LXXIII. Stubb y Flask matan una ballena , y conversan sobre ella

Start from the beginning
                                    

Por fin, el chorro se puso espeso, y con una sacudida y un vómito espantosos, la ballena se volvió de espalda, cadáver.

Mientras los dos jefes se ocupaban en sujetar cables a la cola y preparar por otras medias aquellas moles en disposición para remolcar, tuvo lugar entre ellos alguna conversación.

—No sé qué quiere el viejo con este montón de tocino rancio —dijo Stubb, no sin cierto disgusto al pensar en tener que ver con un leviatán tan innoble.

—¿Qué es lo que quiere? —dijo Flask, enrollando cable sobrante a la proa de la lancha—. ¿Nunca ha oído decir que el barco que lleva por una sola vez izada una cabeza de cachalote a estribor, y al mismo tiempo una cabeza de ballena fresca a babor, no ha oído decir, Stubb, que ese barco jamás podrá zozobrar después?

—¿Por qué no podrá?

—No sé, pero he oído decir que ese espectro de gutapercha de Fedallah lo dice así, y parece saberlo todo sobre encantamiento de barcos. Pero a veces pienso que acabará por encantar el barco para mal. No me gusta ni pizca este tipo, Stubb. ¿Se ha dado cuenta alguna vez de que tiene un colmillo tallado en cabeza de serpiente, Stubb?

—¡Que se hunda! Nunca le miro en absoluto, pero si alguna vez encuentro una ocasión en una noche oscura, en que él esté cerca de las batayolas, y nadie por allí; mire, Flask. —y señaló al mar con un movimiento peculiar de ambas manos—, ¡sí que lo haré! Flask, estoy seguro de que ese Fedallah es el diablo disfrazado. ¿Cree esa historia absurda de que había estado escondido a bordo del barco? Es el demonio, digo yo. La razón por la que no se le ve la cola, es porque la enrolla para esconderla; supongo que la lleva adujada en el bolsillo. ¡Maldito sea! Ahora que lo pienso, siempre le hace falta estopa para rellenar las punteras de las botas.

—Duerme con las botas puestas, ¿no? No tiene hamaca, pero le he visto tumbado por la noche en una aduja de cabo.

—Sin duda, y es por su condenado rabo; lo mete enrollado, ¿comprende?, en el agujero de en medio de la aduja.

—¿Por qué el viejo tiene tanto que ver con él?

—Supongo que estará haciendo un trato o una transacción.

—¿Un trato? ¿Sobre qué?

—Bueno, verá, el viejo está empeñado en perseguir a esa ballena blanca, y este diablo trata de enredarle y hacer que le dé a cambio su reloj de plata, o su alma, o algo parecido, y entonces él le entregará a Moby Dick.

—¡Bah! Stubb, está bromeando; ¿cómo puede Fedallah hacer eso?

—No sé, Flask, pero el demonio es un tipo curioso, y muy malo, se lo aseguro. En fin, dicen que una vez entró de paseo por el viejo buque insignia, moviendo el rabo, endemoniadamente tranquilo y hecho un señor, y preguntó al demonio qué quería. El diablo, removiendo las pezuñas, va y dice: «Quiero a John». «¿Para qué?», dice el viejo jefe. «¿A usted qué le importa? —dice el diablo, poniéndose como loco—. Quiero usarlo.» «Llévatelo», dice el jefe. Y por los Cielos, Flask, si el diablo no le dio a John el cólera asiático antes de acabar con él, me como esta ballena de un bocado. Pero fíjese bien... ¿no estáis listos ahí todos vosotros? Bien, entonces, remad, y vamos a poner la ballena a lo largo del barco.

Moby DickWhere stories live. Discover now