CAPÍTULO 5

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Habían pasado varios días desde la fiesta de inauguración del piso. A las nueve de la mañana, con un ejemplar de El Diario de Shanghai en las manos, Chen tenía la sensación de que las noticias lo estaban leyendo a él, cuando tenía que ser al revés. Se había enfrascado en la lectura de un reportaje sobre una partida de go entre un chino y un japonés, con una ilustra­ción en miniatura de un tablero donde se mostraban los mo­vimientos de las piezas blancas y negras, cada una de las cua­les ocupaba una posición muy importante, más allá de lo que podía apreciarse a simple vista. No era más que una distrac­ción de último momento antes del aburrido trabajo de ofici­na, cuando sonó el teléfono de su mesa:

—Camarada inspector jefe, es usted un alto funcionario muy importante —era Wang, tan burlona como siempre—. Como dice el viejo refrán «Los hombres importantes tienen una memoria defectuosa».

—No, no digas eso.

—Estás tan ocupado que te olvidas de tus amigos.

—Sí, he estado muy ocupado. Pero... ¿cómo podría olvi­darme de ti? No. Lo que me pasa es que tengo mucho traba­jo. Y, por si fuera poco, también ese nuevo caso, ya sabes, el que se presentó aquella noche de la fiesta. ¿Te acuerdas? Dis­cúlpame por no haberte llamado antes.

—Nunca digas «discúlpame» —dijo Wang cambiando de tema antes de acabar la frase—. Tengo buenas noticias para ti.

—¿De verdad?

—En primer lugar, tu nombre figura en la lista del deci­mocuarto seminario del Instituto Central del Partido en Bei

—¿Cómo te has enterado de eso?

—Tengo mis contactos. Eso significa que tendremos que hacer otra fiesta para celebrar tu nuevo ascenso.

—Sería demasiado precipitado. Aunque, pensándolo bien, ¿qué te parecería comer conmigo la semana que viene?

—Cualquiera sospecharía que he llamado para que me invites a comer.

—Pues te contaré una cosa. Anoche, mientras llovía, es­taba leyendo a Li Shangyin:«¿ Cuándo volveremos a estar juntos / a la luz de una vela mirando por la ventana de po­niente / para charlar de las lluviosas noches en la colina de Ba?», y te eché mucho de menos.

—Ya estás otra vez con tus exageraciones poéticas.

—No, Te doy mi palabra de policía. Es la pura verdad.

—Y una segunda buena noticia para nuestro inspector jefe poeta —dijo ella volviendo a cambiar de tema—. Xu Baoping, el editor jefe de nuestra sección de arte y literatura, ha decidi­do publicar un poema tuyo... Creo que se titula Milagro.

—Sí, Milagro. Me parece fantástico.

Sin duda se trataba de una noticia emocionante. Un poe­ma en Wenhui, un periódico de alcance nacional, podía llegar a muchos más lectores que otro publicado en una pequeña re­vista. Milagro se inspiraba en la entrega de una mujer poli­cía a su trabajo. Quizá el editor lo había escogido por una cuestión de conveniencia política, pero a Chen eso no le qui­taba la alegría.

—En la Asociación de Escritores de Shanghai son muy pocos los que saben que trabajo como inspector de policía. No tiene sentido hablarles de eso. Seguro que dirían «¿Cómo un hombre que atrapa a asesinos también pretende atrapar a las musas?».

—No me sorprendería.

—Gracias por tu sinceridad —apostilló Chen—. Todavía no he decidido cuál es mi verdadera profesión.

El inspector jefe Chen intentaba no sobreestimar su ta­lento poético, aunque los críticos decían haber encontrado en su trabajo una mezcla de sensibilidades: la de la poesía china clásica con un ápice de moderna complacencia con lo occi­dental. De vez en cuando se preguntaba en qué tipo de poeta se habría convertido si hubiera podido dedicarse por comple­to a crear y escribir. Sin embargo, aquello no era más que una fantasía tentadora. En las últimas dos o tres semanas había tenido tanto trabajo durante el día que por la noche se en­contraba siempre demasiado agotado para escribir.

MUERTE DE UNA HEROÍNA ROJAWhere stories live. Discover now