Capítulo 41: Emma

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Emma había decidido ignorar los mensajes de Caleb tal como le había recomendado Becca. Pero había algo más en haber accedido a ese consejo.

Ella esperaba, de algún modo, saber hasta dónde llegaba lo que Caleb sentía. Porque sí, siendo muy optimista, daba por seguro que Caleb también gustaba de ella, así como a ella le gustaba él. Era obvio... ¿no?

Sin embargo, el plan del te ignoro para que me busques llegaba a su fin esta tarde, cuando había quedado en encontrarse ahí con él. En el mensaje de texto —no WhatsApp por donde siempre se escribían— decía claramente que tenía que contarle algo importante. Que no se lo había podido decir antes, pero esperaba poder contar con ella para esto. Emma no respondió, obviamente, pero tampoco es que haya declinado la cita.

Así que ahí estaba ella, sentada en la banqueta junto a la farola por donde se habían besado aquella noche que entraron como ladrones al parque. El atardecer estaba en su punto, donde el cielo tomaba ligeros tonos pastel, y abajo, en la tierra, las familias iban de un lado a otro. Estaban tan absortos en su burbuja que casi nadie volteaba a ver a Emma, aun cuando pasaban a escasos centímetros de ella.

—Hey.

Emma volteó.

Lo primero que vio fueron sus labios y de inmediato el recuerdo volvió a su mente.

Tan firmes y tan suaves.

—Hola —respondió ella.

Tan exquisitos.

¿Se besarían otra vez? Es decir, ¿alguna vez?

—¿Cómo estás? —le preguntó él.

Emma respondió que bien luego de que él le besara la mejilla.

—Me alegro —contestó.

Caleb tomó asiento a su lado, y miró a la laguna frente a ellos. Él también lo recordaba, estaba segura.

—Vaya —dijo él, soltando el aire y sonriendo.

Emma podría decir que él estaba preparándose internamente para lo que fuer que tuviera que contar. Estaba reuniendo valor. Lo que ponía a Emma en una situación más comprometedora, y a la vez, la preocupaba mucho más.

Vamos, Caleb, sólo dilo.

Él empezó a hablar, de hecho, a balbucear, pero Emma no iba a interrumpirlo. Ella quería escuchar, y eso hizo.

Mientras él hablaba, ella solo se enfocaba en su deseo interno. Su anhelo, el que la acompañó todo el camino desde casa hasta ahí: que él se le declarara.

No es que él no lo hubiera hecho ya. Por favor, casi le arranca los labios cuando se besaron. Si eso no era gustarle demasiado, entonces Emma no sabía qué era.

Pero ella quería más, ella quería que él le propusiera. A Emma nunca se le dio bien esconderse las cosas ella misma. Ella pensaba que mientras más rápido lo aceptas, más rápido lo superas. Sin embargo, esta vez, ella no quería superarlo. Ella quería vivirlo. Sentirlo. Quererlo. Amarlo.

Dios... ¿Amarlo?

—¿Qué pasa? —le preguntó Caleb.

Emma lo miró. Rayos... Había dejado de escucharlo los últimos segundos, atrapada en su propia imaginación. ¿Qué le estaba contando él?

—Nada —respondió—. Continúa.

—¿Segura?

—Sí, sí... continúa.

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