LXXIII. Stubb y Flask matan una ballena , y conversan sobre ella

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No debe olvidarse que durante todo este tiempo tenemos una monstruosa cabeza de cachalote colgando en el costado del Pequod pero hemos de dejarla colgando algún tiempo, hasta que podamos obtener una ocasión de hacerle caso. Por el momento, otros asuntos apremian, y lo mejor que podemos hacer ahora por la cabeza es rogar al Cielo que los aparejos aguanten.

Ahora, durante la pasada noche y tarde, el Pequod había derivado poco a poco a un mar que, por sus intermitentes zonas de brit, daba insólitas señales de la cercanía de ballenas francas, una especie del leviatán que pocos suponían que en ese determinado momento anduviese por ningún lugar cercano. Y aunque todos los marineros solían desdeñar la captura de esas criaturas inferiores, y aunque el Pequod no estaba enviado para perseguirlas en absoluto, y aunque había pasado junto a muchas

de ellas junto a las islas Crozetts sin arriar una lancha, sin embargo, ahora que habían acercado al costado y decapitado un cachalote, se anunció que se capturaría ese día una ballena franca, si se ofrecía oportunidad.

Y no faltó mucho tiempo. Se vieron altos chorros a sotavento, y se destacaron en su persecución dos lanchas, las de Stubb y Flask. Remaron alejándose cada vez más, hasta que por fin fueron casi invisibles para los vigías en el mastelero. Pero de repente, a lo lejos, vieron un gran montón de agua blanca en tumulto, y poco después llegaron noticias desde lo alto de que una lancha, o las dos, debían haber hecho presa.

Al cabo de un intervalo, las lanchas quedaron claramente a la vista, arrastradas derechas hacia el barco, a remolque de la ballena. Tanto se acercó el monstruo al casco, que al principio pareció que traía malas intenciones, pero de repente se sumergió en un torbellino, a tres varas de las tablas, y desapareció por entero de la vista, como si se zambullera por debajo de la quilla.

—¡Cortad, cortad! —fue el grito desde el barco a las lanchas, que, por un momento, parecieron a punto de ser llevadas a un choque mortal contra el costado del navío. Pero como tenían todavía mucha estacha en los barriles, y la ballena no se sumergía muy deprisa, soltaron abundante cable, y al mismo tiempo remaron con todas sus fuerzas para pasar por delante del barco. Durante unos minutos, la batalla fue intensamente crítica, pues mientras ellos aflojaban en un sentido la estacha atirantada, y a la vez remaban en otro sentido, la tensión contrastada amenazaba hundirles. Pero ellos sólo trataban de obtener unos pocos pies de ventaja. Y se pusieron a ello hasta que lo consiguieron, y en ese mismo instante se sintió un rápido rumor a lo largo de la quilla, cuando la tensa estacha, rascando el barco por debajo, surgió de pronto a la vista bajo la proa, con chasquido y temblor, sacudiendo el agua en gotas que cayeron al mar como trozos de cristal roto, mientras la ballena, más allá, surgía también a la vista, y otra vez las lanchas quedaban libres para volar.

Pero el animal, agotado, disminuyó su velocidad, y, alterando ciegamente su rumbo, dio vuelta a la popa del barco remolcando detrás de sí a las dos lanchas, de modo que realizaron un circuito completo.

Mientras tanto, ellos halaban cada vez los cabos, hasta que, flanqueando de cerca a la ballena por los dos lados, Stubb respondió a Flask con lanza por lanza; y así continuó la batalla en torno al Pequod, mientras que las multitudes de tiburones que antes habían nadado en torno al cuerpo del cachalote muerto, se precipitaron a la sangre fresca que se vertía, bebiendo con sed a cada nueva herida, igual que los ávidos israelitas en las nuevas fuentes desbordadas que manaron de la roca golpeada.

Moby DickWhere stories live. Discover now