Nueva en New York

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—Ross, April.

—Habitación 606— informó mientras me tendía una llave y unas cuantas hojas de papel entre las que, supongo, se encontraban el reglamento y mi horario de clases.

Encontrar el edificio en el que se hallaban los cuartos fue complicado, encontrar mi habitación fue aún más difícil y hacer todo eso mientras cargaba dos maletas y tres bolsos de mano con todas mis pertenencias dentro, fue casi imposible.

Cuando llegué a administración debieron haberme ofrecido ayuda con mi equipaje. O debí haberla pedido.

Pero todo mi esfuerzo valió la pena, cuando finalmente me encontré parada frente a la puerta del que sería mi cuarto.

Cuando entré pude observar una habitación en la que solo había: una litera, dos armarios, una biblioteca, un estante y una puerta, que más tarde descubriría que llevaba a un baño compartido. El blanco de la habitación, aunque hacía que el lugar se viera más espacioso, era absolutamente deprimente; al instante me arrepentí de no haber traído fotografías, cuadros y posters con los que adornar las paredes.

Ya que mi compañera aún no había llegado, decidí ser la que eligiera cama. Así que puse mis cosas en la parte superior de la litera.

Cuando ya había vaciado todos mis bolsos de mano e iba a comenzar con el equipaje pesado, alguien entró en la habitación. Vi a una chica rubia entrar el doble de cargada de lo que yo estaba. Pensé en darle una mano, pero ella parecía no necesitarla; además de que lucía realmente molestaba y tal vez agarrar sus cosas sin su permiso, aún con la única intención de ayudarla, no iba a mejorar su humor.

Dejó sus cosas sobre la cama debajo de la mía y luego me devolvió la mirada. Fue cuando tuve la oportunidad de apreciar sus ojos gris-tormenta.

— ¿Te conozco?— preguntó.

Esperaba que se presentara, porque yo estaba segura de no haberme cruzado en mi vida a una chica rubia de intimidantes ojos gris tormenta.

—Lo dudo. —contesté.

—Te me haces familiar.

—Ah.

Honestamente nunca sé que responder ante eso. Tampoco es que me lo dicen con frecuencia.

—Soy Annabeth.

—April.

El silencio volvió a reinar en la habitación. Tenía que hacer algo mejor que esto.

—Día duro, ¿eh?— dije con la intención de empezar una verdadera conversación.

—Ni te imaginas.

— ¿De dónde eres?

—San Francisco, — contestó— ¿tú?

—Denver. ¿Te molesta alejarte de tu familia?

— ¿Lo dices por lo de hace un rato?

Asentí.

—No, no es eso. Es que una idiota me hizo derramar todo mi café sobre mi libro esta mañana.

Aguarden...

Yo hoy...

Entonces ella era...

Ay.

— ¿Y lograste ver el rostro de la chica?— curioseé tratando de no sonar alarmada.

— No. Lo único que alcancé a ver de ella fue su cabellera rubia, eso fue antes de que subiera a un taxi como una desquiciada. No me dio el tiempo de gritarle, ni de recriminarle por haber destruido mi libro. Tuve que tirarlo a la basura.

Percabeth entre mortalesWhere stories live. Discover now