EPILOGO

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Cinco años después

Grandchester Castle, Long Island.

Candy ya había organizado todas las habitaciones del segundo y tercer piso, se había cerciorado de que todo estuviese listo para la celebración del día de Acción de Gracias y también para su festejo de aniversario de bodas.

Cinco años habían transcurrido desde que ella se casó con Terry, y toda su familia, había decidido viajar desde Illinois para festejar junto a ellos. Las fechas de celebración habían coincido por completo en ese año y eso la hacía tan especial que ella y Terry no dudaron en celebrar por lo alto.

Estaba realmente exhausta, pero, al percatarse de que ya todo estaba listo, se sintió satisfecha por resolver las tareas sin el auxilio de la gente del servicio, pues, ella era perfectamente capaz de ordenarlo todo.

—Mamá... —murmuró una vocecita, mientras Candy abandonaba sus pensamientos y volteaba para encontrarse de frente con el dueño de esa tierna voz, su hijo mayor, un pequeño al que ella y Terry habían llamado, Ronan.

—Oh, por dios... ¿Qué fue lo que hiciste? —cuestionó ella con preocupación, al ver que el niñito le mostraba un barco de madera, hecho trizas—. Este barco es de tu abuelo, Ronan, querido mío, ¡te dije que no tomaras nada de esa habitación!

—No quería romperlo... ¡Se rompió solo! —explicó él, sin ser capaz de entender cómo fue que el barco terminó por hacerse pedazos.

El pequeño rubio la miró con ojos llorosos y acongojado dejó que su llanto se desbordara. Ronan tenía sólo cuatro años y era curioso por naturaleza, no quería regañarlo, sin embargo, ella tenía el deber de llamarle la atención.

—Hijo, cuando te pido algo, yo espero que me obedezcas. Esta casa es de tu abuelo y sus cosas tienen que ser respetadas —Los azules ojos de Ronan no paraban de llorar, y sin poder contenerse por más tiempo se abrazó a Candy, buscando ser perdonado—. No llores más, cariño... —pidió, apretando su abrazo—. Ya nada se puede hacer para repararlo, pero, mañana cuando llegue el abuelo, tú tendrás que pedirle una disculpa, ¿de acuerdo?

—Sí, mami... —El chiquillo comenzó a tranquilizarse, después Candy le limpió las lágrimas y lo besó en ambas mejillas. Lo amaba tanto y aunque fuera tan travieso, no podía estar enojada con él.

—Ven y ayúdame acomodar tu cama para que puedas dormir.

Terry observó la escena desde el umbral de la puerta, él se percató de que Candy tenía todo bajo control y por ello decidió no intervenir. Se alejó en silencio, luego caminó hacia su habitación para ver cómo estaban sus otros dos hijos.

—¡Papá! —exclamó Cedric, un pequeño de dos años y medio, quien corrió hasta los brazos de Terry, sujetándose con fuerza de él, demostrando alivio por verlo.

—¿Qué pasa campeón? —cuestionó Terry, besando la perfecta y suave mejilla de su hijito.

—Mira papi... —murmuró el niño, señalando hacia el suelo, para que observara lo que su hermana menor hacía.

Adaline tenía ocho meses, sin embargo, su edad no era impedimento para que no le diera rienda suelta a la curiosidad y a las travesuras.

—Por dios... —expresó el actor, esbozando una sonrisa al tiempo que observaba el desastre que estaba haciendo la bebé. Adaline abrió parte del equipaje de Candy y había sacado ropa, zapatos y cuánto accesorio que estaba resguardado allí—. Cariño, ve con Ronan y con tu mamá — pidió Terry a Cedric y este de inmediato obedeció—. Tú y yo, vamos a poner esto en orden —le dijo a Adaline, mientras ella lo observaba y se reía—. No es gracioso señorita traviesa, así que no se ría por favor —agregó, conforme Adaline balbuceaba algo y se echa a a reír nuevamente.

InesperadoWhere stories live. Discover now