Capítulo 38: Caleb

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―No me quiero ir ―le dijo Rosy a su lado.

―Ya es tarde, nena. Hay que ir a casa.

Caleb le dio una sonrisa y acarició su barbilla, indicándole luego al chofer la dirección.

Entrando a la casa, lo primero que hizo fue escribirle un mensaje a Louis, donde le pedía que se viniera a dormir a su casa. Pero media hora después, Louis seguía sin siquiera recibir el mensaje.

Era sábado, era probable que el idiota ese se hubiese largado de fiesta. Pero Caleb le dio otra oportunidad y trató de llamarlo, yendo directo al buzón de voz.

Soltó el aire, resignado, colocando el teléfono en su bolsillo de nuevo para poder levantar a Rosy, quien se había terminado de cepillar los dientes, y la llevó a su cama.

Regresando a su cuarto, Caleb no vio razón para insistir en contactar a Louis. Ya hablaría con él en la mañana. Mientras tanto, necesitaba dormir. Su mente era muy inquieta, y la verdad, no tenía ánimos de matarse pensando en teorías extrañas y conclusiones apresuradas. Pero, no se veía nada fácil pegar un ojo.

A la mañana siguiente, Louis apareció frente a la puerta de su casa. Caleb lo recibió con el malhumor de una persona desvelada. Le dio tantas vueltas como le pudo dar a Emma y su accidente, y en cuanto Louis empezó a hablar tonterías, Caleb se lo soltó de una. Quería, por lo menos, intentar quitarse la presión de la que, sin quererlo, se volvió preso.

―¿En serio? ―preguntó Louis, sentándose al borde de la cama de Caleb―. Eso se parece a lo que te pasó.

Caleb dejó de caminar de un lado para el otro y le dio una mirada sarcástica.

―¿En serio? ―bufó―. Louis, es ella. ―Declaró―. Estoy seguro que es ella.

Louis cerró los ojos, ladeó la cabeza y levantó una mano.

―Espera ―dijo―, ¿que la chica esa no tenía pelo rubio? ―Caleb asintió, Louis igual―. Y Emma, ¿no tiene pelo negro? ―Caleb volvió a asentir, Louis igual―. Entonces, ¿por qué dices que es ella? ―Louis se levantó y caminó hasta la ventana―. No lo es. Solo te sigues sintiendo culpable.

Caleb se quedó mirando la espalda de su amigo. Vaya, nunca le había dicho esas palabras. Quizás Louis tenía razón. Quizás no. ¡Agh!

Louis se volteó, arrimándose a la pared y cruzando los brazos, cruzando un pie por encima del otro.

―Relájate ―le dijo―. Son ideas tuyas.

Caleb dejó caer los hombros, como el que deja caer la carga y no le importa lo que pase.

Se echó sobre la cama, mirando al techo, y enseguida sintió el peso de otro cuerpo alterar su estadía sobre el colchón. Estaban casi hombro con hombro, como el los días duros del pasado.

―¿Y si sí es? ―insistió Caleb.

―¿Qué pasa entonces? ―preguntó Louis. Buena pregunta, pensó Caleb―. ¿Acaso dejarás de verla o la sacarás de tu vida? No. ―Louis se volteó, apoyando parte del peso de su cuerpo sobre su codo―. Si es ella, entonces hallarás la forma de decírselo.

Caleb lo miró con los ojos bien abierto.

―¿Estás loco? ¿Ya se te olvidó cómo su familia quiso meterme preso aún sin conocerme?

―Pero ahora ya te conoces ―resolvió Louis―. Y les caes bien.

Caleb se puso de pie y volvió a caminar de un lado para otro.

―No es tan sencillo, Louis. Les caigo bien porque no saben que yo fui el que chocó contra su hija y hermana...

―Fue culpa de los semáforos, oíste a los oficiales...

Como El AtardecerWhere stories live. Discover now