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A primera hora de la mañana salto de la cama dispuesta a preparar el desayuno. Me he propuesto ser una buena antriona, y una mejor cocinera. Por lo que, con la ayuda de un libro de cocina, y un vídeo de youtube, me preparo para hacer tortitas. 

Después de verter los ingredientes por aquí y por allá, y derramar algunas gotas de la mezcla por toda la encimera, pongo el mejunge resultante en una sartén. El más que evidente olor a quemado despierta al más sexy de los maridos del mundo mundial. ¡El mío!

John desciende las escaleras para adentrarse en la cocina, lleva a nuestro hijo en brazos, al que beso repetidamente en la nariz antes de que su padre lo siente en la trona. Acto seguido se acerca de nuevo a mí, luciendo unos pantalones de pijama camisero de rayas azul celeste y blancas que realzan su turgente trasero de un modo que me encanta.

De esa prenda en particular envidio especialmente a la goma que rodea su cintura, porqué desearía que mis piernas estuviesen el mayor tiempo posible en su lugar. Además, lleva cómo nadie esas camisetas sin mangas que dejan al descubierto los impresionantes músculos de sus brazos a la vez que definen su torso y su torneada espalda. Sin duda todo él es mí plato favorito. Mí desayuno, almuerzo y cena favorita...

Para cuando John me acorrala entre su cuerpo y la encimera incluso se me cae la paleta de las manos.

-¿Qué pretendes, preciosa?- susurra en mí oído.

-Estoy haciendo el desayuno- afirmo cómo si de repente estuviese muy segura de mis dotes culinarias.

-¿Acaso quieres intoxicarnos?- se mofa John.

-Ja, ja...- protesto- Soy perfectamente capaz de hacer unas tortitas.

-Yo podría echarte una mano...- asegura John posando sus grandes manos en mí cintura.

Sintiendo a John tan cerca me estremezco entera e instintivamente mí cuerpo busca el suyo. Pronto descubro que una impresionante erección despierta entre sus piernas y, excitada, ansío encontrar la manera de acomodarla en mí interior.

-Mia...- me nombra John entre dientes antes de lamer mí cuello con extrema delicadeza. Luego pasea su ardiente boca por el desfiladero de mí hombro para acabar mordiéndolo. Instantes después el tirante de mí top lencero ya se desliza por mí brazo dejando uno de mis pechos al descubierto. John no tarda en apresarlo con su mano estimulando a su vez mí pezón.

Acto seguido apaga la vitrocerámica, aparta la sartén del fuego y nos desplaza un poco a la derecha con la intención de protegernos así del calor residual.

Cuando John se aventura a introducir su otra mano dentro de mis braguitas casi puedo sentir placer antes de que me toque. Y es qué soy tan adicta a su manera de complacerme que gozo incluso anticipándome a cómo me deleitará.

De repente, mí padre entra en la cocina. Inmediatamente John se aleja de mí dejándome huérfana de su cuerpo y su embriagador aroma. Todavía algo confusa, trato de recomponerme y disimular. La verdad es que me siento algo frustrada... Es una pena desperdiciar un manjar así en la comida más importante del día. Huviese sido una estupenda manera de empezar la jornada...


Al mediodía, todos juntos, cómo una familia, disfuncional, pero una familia al fin y al cabo, nos encaminamos hacia el hipermercado. Al llegar al establecimiento, John y mí padre se hacen con sendos carritos de la compra y, aunque se que, de momento, no pretenden montar un numerito, no están dispuestos a trabajar en equipo.

La verdad es que no he confeccionado una lista de la compra al uso, pero tengo que confesar que he paseado varias veces por la sección de bricolaje y ya tengo prácticamente escogidas la pintura de la habitación de "J", la del comedor y el papel pintado de nuestra habitación que, casualmente, hace juego con una funda nórdica, de la sección de textil del hogar, a la que tengo echada el ojo.

También necesito un marco para nuestro primer retrato de familia, el que nos hicimos cuando nuestro hijo y yo nos instalamos con John en la base. Y aunque la captura de ese instante tan especial no puede sustituir a la primera fotografía de "J", o la de su primer baño, es la que marca el punto de partida de nuestra familia, el inicio de nuestro viaje.

Mientras John carga en el coche las primeras compras, las más voluminosas, mí padre me acompaña a comprar la suficiente comida cómo para llenar la despensa. Con mí bebé en brazos, me adentro en el pasillo de higiene infantil. Busco pañales para "J", más pañales... He dejado a mí progenitor frente al expositor frigorífico tratando de decidirse entre las decenas de sabores de yogurt helado que tiene a su disposición, y, cómo hace años que no pisa un supermercado, puede que le resulte una ardua tarea. 

Cuando vuelvo, lo descubro conversando con una jovencísima pelirroja que, por su edad, podría ser su hija. Y la verdad es que no me extraña que tenga tanto éxito entre las mujeres, mí padre es un madurito muy atractivo. Pero... ¿Otra pelirroja? ¿En serio? ¿Es qué este hombre no ha aprendido nada?

Dispuesta a alejar a esa chica de mí padre, se me ocurre el plan perfecto. Y me acerco a él prácticamente lanzándole a su nieto en los brazos:

-¡Hola abuelito! ¿Quieres ir con el abuelito, "J"?- insisto antes de dejar el paquete extra grande de pañales dentro del carrito de la compra.

-Mia, quiero presentarte a Maisie. Maisie, ella es Mia, mí hija. Y este es mí nieto, "J"- nos presenta.

Y aunque no tengo nada en contra de la chica, e incluso parece ser simpática, la saludo con un gesto, mostrando cierto desinterés. De todos modos, el de la chica por mí padre se había disipado en el preciso instante en el que me oyó llamarle abuelito. Tal y cómo me imaginaba. Después de que ambos se despidan, y estando ya a una distancia prudencial, hablo con mí pequeño con la intención de que mí padre se de por aludido.

-Pequeño "J", vas a tener que vigilar de cerca al abuelito... ¡No le dejes acercarse a las pelirrojas!- le digo a mí hijo pero mirando de reojo a mí padre. Él sonríe dándose por enterado.

De camino a la caja recuerdo que necesito un bote de salsa de tomate y dejo a mí padre y a mí bebé en la cola, esperando nuestro turno, para adentrarme en el pasillo de las conservas. Al final del pasillo, formando una gran pirámide de latas, hay una oferta de salsa de tomate en formato familiar. Tiene un muy buen precio, por lo que me hago con tres unidades. Y ya acomodando el último bote en mí mano, intuyo que alguien me observa desde el pasillo contiguo. Otra vez tengo esa sensación de qué alguien me vigila, pero me da miedo girarme y comprobarlo.

Después de armarme de valor, decido darme la vuelta disimuladamente. ¡Y ahí está! ¡Reconozco a esa persona! ¡A la persona que parece que me sigue! ¡Estoy segura de qué es el mismo hombre al que descubrí observándome en Atlanta! ¡El hombre del sombrero vaquero y la reluciente hebilla en forma de águila!

Aterrada, corro en dirección a la línea de cajas, dónde me espera mí padre, pero no sé si el hombre me persigue o no. 


EL GUARDAESPALDAS  (segunda parte)Where stories live. Discover now