CAPÍTULO 10

1 0 0
                                    

Para estar en mayo, la mañana de aquel viernes era húmeda. El inspector Yu había tenido un sueño agitado y se había pa­sado la noche entera dando vueltas en la cama. Se sentía más cansado que al acostarse, y los retazos de sueños que recor­daba a medias le venían una y otra vez a la cabeza.


Peiqin estaba preocupada. Le preparó un cuenco de bolas de arroz glutinoso, uno de sus platos preferidos para desayu­nar, y se sentó con él a la mesa. Yu lo acabó en silencio.


Cuando estaba a punto de salir al trabajo, ella le dijo:


—Te estás consumiendo, Guangming.


—No, lo que pasa es que no he dormido bien —respon­dió—. No te preocupes por mí.


Cuando llegó a la sala de juntas, aquella sensación de de­sasosiego volvió a apoderarse de él. El motivo de la reunión, convocada por el comisario Zhang, eran los avances de la in­vestigación.


Había pasado una semana desde que el equipo especial asumiera el caso, pero aparte de toda esa palabrería hueca de la jerga política, no había nada concreto. El inspector Yu trabajaba largas horas haciendo llamadas telefónicas e in­terrogando a diversas personas, barajando todas las hipóte­sis posibles con el inspector jefe Chen y redactando nume­rosos informes para el comisario Zhang. Sin embargo, no se veía la luz al final del túnel. Por experiencia, Yu sabía que en el trabajo rutinario de la policía, cuando la solución de un caso se prolongaba más de una semana sin llegar a una pista sólida, más valía dejarlo en el fichero de "casos no re­sueltos", y a éste le había llegado su hora. No era la prime­ra vez que sucedía en la historia del Departamento, ni se­ría la última.


Yu estaba sentado junto a la ventana, fumando. Las ca­lles de Shanghai se desplegaban allá abajo ante su vista: te­jados grises y negros con sus apacibles volutas de humo blanco ondulando en la distancia. Sin embargo, él creía oler el crimen que latía subrepticiamente en el corazón de la ciu­dad. Hojeando un ejemplar del boletín del Departamento, se enteró de diversos robos, cada uno más importante que el an­terior, y leyó siete informes sobre violaciones ocurridas sólo en la pasada noche, para pasar a varios casos de prostitución, hasta en los barrios más acomodados de la ciudad.


Como las otras secciones estaban faltos de personal, va­rios casos habían sido calificados como "especiales" y deriva­dos hacia su brigada, la cual tampoco andaba bien de recursos. Quin Xiaotong había regresado de su luna de miel, pero la mirada de ensoñación con la que iba de un lado a otro indica­ba que todavía no se había dado cuenta de que había vuelto a la oficina, y para colmo de males, Liu Longxiang todavía se recuperaba de su fractura. Con la agenda del inspector jefe Chen cada vez más llena de reuniones y actividades, el ins­pector Yu tenía que asumir la mayoría de las responsabilida­des del equipo.


¿Por qué habrían de dedicar tanto tiempo a un solo asun­to? Prioridades políticas, desde luego. Yu conocía la respuesta. ¡Al diablo con la política! Era un caso de homicidio. Pero otros no pensaban igual. Ahí estaba el comisario Zhang, sentado a la cabecera de la mesa, con su impecable aunque anodino traje Mao abrochado hasta el último botón con una pluma en la mano y hojeando una libreta de cuero. Zhang nunca había abordado con él asunto alguno, según recordaba Yu, excepto cuando se trataba de política. Se preguntaba qué se traía entre manos el viejo y enjuto comisario.

MUERTE DE UNA HEROÍNA ROJAWhere stories live. Discover now