Epílogo.

1.1K 67 26
                                    



El viento golpea una vez más mi rostro, despeinando mi cabello al mismo tiempo. Dejo la taza de café a un lado, en la mesa que Gavin y yo decidimos dejar en el balcón.

Esta noche fría en Nueva York ya no me gusta. Disfrutaba el clima frío porque adoro esa época en la que puedo quedarme en cama, acurrucada con él, platicando sobre banalidades, besándonos o incluso haciendo el amor.

Detrás de mí, en la estancia del loft que ahora es mío —nuestro, repito en mi cabeza—, se escucha el ruido de la televisión, reproduciéndose para nadie. No sé cuánto tiempo lleva encendida.

De hecho, he perdido la noción del tiempo desde que Gavin se fue. No sé qué he hecho conmigo los últimos días más que beber café, fumarme casi ocho cigarrillos al día —tampoco entiendo en qué momento empecé a fumar—, y a apenas comer las sobras que quedan en la nevera.

El olor de su colonia aun abunda en el aire que respiro en este enorme lugar. Es gigante para una sola persona y no me veo viviendo aquí por mucho tiempo más. Se ha ido y se llevó a Galen con él.

El recuerdo de la voz ronca del niño todavía me hace sollozar internamente. «Quisiera quedarme contigo, Lauren». Sonrío, pero no me dura mucho. Los ojos se me cristalizan casi al instante. ¿Cómo es posible? ¿Por qué tuvieron que dejarme?

Camino hacia la que era nuestra habitación. La cama está igual que como él la dejó la mañana en la que se despertó, me besó la frente y me dijo:

—Ya no quiero seguir viviendo aquí.

Se expresó con tanta genuinidad que creí, por un momento, que estaba bromeando; pero al ver la seguridad de su semblante y la gorra que llevaba puesta, supe que estaba hablando en serio. Dejé caer mi tenedor sobre el plato, provocando un ruido que fue como un escándalo en mi cabeza.

Muchas veces temí que esas palabras aparecieran de la nada, pero es que ya me había advertido en silencio que se marcharía. Meses atrás las cosas ya habían cambiado, aunque los dos intentábamos ocultárnoslo.

Ya nada marchaba bien, ya todo en nuestra relación era monótono, aburrido, sin color. Pasaban días en los que despertaba y me preguntaba qué carajos seguía haciendo aquí, intentando alimentar un matrimonio que se estaba desintegrando sin piedad alguna frente a mis narices.

—¿Por qué? —Le pregunté, el labio inferior me tembló. Gavin se apoyó en el esquinero de la cocina, mirándome sin una pizca de arrepentimiento.

—Porque no puedo... Ya no puedo seguir, Lauren. No es la ciudad, no es lo que tenemos.

—¿Lo que tenemos? —Bufé—. No es como si lleváramos tres meses de noviazgo. ¡Son nueve años de matrimonio!

—Creo que son suficientes.

Como si no hubiera pasado toda mi vida amándolo, joder. Gavin no parecía darse cuenta de la enorme decisión que estaba tomando por sí solo. Ojalá lo hubiéramos podido conversar, si no encontrábamos una manera de solucionarlo podíamos terminar todo siendo tan amigos como siempre...

Pero no.

—No pretendo que entiendas lo que estoy haciendo o mis razones, pero sabes que no soy de los que se quedan en un solo lugar —Dijo. Hablaba tan automáticamente que parecía estar conversando con un robot que se parecía mucho al hombre que amaba—. Y me llevaré a Galen conmigo.

—¿Qué...? Gavin, ¡no! Legalmente es mi hijo también.

—Tengo un buen abogado.

Mierda, mierda, mierda. Por supuesto que Gavin lo había planeado todo y yo... como una estúpida lo había ignorado.

Volteé hacia la entrada de la cocina. Galen estaba parado en el umbral de la puerta, con las maletas de Gavin y las suyas preparadas. Sus ojos se veían rojos porque había llorado, y se me acercó para abrazarme con mucha fuerza.

