CIX. Ahab y Starbuck en la cabina

67 12 1
                                    

Según la coatumbre, a la mañana siguiente estaban achicando el barco con las bombas, cuando he aquí que salió no poco aceite con el agua: los toneles de abajo debían de perder bastante. Se notó mucha preocupación, y Starbuck bajó a la cabina a informar de ese asunto desfavorable.

Ahora, desde el suroeste, el Pequod se acercaba a Formosa y a las islas Bashi, entre las cuales se abre uno de los pasos tropicales desde los mares de China al Pacífico. Y así, Starbuck encontró a Ahab con una carta general de los archipiélagos orientales extendida ante él, y otra parte mostraba las largas costas orientales de las islas japonesas, Niphon, Matsmai y Sikoke. Con su nívea pierna nueva de marfil apoyada contra la pata atornillada de la mesa, y con una larga navaja, en forma de gancho jardinero, en la mano, el portentoso viejo, con la espalda hacia la porta, arrugaba la frente y volvía a trazar antiguos recorridos.

—¿Quién está ahí? —dijo al oír los pasos en la puerta, pero sin volverse—. ¡A cubierta! ¡Fuera!

—El capitán Ahab se equivoca; soy yo. El aceite en la sentina se está saliendo, capitán. Tenemos que izar los burtons, y desestibar.

—¿Izar los burtons y desestibar? ¿Ahora que nos acercamos al Japón, ponernos al pairo una semana para lañar un montón de barriles viejos?

—O hacemos eso, capitán, o perdemos en un solo día más aceite que el que podamos ganar en un año. Lo que hemos navegado veinte mil millas para conseguir, vale la pena conservarlo, capitán.

—Eso es, eso es; si llegamos a conseguirlo.

—Hablaba del aceite en la sentina, capitán.

—Y yo no hablaba de eso en absoluto. ¡Fuera! Deja que se pierda. Yo mismo estoy perdiendo todo. ¡Sí!, pérdidas en pérdidas; no sólo lleno de barriles que pierden, sino que esos barriles que pierden están en un barco que pierde; y ésa es una situación mucho peor que la del Pequod, hombre. Pero no me paro a tapar la vía de agua; pues ¿quién la puede encontrar en un casco tan cargado, o cómo esperar taparla, aunque la encuentre, en la galerna aullante de esta vida? ¡Starbuck! No voy a izar los burtons.

—¿Qué dirán los propietarios, capitán?

—Que los propietarios se pongan en la playa de Nantucket a gritar más que los tifones. ¿Qué le importa a Ahab? ¿Propietarios, propietarios? Siempre me estás fastidiando, Starbuck, con esos tacaños de propietarios, como si los propietarios fueran mi conciencia. Pero mira, el único propietario verdadero de algo es su jefe; y escucha, mi conciencia está en la quilla de este barco. ¡A cubierta!

—Capitán Ahab —dijo el oficial, enrojeciendo y entrando más en la cabina, con una osadía tan extrañamente respetuosa y cauta que no sólo parecía casi tratar de evitar la más leve manifestación externa, sino que también parecía más que a medias desconfiada de sí misma—: un hombre mejor que yo podría perdonarle lo que le ofendería en seguida en un hombre más joven; sí, o en un hombre más feliz, capitán Ahab.

—¡Demonios! Entonces, ¿te atreves a pensar críticas contra mí? ¡A cubierta!

—No, capitán, todavía no; se lo ruego. Me atrevo, capitán... a perdonar. ¿No vamos a entendernos mejor que hasta ahora, capitán Ahab?

Ahab agarró un mosquete cargado del armero (que forma parte del mobiliario de cabina en la mayor parte de los barcos del mar del Sur) y apuntando con él a Starbuck, exclamó:

—¡Hay un solo Dios que sea Señor de la tierra, y un solo capitán que sea señor del Pequod! ¡A cubierta!

Durante un momento, por los ojos centelleantes del oficial y sus mejillas encendidas se habría creído casi que realmente había recibido el estampido del tubo que le apuntaba. Pero, dominando su emoción, se levantó casi tranquilo y, al abandonar la cabina, se detuvo un momento y dijo:

—¡Me ha ultrajado, no me ha ofendido, capitán! Pero no le pido que se cuide de Starbuck; se reiría; sino que Ahab se cuide de Ahab; cuidado consigo mismo, viejo.

—Se pone valiente, pero obedece sin embargo, ¡una valentía muy cuidadosa ésa! —murmuró Ahab, cuando Starbuck desaparecía—. ¿Qué es lo que ha dicho: que Ahab se cuide de Ahab? ¡Debe de haber algo ahí!

Entonces, usando sin darse cuenta el mosquete como bastón, con ceño de hierro dio vueltas de un lado para otro por la pequeña cabina, pero al fin los gruesos pliegues de la frente se ablandaron y, devolviendo el mosquete al armero, salió a cubierta.

—Eres un muchacho demasiado bueno, Starbuck —dijo en voz baja al oficial; y luego levantó la voz hacia los tripulantes—: ¡Aferrar juanetes, rizar gavias y velachos; braza mayor; arriba los burtons, y a desestibar la bodega!

Quizá sería vano preguntarse por qué exactamenteactuó así Ahab, respetando a Starbuck. Quizá habría sido por un destello dehonradez en él; o por mera política de prudencia, que, en esas circunstancias,prohibía imperiosamente el más leve síntoma de desafecto, aunque fuera pasajero,en alguien tan importante como el primer oficial de su barco. Como quiera quefuese, se ejecutaron las órdenes y se izaron los burtons.

Moby DickDonde viven las historias. Descúbrelo ahora