『Capítulo 38-1』

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A medida que me acerco a paso firme pero cauteloso hacia la puerta de mi casa donde se encuentran esos tres individuos siento que a cada paso mi estómago se revuelve inquieto. Genial, ¿justo hoy tiene que haber tanta gente en mi casa? Nunca hay nadie y ¡pum! Ahora son tres los adolescentes que me observan llegar. Ironías de la vida. Tal parece que todo tiene que pasarme a mí. Ya no puedo dar marcha atrás. Así que alzo mi cabeza y sigo a paso firme. Antes de llegar a la puerta veo que Jordi me da una mirada e ingresa a mi casa. Seguido de eso Sebastián me observa con decepción. Llego a su lado y reparo en Julián que está a su lado, observando cada movimiento que doy con sus ojos cafés escondidos tras su mata de cabello negro.

–Hola –saludo al llegar a su lado. Sebastián mira hacia adentro de la casa y se va dándome la espalda, no sin antes decir:

–Julián vino a verte.

Deja la puerta abierta y lo veo desaparecer rumbo a la cocina. Dejo escapar un suspiro nervioso y vuelvo mi atención al niño frente a mí. Ahora que puedo verlo bien noto que viste de negro como es de costumbre. Trae una mochila colgada en el hombro. Aunque me detengo más en sus manos. En la izquierda tiene alrededor de la palma una gasa de curaciones blanca.

–Hola Juli.

El aludido asiente con la cabeza modo de saludo, siempre dejando la cabeza baja. Como si mirase el suelo. Sonrío y le pongo una mano en el hombro sintiendo sus huesos bajo mis dedos, ignorando el hecho de que hulla de mi mirada. Tal vez también esté molesto por mi llegada con Owen. Tendré que hablar con él si eso le molesta.

–¿Quieres que vayamos a mi habitación? –indago con curiosidad alejando la mano de su hombro y mirando hacia el interior de la casa. Julián asiente y con su mano me indica que siga, como diciendo que él me sigue.

Ingreso a la casa y espero a que él ingrese para cerrar la puerta principal.

–Sígueme –le pido mientras pasamos por frente a la cocina, donde puedo ver de reojo a Seb y a Jordi hablando de algo que desde mi punto no oigo. Seb está de espaldas a mí, sentando mientras come cereal con leche de un tazón. Jordi está de frente a él, lo que lo deja directamente en mi rango de visión mientras bebe agua de un vaso de cristal. Al pasar bajo el umbral alza sus ojos y me mira, no lo hace ni dos segundos que ya los quita, como si mirarme le molestase. Ese simple acto, de eludir mi mirada hace que mi corazón lata con fuerza, molesto.

Sigo mi camino con Juli pisándome los talones, subo la escalera oyendo las voces distorsionadas de la cocina y mis pasos acompasándose con los de Julián. Llegamos al final de la escalera e ingreso a mi habitación, dejando que mi acompañante lo haga después. Lo veo cerrar la puerta a sus espaldas y venir a sentarse a mi lado en mi cama. Veo a mi conejo Towi salir de debajo de la cama y acercarse a olisquear los pies de Julián. Este acaricia las orejas del animalito que recibe el mimo gustoso.

Julián vuelve su atención a mí, que lo observo expectante. Hasta que noto que una lágrima se desliza por su mejilla. El niño a mi lado tiene la cabeza a gachas, mirando sus manos que descansan sobre su regazo. Noto entonces, que la venda de gasa que tiene envuelta en la palma tiene sangre todavía húmeda. Con el corazón encogido vuelvo a ver su rostros con detenimiento, llego a la parte superior de su huesudo pómulo. Donde distingo una hinchazón en esa zona, con cuidado, y con dedos temblorosos por temor a lo que me pudiera encontrar retiro el mechón de cabello negro que le cubre su ojo izquierdo. Mis ojos se llenan de lágrimas al notar el tono violáceo que tiñe la antes pálida piel de los parpados. Su vista está clavada en el suelo, lo que me permite ver el tono rojo sangre que tiñe su esclerótica, o lo poco que puedo ver de ella debido a la fuerte hinchazón.

