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Al llegar a la caja, mí padre ya está depositando los productos que hemos comprado en la cinta automática. Sorprendido por mí estado de nervios, decide preguntar que es lo que me ocurre.

-¿Estás bien, Mia?

-Yo... si... es que había un hombre... - titubeo con el rostro pálido y descompuesto.

-¿Un hombre? ¿Qué hombre? ¿Acaso alguien te ha molestado?- me cuestiona.

-No, no... es que había un hombre con un sombrero vaquero que...

-Pequeña, estamos en Texas, aquí es habitual que los hambres lleven ese tipo de sobreros- asegura.

-Tienes razón, papá. No es nada. Debo haberme confundido- aseguro para tranquilizarle.

Y es que puede que tenga razón. Tal vez me haya confundido, o se trate de una casualidad. Cientos de hombres llevan esos sombreros, y lucen hebillas cómo esas. No es nada fuera de lo común. Además, en Atlanta no pude ver bien su rostro, por lo que no puedo estar cien por cien segura de que sea el mismo hombre. Pero, si estuviese en lo cierto, ¿que podría querer ese hombre de mí? ¿Por qué motivo me seguiría?

Al salir del supermercado decido dejar atrás mis elucubraciones. Y es qué, en realidad, no tengo motivos por los que ese tipo de pensamientos deban rondarme la cabeza. Soy feliz. Soy feliz junto a mí marido y mí hijo, y mí padre parece que empieza a aceptarlo.

Después de descargar y colocar toda la compra, y mientras John hace los preparativos disponiéndolo todo para empezar a pintar cuanto antes, me acerco a la guardería de la base acompañada de mí padre. Días atrás había venido con John y "J" a la jornada de puertas abiertas para hacer una visita guiada por sus instalaciones y, tras entrevistarnos con varias de las maestras y cuidadoras, decidimos que traeríamos a nuestro bebé, de vez en cuando, para que comenzase a relacionarse con otros niños.

Esta segunda visita tenía un objetivo claro, presentarle a mí padre a Kim, la chica que estaría a cargo de "J" y de su reducido grupo de niños, para que así, durante los días que estuviese de visita en nuestra casa, pudiese encargarse de traer y recoger al pequeño cómo uno más de la familia.

Hechas las presentaciones y el papeleo correspondiente, y después de que el abuelo diese el visto bueno a pesar de qué el centro no aplicase las técnicas educativas más innovadoras, y tras insistir en que él podría hacerse cargo de que "J" disfrutara de la más prestigiosa formación del país, acordamos que esa misma tarde traería a mí bebé para qué, a modo de prueba, pasase poco menos de una hora de adaptación con sus nuevos compañeros.

Durante su ausencia, John y yo aprovecharemos para pintar y empapelar las paredes sin que nuestro hijo tenga que respirar el desagradable olor a pintura y el molesto hedor de la cola.

Una hora después de disfrutar de una improvisada comida, y con "J" ya desperezado tras despertar de su siesta, mí padre le acerca a la guardería mientras yo preparo la habitación del pequeño para pintarla a toda velocidad. Con la pintura especial, de secado rápido, sólo espero que se seque con la rapidez que promete. 

Tras cubrir los marcos de la puerta y la ventana con cinta de carrocero, y tapar los enchufes e interruptores, distribuyo papel de periódico por todo el suelo y doy el primer brochazo a la pared. Para empezar le doy color a una esquina, sacando a relucir unas dotes de pintora que, hasta ahora, se mantenían ocultas en mí interior. Posteriormente, trato de qué no se marquen demasiado los brochazos y, a pesar de qué el resultado final es bastante aceptable, llego a la conclusión de que pintar es mucho más complicado de lo que parece.

En la habitación contigua, John ya ha empapelado la pared donde reposa el cabecero de nuestra cama y ha pintado las otras tres paredes. Decidimos que dejaríamos las puertas en su color original, el lacado en blanco, que ahora resaltará mucho más en contraste con el color que le hemos dado a las paredes. Juntos bajamos al comedor y recubrimos los muebles y el sofá con plásticos para, inmediatamente después, pintar tan rápido como nos es posible.

Mí padre se estaba tomando su tiempo para llevar a su nieto a la guardería, por lo que pensé que, tal vez, había decidido quedarse con él para ver cómo reaccionaba. Y es que era la primera vez que "J" estaba en compañía de personas desconocidas, en un nuevo entorno.

Por su parte, a escasos metros de terminar con nuestra tarea, John decide que deberíamos ocupar parte del tiempo en reencontrarnos el uno al otro.

Estando de espaldas, brocha en mano, estiro el brazo tratando de pintar el mayor tramo de pared y, a pesar de haber escurrido la brocha, noto cómo el excedente de pintura gotea por mis brazos poniéndome perdida. Y, aunque no me importa demasiado porque me he vestido con unos shorts raídos y una vieja camiseta de tirantes que ya daba por perdida, me incomoda el pensar que la pintura acabará secándose sobre mí piel y me será muy difícil limpiarla.

En un momento dado, las grandes manos de John se posan posesivamente sobre mí trasero y eso me distrae de mí entregado modo de pintar.

-John...- protesto. A decir verdad, medio protesto, y en voz muy bajita.

-Nena...- susurra él en mí oído a la par que desliza sus manos por mí cintura pretendiendo alcanzar mis muslos.

John me arropa con su cuerpo acogiendo mí espalda en su pecho, consiguiendo que se me erice la piel. Al instante mis fuerzas flaquean. Y mí determinación se va a hacer puñetas. Y es que todo mí ser es suyo y se rinde con cada una de sus tentadoras caricias.

Pero yo no tengo suficiente con sentir su cálido tacto, también gozo contemplando cómo sus manos recorren mí anatomía y, horrorizada, descubro que las tiene cubiertas de pintura y sus caricias dejan a su paso un rastro de huellas sobre mí ropa y mí piel.

-¡John!- exclamo a modo de reproche en el momento en el que descubro las siluetas de las manos de mí marido marcadas en mí vientre y mis muslos.

-¡¿Qué!? Sí estás preciosa. Tú siempre estás preciosa- asegura con retintín. Cosa que me confirma que ha actuado con premeditación.

-Serás... ¡va a costarme un montón deshacerme de toda esta pintura!- protesto.

-Me ofrezco a enjabonarte... -asegura con la mirada cargada de oscuridad y deseo.

-¡Te vas a enterar!- le replico al comprobar cómo dos grandes marcas de pintura, con la forma de sus manos, decoran la parte trasera de mis shorts. Acto seguido sumerjo mis manos en la lata de pintura dispuesta a devolverle el favor.

Pero en lugar de intimidar a John únicamente consigo que se plante frente a mí, a pecho descubierto, dispuesto a que utilice su torso cómo lienzo para crear mí obra de arte.

En ese mismo instante se diluyen todas mis ansias de venganza. Me doy por vencida. Y es que no puedo más que rendirme a sus encantos. John me ciega, es mí debilidad, mí kryptonita.

Tan sólo soy capaz de dibujar un corazón sobre el suyo y trazar una delgada línea descendiente que termina más allá de su ombligo. Una que desvela mis intenciones señalando con una punta de flecha mi deseo, lo que ansío. Todo lo que él me provoca y me hace sentir. Pero antes de poder entregarnos el uno al otro escuchamos el motor de nuestra vieja camioneta. Mí padre está de vuelta, y con él, nuestro pequeño "J". 




EL GUARDAESPALDAS  (segunda parte)Место, где живут истории. Откройте их для себя