25

1.1K 41 7
                                    


Esto de no poder disfrutar de intimidad con John me está afectando más de lo que esperaba. Porqué que mí padre esté en casa me ha resultado de gran ayuda, eso no lo puedo negar, pero el que conviva con nosotros realmente me impide comportarme con mí marido cómo me gustaría. 

Aunque, para ser sincera, no estoy segura de que sea normal desear tanto a otra persona. Y es que incluso el aroma de John me excita, su cercanía hace que se me ponga la piel de gallina. Confieso que a veces le observo a escondidas, porqué amo su cuerpo y necesito el placer que me da.

Siento a John tan mío que ansío que me posea. Es lo único que consigue equilibrar mí temperatura. Me templa hasta el ánimo. Reconozco que soy adicta a él.

Por la noche, después de dar mil vueltas en la cama contemplando el lento trascurrir de los minutos en el reloj de la mesita de noche, me aseguro de que mí padre disfruta de un plácido y profundo sueño antes de escaparme al garaje de la casa. Sus acompasados ronquidos parecen darme el visto bueno y, además hace menos de media hora que le he dado el pecho a mí pequeño, así que parece que lo tengo todo a favor para llegar a tiempo a mí cita. Mí cita con John.

John ya me espera en el interior de la camioneta, que está aparcada dentro del garaje. Y es que nos veremos a escondidas, furtivamente, recordando así viejos tiempos, el inicio de nuestra relación. Por eso mismo voy de puntillas por la casa, para que ni el menor de los ruidos despierte a los que deben seguir durmiendo.

Visto un sencillo conjunto de lencería bajo mí quimono de raso rosa claro, y espero que John no baya muy abrigado, porque nuestro encuentro no debe prolongarse demasiado. Aunque tampoco espero que sea demasiado breve...

Impaciente, John se ha acomodado en el asiento trasero y se ha quitado la camiseta y los pantalones. Únicamente conserva la ropa interior, por aquello de mantener una pizca el misterio. Yo muero de deseo nada más verle. Él, cuando finalmente me tiene en frente, me contempla desesperado. Ambos necesitamos liberarnos en los brazos del otro, perdernos entre caricias cargadas de la pasión reprimida.

Tiro del cinturón que entrecierra la prenda que me cubre y me subo a la cintura de John. Tengo  su musculado pecho dispuesto para acomodarme en él. Su abdomen se contrae. Su sexo se pone erecto. La oscuridad de su mirada se mezcla con la necesidad de la mía. Nos deseamos. Nos pertenecemos. Cada poro de nuestra piel destila la pasión que nos procesamos.

Pronto sus grandes manos palpan mis glúteos para acercarme más a su cuerpo. Aunque la distancia sea prácticamente inexistente. John se hace con lo que le pertenece. Mí sujetador desaparece cuando el rostro de John se hunde entre mis pechos haciéndose con el aroma de mí piel. El mismo destino le espera a mis braguitas. Su encaje se mimetiza con mí cuerpo, esfumándose. Los calzoncillos de mí marido desaparecen cómo por arte de magia cuando tiro con fuerza de la goma que los sujetaba a su cintura.

El poderoso sexo de John asedia mí entrepierna, que pronto se rinde a sus encantos. Él conquista mí interior mientras me balanceo para acomodarlo lo más rápido posible. Y un vaivén imparable se apodera de nuestros cuerpos regalándonos placer con cada movimiento. Nuestros alientos se acompasan a la vez que nos devoramos la boca. Porqué morder sus labios ya nunca será suficiente para mí. Yo quiero su lengua, su sabor y su esencia, perderme en sus ardientes besos. 

Cabalgo sobre John dibujando círculos con las caderas, elevando mí pelvis para sentir de nuevo cómo me penetra, cómo me completa. Recorro una y otra vez el mismo excitante camino, el sendero del gozo. Él me exige a la par que maneja mí cuerpo cómo si de una extensión del suyo se tratase. Haciéndome suya. Complaciéndome. Y es que disfruto tanto de rendirme a él cómo de poseerlo. Disfruto de sentirle tan dentro de mí, tan intenso. Busco su boca de nuevo. John muerde mí labio inferior para retenerme. Sigo acogiendo su plenitud, reclamándola y gozándola, con más rapidez, con más urgencia. 

Los dedos de John recorren mí espalda redescubriendo mí anatomía. Las ásperas palmas de sus manos me mantienen presa. Mí melena alborotada cae por mis hombros cubriendo el rostro de John, en la penumbra. La humedad ya recubre por completo las ventanas del vehículo creando un ambiente cálido e íntimo. El olor a sexo y sudor impregna mis fosas nasales, sobreexcitándome, alentándonos en nuestra búsqueda del placer más infinito.

Los ojos de John me hipnotizan, me mantienen cautiva. Puede que antes de verlos por primera vez los hubiese imaginado en sueños, porque encontrar a John era mí destino. Parece que estaba escrito que nos entregásemos el uno al otro. Estábamos condenados a encontrarnos. Somos uno. 

Cómo animales, irracionales, explotamos en una vorágine de pasión desenfrenada. Nuestro orgasmo se acerca, la sensación más intensa nos invade. Y la compartimos. Espasmos incontrolados convulsionan mí espalda mientras gimo. John jadea en mí oído clavándome los dedos en los glúteos mientras sus últimos empellones invaden mis entrañas. 

Complacidos, nos susurramos unos "te quiero" antes de que se rompa el hechizo. Nos procesamos un amor inconmensurable, una necesidad infinita del otro, una pasión sin mesura. A escondidas, en secreto o a plena luz del día, somos adictos, somos insaciables.

EL GUARDAESPALDAS  (segunda parte)Where stories live. Discover now