—Quisiera quedarme contigo, Lauren —murmuró sobre mi oído para que Gavin no nos escuchara. ¿Temía que su padre supiera eso? Me hacía mucho más difícil la situación. Ambos se me iban como agua entre los dedos y no podía hacer nada. Gavin leyó algo en su teléfono y carraspeó para que Galen se separara de mí.

—El taxi está aquí. Vámonos ya.

Galen asintió y, como siempre, obedeció a la primera a su papá. Me dio un beso en la mejilla, el último que recibiría de él, y se marchó fuera del loft.

Un nudo en la garganta me estaba asfixiando.

—¿Por qué estás haciendo esto? —Me levanté para encararlo. Gavin seguía sin mirarme a los ojos, así que con agresividad aferré mi mano a su mandíbula y lo obligué a hacerlo—. ¿Es... es por lo de Ginger?

Ginger. Habían pasado años y todavía nos costaba trabajo siquiera mencionarla. Recordarla era duro para ambos y, por supuesto, también lo era para Galen.

Nuestra pequeña no había vivido mucho. Había nacido con neumotórax, una acumulación de aire en el tórax alrededor de los pulmones, y sabíamos que sería complicada su vida, aunque no nos rendimos tan fácil. Unos días antes de su cumpleaños número cuatro, Ginger no resistió más.

Tal vez Gavin y yo nos empezamos a alejar desde entonces, pero no lo supe ver hasta que ya no llegaba a casa a dormir, y lo encontraba tirado en las escaleras del edificio porque su ebriedad le había impedido subirlas. Desaparecía por días, una vez me tuvo al borde del colapso por unas semanas sin saber nada de él.

—Quizás. —Respondió.

—Yo aprendí a vivir con eso, ¿por qué tú no? ¿Por qué es suficiente para dejarme?

Escuchamos la bocina de un auto. Era el taxi, apurando a Gavin.

Se iba. Se iba.

—Nunca quise sentirme enjaulado, lo sabes.

—Yo jamás...

—No digo que tú seas la causante, Lauren. Así soy. Me conoces desde siempre.

—No voy a aceptar tus patéticos pretextos... ¡Debiste hablar conmigo desde antes! No me dejas muchas opciones a parte de dejarte ir.

—Lo siento. Ya no hay nada que podamos hablar.

Las sirenas de una ambulancia me traen de vuelta a la realidad, al apartamento que, de pronto, se ha vuelto muy frío y solitario. Me siento tan pequeña aquí.

Enciendo el último cigarro de la cajetilla y la tiro sobre la cama. Me siento al pie de ella, dando una gran calada para después sacar el humo por la nariz.

No tengo ninguna escapatoria por más que intente pensar en alguna. Estoy sola en la ciudad, mi familia está lejos, no tengo a Ginger en mis brazos y mis amigos son en realidad muy pocos.

No estoy segura de lo que haré, pero sí sé que saldré adelante. Tengo que hacerlo porque, aunque quiera negarlo, toda mi vida supe que Gavin me dejaría. Odiaba pensar en que el momento se acercaba.

Cada vez que teníamos una buena racha que duraba semanas, me preguntaba en qué momento él diría eso. «Me voy».

Estiro las piernas sobre la moqueta tibia y suspiro.

Lo dije, lo pensé... Cuando era joven no paraba de repetírmelo. Era mi mantra todo el tiempo que estuve enamorada de él.

Yo no puedo detener la catástrofe con mis manos. Lo hice por un tiempo, Gavin cedió. Mantuvo paso firme y se tranquilizó, pero después ya no quiso ceder.

Gavin es un alma libre y lo será hasta el último día de su vida.

Yo... era un alma atada a una persona que no podía quedarse en calma. 


FIN DE LA PRIMERA PARTE.

Outlaw.Where stories live. Discover now