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Él era un suicida amarrado a un huracán.

Estaba atado a sus grandes ojos verdes y vivía a través de sus locuras.
Respiraba con los mismos pulmones que desechaban todo el tabaco que ella fumaba.

Estaba enamorado de su corriente y de su forma de sonreír hacia la vida.
Se ahogaba en sus labios bañados de licor prohibido y moría cada vez que la veía sufrir.

Ni Madrid ni Londres ni París se podían comparar a una tarde de verano a su lado.

Tampoco se podía comparar a ninguna chica que vieras por la calle, ella era el torbellino más hermoso de toda la Capital mientras que las demás eran simples tormentas de metal.

Y La amaba, como no había amado a ninguna antes y odiaba que lagrimas de cristal resbalaran por sus delicadas mejillas cuando una desdichada palabra la asesinaba.

Y hay que admitirlo, estaba hasta las trancas, {como se suele decir en Madrid}, porque ella era su musa, su chica y su perfecta locura, le hacía perder la cordura como a ninguno, o como a todos, quién sabe.

Porque era la única que podía llevarle a una azotea de cualquier piso derrumbado y hacerle sentir el hombre más afortunado. Por simplemente estar a su lado.

Pero suponía que no le necesitaba para sobrevivir en esta locura de ciudad, que ella era demasiado independiente y segura.

Y sabía que le quedaban al menos un par veranos a su lado, no mucho, pero lo justo para disfrutar de su eterna juventud, de sus noches, de esos viajes largos en coche , o del derroche, de adrenalina al admirarla a ella dormida.

Siempre sería su lady Madrid y su pequeño trozo de ciudad en el que sentirse arropado por la humildad.

Lady Madrid

Moi-même ©️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora