Pero no puedo hacerlo. No puedo parar. No puedo detenerme porque la oscuridad que llevo dentro es más fuerte que yo. Porque la lucha constante que tengo a diario conmigo misma, está siendo ganada por esa parte de mí que siempre me lleva a tomar las decisiones más idiotas. Esa que siempre me lleva al límite y amenaza con acabar conmigo.


La vibración dentro del bolso que descansa sobre mis piernas, me hace pegar un salto en mi lugar debido a la impresión, pero no es hasta que pasan unos segundos que espabilo lo suficiente como para darme cuenta de que es mi teléfono el que está sonando.

De manera distraída, rebusco dentro del desastre que es mi bolso hasta que encuentro el aparato y lo saco para mirar la pantalla.

El nombre de Gael Avallone se ilumina sobre los íconos de respuesta y rechazo que aparecen cuando está entrando una llamada y mi corazón se detiene un nanosegundo para reanudar su marcha a una velocidad dolorosa. Inhumana...

Casi de inmediato, una punzada de ansiedad me recorre entera y la sensación que me ha torturado desde que salí de su oficina se intensifica. Se vuelve casi insoportable.

Desvío la llamada.

Segundos después, el teléfono vuelve a sonar, pero vuelvo a rechazar la llamada y, esta vez, presa de un ataque de enojo, decepción y ansiedad, apago el aparato.

Un suspiro tembloroso e inestable se me escapa luego de eso y, de pronto, la oscuridad dentro de mí se vuelve más densa. Se vuelve asfixiante... Tanto, que el miedo ha comenzado a filtrarse en mi interior. Tanto, que el terror que me provoca la posibilidad de no poder dominar mis impulsos idiotas y hacer una estupidez, me atenaza las entrañas con violencia.

«No puedes ir a casa.» Susurra la voz en mi cabeza, a sabiendas de que Victoria y Alejandro no están ahí ahora mismo. A sabiendas que, si voy, lo único que haré, será estar acorralada en la prisión de mi mente, en un lugar donde la privacidad puede dar pie a situaciones poco saludables para mí. «Sabes que no puedes estar sola. No en el estado en el que te encuentras...»

Cierro los ojos una vez más.


No quiero ir a casa de mis padres. No quiero, incluso, ir a casa de Fernanda. En este momento, no quiero hacer nada más que tumbarme en mi cama y dormir; sin embargo, sé que no puedo hacerlo. que tengo que empujarme hacia afuera de este vórtice o las consecuencias serán catastróficas. que tengo que hacer un esfuerzo y tratar de no hundirme en ese lugar aterrador en el que estoy a punto de adentrarme...

Así, pues, a pesar de que no quiero hacerlo; a pesar de que me niego a hacer un esfuerzo por mi bienestar emocional, decido hacer algo sensato. Decido ir a casa de mis padres, y permitirme a mí misma distraerme y refugiarme en ese lugar seguro que siempre trae paz a mi sistema.



~*~



Cuando llego a mi destino, mi papá está afuera, lavando su coche. No pregunta qué hago aquí. Nunca lo hace. Se limita a decirme que está mojado y sudoroso cuando me acerco a darle un abrazo a manera de saludo. Luego de eso, me da un beso en la sien e, inmediatamente, me siento mejor. Me siento a salvo...

Una sonrisa se dibuja en mis labios cuando dice que mamá está horneando un pan para la cena y, sin decir nada más, me encamino dentro de la casa.

No me toma mucho tiempo encontrar a mi mamá. Está en la cocina, con la batidora en una mano y una bolsa de azúcar en la otra; sin embargo, a pesar de tener con las manos ocupadas, se las arregla para besar mi mejilla cuando me acerco.

MAGNATE © ¡A la venta en Amazon!Where stories live. Discover now