice para que te distancies de Alexis, no lo metí en esto a propósito, no, realmente quise ayudarte a sobrellevar las cosas con una sonrisa en tu rostro, quería salvarte de caer en ese pozo. No lo logré, ya lo sé, las cosas se me fueron de las manos y creo que no pensé bien todo, creo que tal vez me tendría que valorar un poco y atreverme a acercarme a vos por mis medios, por cómo soy y quién soy, pero ¿cómo puedo estar tan seguro de que me hubieses aceptado?

Recordé la primera vez que se lamentó por la muerte de mi padre, esa sensación entre confusión y extrañeza me hizo notar que posiblemente una ayuda de su parte me haya dado una total desconfianza y jamás habría aceptado que se involucre en un tema tan delicado. Me critiqué por juzgar a las personas por cómo se muestran, por su imagen, popularidad y lo que se dice de aquella sin antes haberla conocido.

—No, no te hubiese aceptado—susurré sin mirarlo.

—Esa página de Facebook, el invento de Quim, sé que fue una mentira, una máscara para que no me conozcas mucho más de lo que por ahí hubieses querido conocerme. Pero lo demás era cierto, todo lo otro que te dije es verdad.

—Te creo—lo enfrenté con la mirada—, pero estuviste a punto de destrozar mi amistad con Alexis, con Caro, me diste un empujón enorme con todas esas cosas ¿estás consiente?

—Perdón, Alodi—bajó la vista, avergonzado—, no quería lastimarte, no quería arruinar nada entre vos y Alexis, ni con Carolina... pero te quería a vos—levantó los párpados, clavando sus pupilas en las mías—, quería conseguirte de alguna manera, quería tener una razón por la cual seguir sonriendo.

—¿Qué? —me reí con ironía—, tenés una novia hermosa, un grupo de basquetbolistas que te apoyan en todo...

—¿Te pensás que eso es verdadero? —se inclinó en la mesa, sosteniéndome la mirada—, es todo falso, Alodi. Mis amigos se acuestan con mi novia cuando ella se los permite, nos traicionamos entre todos, somos un desastre, si queremos hablamos mal del otro, inventamos chismes que son mentiras, nos agarramos a las piñas cuando algo nos cae mal y después salimos como si fuésemos los mejores a intoxicarnos con lo primero que nos den.

—Pero se muestran tan bien...—pensé en voz alta.

—Nuestro cuerpo, todo eso es una portada, una coraza, y con solo mirarla nos juzgan y... ¿Cómo decía esa frase? ¿No juzgues a un libro por su portada?

—Si... —Susurré.

—No juzgues a una persona por cómo se muestre, por cómo se vea, por lo que digan de él. A veces hay que ponerse a conocerla, escuchar lo que tiene por decirnos. No te culpo, Alodi, yo haría lo mismo en tu lugar—se incorporó de la silla—, pero no tengo nada que discutir con vos, ya sabés todo.

—Espera—me incorporé rápidamente—. ¿Ya está? ¿Qué pasa entre nosotros?

—¿Entre nosotros? No estoy a tu altura, no merezco que me perdones ni que lleguemos a algo. Me la pasé bien hablando con vos, me hacías bien, pero perdón... no puedo verte a los ojos y no sentir vergüenza por las estupideces que hice, por los errores que cometí y el daño que te provoqué—bajó la vista, metiendo sus manos en los bolsillos—. Necesito pensar.

Se giró luego de haberme destinado una última mirada cargada de pena, vergüenza y dolor. Cargaba con tanto, tenía tantas historias dentro, que me impresionó que a veces esté tan sonriente, tan feliz, con esa risa que contagia y conquista a cualquiera. Me impresionó que el galán del colegio tuviera un corazón, esté lleno de cicatrices y aun así no insinué tener una vida de mierda.

Quédate | COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora