CAPÍTULO 7

1 0 0
                                    

El inspector Yu se despertó temprano. Todavía adormecido, echó una ojeada al radio-despertador en su mesilla de noche. Acababan de dar las seis, pero él sabía que esperaba una jor­nada larga. Se levantó moviéndose con cuidado para no des­pertar a Peiqin, su mujer, quien se acurrucó contra la almo­hada con funda de toalla, arropada con un edredón a rayas que la tapaba hasta los tobillos, dejando ver los pies sobre la sábana.

Por regla general, Yu se levantaba a las siete, salía a hacer footing por la calle Jinglin, leía el periódico matutino, desa­yunaba, mandaba a Qinqin, su hijo, al colegio y luego se iba al trabajo. Sin embargo, aquella mañana decidió cambiar su rutina. Tenía algunas cosas en qué pensar y decidió correr por la calle del Pueblo.

Mientras trotaba al ritmo acostumbrado y aspiraba el aire frío de la mañana, tenía la mente absorta en el caso de Guan Hongying. En la calle reinaba el silencio, y unos cuantos an­cianos practicaban sus ejercicios de tai-chi en la acera junto a la tienda de muebles Mar Oriental. Pasó junto a un lechero que, sentado en una esquina, tenía la mirada absorta en una pequeña caja de botellas reposada a sus pies y al que, quizá contando, se le podía oír murmurar.

No era más que un caso de homicidio entre tantos otros. Desde luego, el inspector Yu haría todo lo posible por resol­verlo. No tenía reparos en dedicarse a ello, pero no le agrada­ba en absoluto el giro que cobraba la investigación. La políti­ca, siempre la maldita política. ¿Qué diferencia había entre una trabajadora modelo y una que no lo era cuando yacían desnudas entre las paredes de una sala de autopsias?

Según el informe preliminar de los grandes almacenes, en el momento de su muerte Guan no mantenía relaciones con nadie. Al parecer, durante todos aquellos años nunca había sa­lido con nadie. No tenía tiempo para ello. Todo indicaba que debía considerarse un vulgar caso de violación y asesinato. El violador, un absoluto desconocido para ella, la habría asalta­do sin saber quién era la noche del 10 de mayo y la habría ma­tado en algún punto del camino hacia su lugar de vacaciones. Sin pruebas ni testigos, la investigación se anunciaba difícil. Les habían asignado casos de este tipo en el pasado, y a pesar de todos sus esfuerzos, no se había conseguido ningún resul­tado.

El inspector Yu tenía su propia teoría a propósito de los violadores. En su mayoría se trataba de reincidentes que no se detenían después de una o dos víctimas, por lo que tarde o temprano eran atrapados y condenados. A falta de pistas y pruebas concretas, la policía no podía hacer casi nada. Todo era cuestión de tiempo. Teniendo en cuenta lo que Guan ha­bía sufrido, el mero hecho de contentarse con esperar podría dar la impresión de que se lo tomaban demasiado a la ligera. Pero ¿qué otra cosa podía hacer un poli? El inspector Yu era un hombre concienzudo, se enorgullecía de ser un buen agen­te, muy distinto del resto, aunque sabía qué se podía hacer y qué no. Era una cuestión de prioridades. Así pues, la idea de que había supuestos factores políticos implicados en el caso era, en principio, de lo más descabellada.

Los chinos se quejaban de muchas cosas por aquellos días. Se lamentaban de la corrupción, del desempleo, de la infla­ción, de la escasez de vivienda, de los atascos y de otros asun­tos por el estilo, pero ninguno de sus problemas estaba rela­cionado directa o indirectamente con Guan. Era cierto, Guan encarnaba a una trabajadora modelo de rango nacional y a toda una celebridad política. No obstante, ¿hasta qué punto su muerte podría afectar al sistema socialista de China? En el supuesto de de que presuntos contrarrevolucionarios hubiesen pretendido sabotear el sistema vigente, tendrían que haber es­cogido un blanco mucho más simbólico.

Yu estaba harto de la verborrea del Secretario del Parti­do, y aun así, tenía que interpretar el papel que le correspon­día. Este caso podía ser decisivo para el objetivo de su carre­ra, por cierto bastante modesto: sólo pretendía llegar más lejos que su padre, Yu Shenglin, conocido como el Viejo ca­zador. El anciano, a pesar de haber sido un agente eficiente y experimentado, ahora no era más que un sargento jubilado con una pensión que apenas le alcanzaba para tomarse una te­tera de té en El pozo del dragón.

MUERTE DE UNA HEROÍNA ROJAKde žijí příběhy. Začni objevovat