Capítulo 37: Caleb

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Caleb revisaba su teléfono constantemente ante la espera de un mensaje de Emma donde le dijera que se había cancelado la invitación.

Rosy estaba acomodándose su enésima diadema, preguntándole a Caleb si allá a donde iban habría o no pastel.

―No lo sé ―fue honesto―. Pero si te apuras, lo averiguaremos.

No era que se estuvieran tardando por culpa de la niña, porque Caleb no hacía mucho esfuerzo en apurarla. Él estaba nervioso, a pesar de que se había comprado una camisa y unos zapatos nuevos para la ocasión.

―Te espero abajo ―le dijo a la niña cuando el móvil empezó a vibrar y el nombre de Louis aparecía en la pantalla.

―¿Qué pasó? ―se escuchó a Louis del otro lado―. ¿Ya estás allá?

Caleb guardó silencio unos momentos.

―Aún no salimos.

―¿Qué? Te queda menos de media hora. Es tu primera cita; debes llegar a tiempo.

Caleb sonrió.

―Solo es una comida, Louis. Cierra el pico.

―Una comida con su familia. De donde yo vengo, eso es una cita. Y muy seria.

Louis no estaba ayudando para nada.

Era lo que Caleb había estado pensando al respecto de comer con la familia de Emma.

―¿Te voy a ver? ―preguntó Louis.

―No, está. Vamos en taxi.

―Ah, bueno. Entonces mueve ese culo y apresúrate. ¡Dios! Qué estrés.

Caleb sonrió.

―Ojalá así te emocionaras si Penélope te invitara a lo mismo.

Hubo silencio. Luego se escuchó un suspiro. Louis seguía viendo a Penélope. Él tampoco la llamaba Penny. Le encantaba su nombre de pila.

―Pero ese no es el caso ―respondió Louis―. Luego te llamo. Y apúrate, cabrón.

Caleb se guardó el celular en el bolsillo, viendo por el rabillo del ojo a Rosy acercarse.

Antes de salir, miró a su alrededor. La casa estaba sola. Elías no había llegado del taller, y, basándose en que le habían dicho que irían a comer a casa de una amiga, Caleb dedujo que su padre no llegaría en toda la noche posiblemente. Ni siquiera puso muchos peros u objeciones cuando escuchó que su hija pequeña también iría.

El taxi fue rápido, a la misma velocidad que los nervios de Caleb aumentaron.

―¿Es aquí? ―preguntó la niña cuando se bajaron del auto.

―No ―Caleb señaló al frente; el taxi los había dejado del otro lado de la calle―. Allá.

Caminar hasta la puerta fue un paso decisivo que Caleb no hubiese tomado de no ser por Rosy halándolo de la mano.

El timbre estaba ahí. Él solo debía presionarlo.

Vamos, se dijo a sí mismo, solo es una comida.

Y entonces lo tocó.

Y entonces la puerta se abrió.

Y entonces él vio a Emma en un lindo vestido beige.

Y entonces él vio las luces hacer juego con la piel expuesta de Emma.

Y entonces la vio sonreír y él también sonrió.

Como El AtardecerWhere stories live. Discover now