Quiero llorar... siento que mi narís escose y mis ojos se empañan levemente. Paso saliva al notar que la garganta me duele por el nudo que siento en ella, oprimiéndome la tráquea. Dejo caer mi mano de su rostro, y en un silencio sepulcral deslizo mi mano sobre la suya y la tomo dejándola palma arriba sobre mi regazo. Mientras él se deja hacer voy desenvolviendo con cuidado la venda empapada en sangre, manchándome los dedos a su paso. Vuelta tras vuelta de tela de gasa voy notando entre respiraciones pesadas la profundidad de la herida. Que para mi suerte, al dejarla al aire noto que es superficial. En silencio me levanto y tomo al niño del ante brazo para obligarlo a venir conmigo.

Salgo de mi habitación con el niño del brazo, obligándolo a seguirme pese a que no opone resistencia. Dejo la puerta entre cerrada y enciendo la luz, iluminando el cuarto de baños con un tono de tenue blanco. El cubículo que se encuentra a medio pasillo consiste en un pequeño apartado que hace la ducha, encerrada dentro de unas cortinas de baño semitransparentes con motivos de cuadrados violetas y naranjas. Las paredes están cubiertas con los clásicos azulejos color blanco, el lavamanos, el retrete y el bidet son de porcelana del mismo color. Aunque mamá intentó darle vida al lugar colocando unos azulejos con guardas con patitos amarillos y una alfombra de baño violeta. El suelo de cerámica color madera termina salpicado con finas gotas color carmín, siguiendo el rastro de Julián, quien deja sus manos sobre el lavabo, bajo el chorro de agua tibia que desprende la canilla. Una vez que se lavó la herida, deshaciéndose de la sangre seca de los laterales de esta me deja observar la cortada. Es una incisión limpia, como si se la hubiese hecho con un arma blanca (objeto cortante). La sangre se va por el drenaje mientras yo saco del estante con espejo un líquido desinfectante, cinta médica y gasa de dentro del botiquín, cortesía de mamá.

Algo aprendí de verla curar nuestras heridas, así que con cuidado limpio la herida de Julián que hace caras mientras le coloco la cinta sobre la gasa que le cubre el lastimado. Luego, procedo a sacar un gel anestesiante, especial para golpes. Está frío cuando lo coloco sobre mis dedos anular e índice.

–Levanta el flequillo, déjame ver el golpe –le ordeno mientras que con la otra mano le levanto la barbilla. Él en ningún momento hace contacto visual conmigo. Esquiva mi mirada mientras una que otra lágrima silenciosa y rebelde se escapa de sus tristes ojos cafés. Debería preguntarle qué le ocurrió. Debería, pero lo conozco y sé que presionándolo no lo diría. Así que me ocupo de mimarlo como a niño chiquito mientras curo sus heridas. De lo que estoy segura, es de que el hematoma de su parpado y ojo es producto de un puñetazo.

Y quiero arrancarle la yugular a quién se atrevió a golpearlo así, y no me retracto de mi pensamiento sangriento. Termino de untar crema en su párpado y el moratón violáceo que recubre su pálida piel cercana a ese punto.

–¿Tienes más heridas? –mi pregunta es un susurro sereno, aunque por dentro hierba como magma a las temperaturas más altas inimaginables. Él niega con la cabeza, rechazando mi pregunta. Chasqueo la lengua y le doy una pastilla para el dolor. Julián no se hace de rogar y la toma con un poco de agua que juntó ahuecando la palma de su mano sana. Noto que deja escapar un bostezo y lo invito a volver a mi habitación a descansar.

Minutos después dejo a Julián dormido en mi habitación, tan tranquilo que preferí no molestarlo. Al momento en el que su cabeza se recostó en la almohada cerró los ojos y le bastaron pocos minutos para, aunque la frase suene muy repetida, caer en los brazos de Morfeo. 《Parece que se arrojó en caída libre a los brazos de Morfeo》fue lo que pensé al comprobar que tardó exacto un minuto en dormirse. Como si no hubiera dormida en días, o hasta semanas.

Bajo a la cocina a buscar algo de comer, mi estómago ruje deseoso de que le meta algo. Escucho el ruido de las ollas ser revueltas y me llegan las estrofas de una canción de rock nacional, bien vieja. De uno de los pioneros del rock de mi país. Cuenta el cantautor que, en sus inicios le pidieron una canción para niños. Y 《El oso》nació.















Mil disculpas, es lo que tengo hasta ahora. El capítulo no está completo. Como escribo esporádicamente ya que se me rompió el celular y a penas logro que mi madre me preste el suyo escribo cuando puedo. Disculpen la demora. Espero que nos leamos pronto. Besos, Sabrina. 

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