—¡Suéltame! —exijo, pero en realidad no quiero que lo haga.

Él, sin decir una sola palabra, hunde la cara en el hueco entre mi mandíbula y mi hombro y me besa ahí. Un escalofrío de puro placer me eriza la piel de la zona en ese momento y, sin que pueda evitarlo, un sonido estrangulado se me escapa.

Mis dedos se cierran en el material de su saco y, de pronto, me encuentro sin poder avanzar más porque mis caderas han chocado ya con uno de los sillones. Entonces, justo cuando otro estremecimiento provocado por su aliento me recorre, se aleja de ahí y planta sus labios en los míos en un beso largo y profundo.

Su lengua busca la mía sin pedir permiso y yo, incapaz de negarme a su contacto, lo recibo gustosa.

Sabe a cigarrillos y a menta.

Sabe a alivio y seguridad.

Sabe a eso que no sabía que necesitaba hasta el instante en el que se le ocurrió plantar sus labios en los míos...

—No tienes una idea de cuantas ganas tenía de verte —murmura contra mi boca y, sin darme tiempo de replicar nada, vuelve a besarme.

Mis manos están en sus mejillas, sus brazos están envueltos a mi alrededor y, sin más, me encuentro ansiando cada vez más su cercanía. Me encuentro pegando mi cuerpo al suyo en formas vergonzosas.


Gael se aparta con brusquedad y une su frente a la mía. El sonido de su respiración dificultosa me llena los oídos y se mezcla con el que proviene de mi pulso; ese que golpea con violencia detrás de mis orejas. Ese que apenas me permite concentrarme en la manera en la que me presiona contra su cuerpo.

—No tienes idea de cuánto necesitaba esto —murmura, y su aliento caliente me golpea de lleno en los labios.

—No tienes idea de cuánto yo necesitaba esto —respondo y él me aprieta contra su cuerpo un poco más.

—¿Cómo estás? —pregunta, sin apartarse un poco.

—Bien —digo, porque, en este momento, realmente estoy bien. Tenerlo cerca me hace bien...

—Mentirosa —me reprocha, pero no suena enojado en lo absoluto—. Hace un rato dijiste que las cosas con tu jefe no iban del todo bien.

Niego con la cabeza.

—No quiero hablar de eso —digo—. No en este momento.

—Pero yo sí, Tam —dice, en voz baja, al tiempo que se aparta para mirarme a los ojos—. Habla conmigo. Cuéntame qué va mal. Quiero escucharte, saber qué sientes, qué piensas, cómo lo estás pasando... Quiero que hables conmigo de las cosas más absurdas de la vida y de las más importantes; así que, por favor, dime: ¿qué pasa?

Sus palabras crean un agujero en mi pecho en ese momento, pero me las arreglo para mantener mi expresión relajada. Me las arreglo para no hacerle notar que, cada que abre la boca y me dice cosas como estas, mi voluntad queda hecha trizas.

—Ahora no —digo, en voz baja luego de unos instantes, porque realmente no quiero hablar de David Avallone ahora mismo. No cuando Gael está de tan buen humor. No cuando sé que esa conversación podría significar el final definitivo entre él y yo—. Prometo que voy a decírtelo todo, pero ahora mismo no quiero hablar de eso. Solo quiero olvidarme de todo antes de enfrentarlo. Solo quiero... —niego con la cabeza, incapaz de continuar.

Un beso es depositado en mi frente en ese momento y cierro los ojos ante el contacto protector y dulce.

—De acuerdo —Gael murmura contra mi piel—. Hagámoslo a tu manera.

MAGNATE © ¡A la venta en Amazon!Where stories live. Discover now