Capítulo 40: Caleb

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—Es ella —dijo Louis.

Ambos habían quedado en encontrarse en la cafetería luego de que terminara el turno de Caleb.

—¿Quién? —preguntó Caleb, algo confundido.

La ceja levantada de Louis le hizo responderse a sí mismo. Habían estado hablando de ese tema los últimos días. Los últimos días en que Emma no había respondido a sus mensajes.

Se sentía mal, por raro que le pareciera a él mismo. Era como si algo no estuviera funcionando bien, y a la vez el tiempo siguiera su rumbo y cada vez dejando más atrás la posibilidad de arreglarlo.

Era Emma. Ella era lo que no estaba saliendo bien estos días. Ella estaba alejándose porque él se rehusaba a contarle lo que le pasaba.

—Es ella —repitió Louis.

—Lo sé. —Caleb estaba seguro, no es que no le hubiese dado vueltas al asunto ya—. ¿Cómo lo sabes tú? —preguntó de todos modos.

En el fondo tenía la pequeñísima posibilidad de que no fuera Emma, de no tener que contarle y no tener que enfrentarse con el miedo de que ella no quisiera saber de él, o que lo poquito que había hasta ahora entre ellos se arruinara.

¡Ugh! ¿Qué le pasaba? Estaba siendo un idiota. Por eso. Por todo.

Emma estaba ya alejándose de él.

—Penélope me contó la historia. Es la misma que la tuya, solo que del otro lado. Todo, incluso la hora, el hospital... todo.

Caleb soltó el aire. Ambos caminaban calle abajo ahora. Louis no había llevado la moto, por lo que caminarían todas las calles y, de cansarse, tomarían un bus.

—¿Qué hago? —preguntó Caleb, con la mirada perdida—. ¿Se lo cuento?

Cuando miró a Louis, notó una mirada compasiva en su amigo.

—Sabes, Thomas, te diría que no, pero... siento que ella te importa. Y pues, qué mierda, hay que hacer lo correcto. ¿No?

Caleb reconoció esas palabras de su madre. Ella siempre les decía eso. Quizás Louis hizo la referencia sin mencionar su nombre, porque cuando Caleb lo miró, el rubio le hizo cejitas, como si esperara que recordase esa frase. Caleb lo hizo. Siempre lo hacía.

—¿Y cómo se lo digo?

—Bueno, mi idea es que estén solos. De ahí, que salga lo que tenga que salir.

Caleb sacó su celular. El mensaje que le había enviado a Emma en la mañana había sido visto pero no respondido. Ni siquiera la había visto aparecerse por la cafetería, y eso que los últimos días decidió no salir a almorzar, sino quedarse a comer ahí mismo, por si ella aparecía.

Era irónico, porque él quería verla, pero estaba seguro que de hacerlo, correría a esconderse.

¿Por qué le importaba tanto decepcionarla de algún modo al contarle que él fue el culpable del accidente?

¿Lo era? ¿Era el culpable? Porque así se sentía, y creía totalmente que ella así lo vería también.

—Ni siquiera me responde los mensajes —dijo Caleb.

Sintió la mano de Louis en su hombro y entonces lo miró.

—Entonces ve a su casa, Thomas. —Caleb levantó la ceja—. Sí, es en serio. No es que no hayas ido ya. Mira, Thomas, yo no te había visto así de interesado en alguien, jamás. Quizás esta es tu oportunidad.

Caleb soltó una risita.

—¿Desde cuándo hablas así? —le preguntó.

Louis soltó un suspiro ahogado: —A Penélope le encantan los libros de Nicholas Sparks, y me hizo ver sus películas.

Ambos esperaron para cruzar la calle y se dirigieron a una de las tantas banquetas que se encontraban a lo largo del Boulevard.

—Es diferente —dijo Caleb, hablaba de Emma—. Ella es tan... Es que ella sonríe y yo no quiero mirar a otro lado.

Escuchó a Louis soltar una carcajada y le dio una mirada de muerte.

—Lo siento —dijo Louis—; es que... ¿qué nos está pasando?

Caleb se encongió de hombros.

—Esa noche en el parque, ¿te acuerdas?

—¿Cuando se tiraron al agua? —respondió Louis, Caleb asintió—. Cómo podría olvidarlo...

Caleb sonrió, recordando.

—La vi tan... frágil, y tan fuerte. Es que... Louis, no me entenderías, pero ella me hace desear... no sé, como poder parar el tiempo y quedarme ahí, viéndola, feliz. Porque esa noche ella estaba feliz, y me contagió rapidísimo. —Caleb prácticamente estaba viendo ese momento otra vez frente a él—. Y luego nos besamos...

Se echó para atrás contra el respaldo del asiento, gruñendo en voz baja. Se irguió de nuevo y miró a Louis a los ojos.

—¿Crees que me estoy enamorando?

Louis fingió sorprenderse.

—¿Tú? No, cómo crees... No sé por qué habría de pensar eso.

Caleb hizo una mueca ante el sarcasmo. Luego se inclinó hacia delante, colocando sus codos sobre sus rodillas.

—No sé qué hacer —dijo Caleb, con sinceridad, haciendo todo lo demás a un lado.

—Yo creo que deberías jugártela —le dijo Louis. Caleb lo vio por el rabillo del ojo cuando se puso de pie—. Ahora vamos, porque me urge ir al baño.

—¿Por qué no vas a allá? —señaló Caleb, a un restaurante de comida rápida.

—¿Qué? ¿Sabes cuánta gente pone el culo en esos baños?

—Pensé que te meabas... —comentó Caleb.

—Bueno, eso también, pero ese Taco que me comí como que me está destruyendo por dentro, así que vamos.

—Qué asco —dijo Caleb, sonriendo al ponerse de pie.

Al final, tuvieron que tomar un taxi porque Louis no se aguantaba más las ganas.

Rumbo a su casa, Caleb solo pensaba en los múltiples escenarios donde él se lo contaba todo a Emma. El que más le gustaba era ese donde ella le respondía con una sonrisa: No es para tanto. Además, ya pasó.

¿Estaría siendo muy dramático, o es que realmente ella le importaba tanto como que le afectara lo que ella pudiera decir?

Como El AtardecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora