CAPÍTULO 14

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El sábado por la mañana el inspector jefe Chen llegó a la ofi­cina más temprano que de costumbre. Al pasar, el viejo por­tero, el camarada Liang, lo llamó desde su puesto junto a la verja de hierro.

—Hay una carta para usted, inspector jefe Chen. Era una orden de pago de la editorial Lijiang por valor de tres mil yuanes, un adelanto sustancial por su traducción. Des­pués del préstamo al Chino de ultramar Lu, Chen había escri­to a Su Liang, el editor jefe, y le había contado lo de su actual cargo y de su piso nuevo. En su misiva le hizo notar que aque­llo le exigía mayores gastos, pero tres mil yuanes no dejaban de ser una sorpresa. También había una breve nota de Su:

«Felicidades.

Con la inflación actual, creemos que es justo darle a un autor el mayor adelanto posible, sobre todo a ti.

En cuanto a lo de tu nuevo cargo, no te preocupes. Si no lo aceptas, esos capullos se lo disputarán. ¿Qué sería lo peor? Es lo que me dije a mí mismo cuando acepté mi trabajo.

Me ha gustado tu poema en el Wenhui. Estás disfru­tando del «perfume de las mangas rojas que impregna tu lectura por la noche», según he oído.

Su Liang»

Su no era sólo un editor que le había ayudado, sino tam­bién un viejo amigo que lo había conocido bastante bien en el pasado. Llamó a Wang, pero no estaba en su despacho. Des­pués de colgar, se dio cuenta de que no tenía nada concreto que decirle. Sólo había tenido el impulso de charlar con ella después de leer la carta. La referencia al «perfume de las man­gas rojas» quizá había sido la causa, aunque probablemente no lo mencionaría. Wang pensaría que volvía a estar obsesio­nado con el caso, pero eso no era verdad.

El inspector Yu tenía el día libre. Chen estaba decidido a hacer algo a propósito del trabajo rutinario de la brigada. Le había dedicado demasiado tiempo a Guan. Ahora, consideraba necesario realizar un esfuerzo sostenido, al menos durante media jornada, para ordenar todo el papeleo acumulado en su mesa. Experimentó una especie de goce perverso cuando se encerró para sacarse de encima ese montón de asuntos admi­nistrativos aburridos, firmar los documentos del Partido sin leerlos y revisar el correo de toda la semana. Estuvo sólo un par de horas. No tenía ganas de mucho más. El día era esplén­dido y soleado. Chen se dirigió de nuevo a la vivienda comu­nitaria de Guan. Todavía no había recibido una llamada de tío Bao, pero ansiaba saber si le aguardaba alguna novedad.

Como no había aire acondicionado, el calor de principios del ve­rano invitaba a vivir en la acera. En la entrada del pasaje, un grupo de ancianos jubilados jugaba al majong en una mesa de bambú. Unos chicos, chillando, se habían apiñado en torno a un cazo de arcilla en cuyo interior luchaban dos grillos que canta­ban. A un lado del edificio, una mujer de mediana edad, incli­nada sobre un fregadero público, lavaba una olla.

En la caseta del teléfono una joven trabajaba de operado­ra. Chen reconoció a Xiuxiu. Tío Bao no estaba. Pensó en pe­dirle a la chica su dirección, pero se contuvo. El viejo se me­recía un día libre con sus nietos. Decidió ir a echar otra mirada a la habitación de Guan. Volvió a revisar todos los álbumes. Esta vez descubrió algo guardado dentro de la tapa trasera del álbum con las fotos más recientes. No era un retrato de Guan en las montañas, sino una Polaroid de una mujer de pelo ca­noso posando a los pies del famoso pino de bienvenida de la entrada.

La sacó y la miró por el reverso: «A la camarada Zhaodi, Wei Hong, octubre, 1989.»

¿Camarada Zhaodi? ¿Quién era? ¿Era posible que Zhaodi fuera otro nombre usado por Guan? Zhaodi era una especie de apelativo cariñoso que significaba "traer un joven hermano al mundo", tal vez un deseo de los padres de Guan, que sólo ha­bían tenido una hija. Algunos padres creían en esa superstición relacionada con el nombre. En palabras de Confucio, «Nombrar es la cosa más importante del mundo».

La fecha, al parecer, cuadraba. Era el mes en que Guan ha­bía viajado a las montañas. También cuadraba el inconfundi­ble pino con el cartel de bienvenida en segundo plano. Si es­taba destinada a otra persona, ¿por qué la habría guardado Guan en su álbum?

Chen encendió un cigarrillo bajo el retrato de Deng Xiaoping antes de meter la foto en el maletín. Abajo, miró en la pequeña ventana de la caseta del teléfono. No había señales de tío Bao.

—¿Tío Bao no viene hoy? —preguntó—.

—Usted debe de ser el camarada inspector jefe —dijo la chica al fijarse en su uniforme—. El camarada Bao lo está es­perando. Me dijo que lo avisara en cuanto llegara.

En menos de tres minutos apareció tío Bao andando a paso rápido, y traía un sobre grande.

—Tengo algo para usted, camarada inspector jefe.

—Gracias, tío Bao.

—Lo he llamado un par de veces, pero comunicaban.

—Lo siento, tendría que haberle dado el número de mi casa.

—Tenemos que hablar. Mi casa está cerca, aunque como verá, es un poco pequeña.

—Entonces hablemos tomando una taza de té en el res­taurante de enfrente.

—Es una buena idea.

El restaurante no estaba lleno el sábado por la mañana. Se sentaron en una mesa situada en el interior. Al parecer, el ca­marero conocía bien a tío Bao, y les trajo de inmediato una tetera de Fuente del Dragón. El anciano sacó varios talonarios que abarcaban el periodo de febrero a principios de mayo. En total, había más de treinta talones que mostraban las llama­das que Guan había recibido desde el número 867-831, mu­chas de ellas después de las nueve de la noche. El que llama­ba había dado su nombre: Wu.

—¿Todos son del mismo número? —dijo Chen—.

—Y del mismo hombre —dijo tío Bao—. Estoy seguro.

—¿Sabe usted algo acerca del número o del hombre?

—No, no sé nada del número. Respecto al hombre, me parece que ya le he dicho que es de edad mediana, con un marcado acento de Beijing, si bien no es de allí. Es probable que sea de Shanghai, aunque está acostumbrado a hablar el dialecto de la capital. También es bastante educado, y solía lla­marme querido tío. Por eso recuerdo que la mayoría de las llamadas son de él, y los registros lo confirman.

—Ha hecho un excelente trabajo, tío Bao. Hoy mismo comprobaremos el número.

—Hay otra cosa, y es que no sé a quién llamaba Guan, pero esa persona no usaba el teléfono público. Es más proba­ble que haya sido un teléfono privado, porque cada vez que Guan llamaba, le respondían de inmediato, y también telefo­neaba a menudo después de las nueve o las diez de la noche.

—Sí, ése es otro punto importante —afirmó Chen—. ¿Y qué hay de la noche del 10 de mayo?

—He encontrado algo —sacó un sobre pequeño que con­tenía un solo talón—. Un mensaje breve: «Nos encontrare­mos según lo previsto», y el que llamaba era un tal Wu, aun­que no se indicaba ningún número de teléfono. Puede que éstas no sean las palabras exactas —aseguró tío Bao—, pero ése era el sentido.

Por lo tanto, unas pocas horas antes de salir de viaje, Guan había recibido una llamada de un hombre llamado Wu, el mismo que se había comunicado con ella más de treinta ve­ces entre febrero y mayo.

—¿Por qué no hay ningún número anotado en el talón del 10 de mayo?

—Porque la persona que llamó no pidió que le devolvie­ran la llamada —explicó tío Bao—. En esos casos, sólo anota­mos el mensaje para el destinatario.

—¿Recuerda si esa noche dijo alguna otra cosa?

—No, lo siento.

—En cualquier caso, nos ha sido de gran ayuda —co­mentó Chen—. Sin duda es una pista importante para nues­tra investigación. No sé cómo podremos agradecérselo.

—Cuando hayan resuelto el caso —dijo tío Bao, lláme­me.

—Eso haré, y le aseguro que será una llamada larga.

—Y tomaremos otra taza de té en el Salón de Té en Me­dio del Lago. Invito yo.

—Eso haremos. Hasta pronto —se incorporó—, en el Sa­lón en Medio del Lago.


MUERTE DE UNA HEROÍNA ROJAWhere stories live. Discover now