Capítulo Treinta.

56.1K 5.1K 1.6K
                                    

Pensar en todo lo que había sucedido dolía, pero ya no tanto, había aprendido a vivir a través del dolor, la rabia y el miedo, estaba realmente aprendiendo a controlar todo lo que había dentro de mí, porque era necesario poder expresar lo mejor de...

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Pensar en todo lo que había sucedido dolía, pero ya no tanto, había aprendido a vivir a través del dolor, la rabia y el miedo, estaba realmente aprendiendo a controlar todo lo que había dentro de mí, porque era necesario poder expresar lo mejor de mi persona y eso no era para satisfacer a otros, sino más bien para satisfacerme mí misma.

Necesitaba curarme, avanzar e intentar ser feliz. Necesitaba desarrollar ese arte de madurar y dejar de ferrarme a las cosas, era necesario y no iba a posponerlo más.

Cada que pensaba que yo estaba mal, recordaba que no debía ser del todo infeliz, según mi psicóloga, era muy necesario que entendiera que después de que hubiera amor propio en mi vida, aquello ya sería el primer paso para superar todas las cosas del pasado.

Ya que el amor siempre venía de cualquier forma, en cualquier color, en su diversidad más hermosa, complementaria y perfecta.

Probablemente en otro tiempo yo no estaría hablando de amor, no después de tantas cosas, sin embargo, me era inevitable el ser tan frívola y mezquina, ya no era capaz de comportarme de aquella manera, no cuando fui capaz de abrirme al hecho de sentir y experimentar nuevas cosas, no cuando me di la libertad de conocer a alguien que me amara con todo sin duda alguna.

Con el paso del tiempo entendí que yo tuve el privilegio de enamorarme a temprana edad y de esos amores que son para toda la vida, de hecho, eran de esa clase de amores que son tan potentes e inolvidables, que en una vida se quedan cortos.

Si en algún momento tuviera que describir mi amor por Ian Hank, estaba segura de que podría resaltar el hecho de que todo lo que estaba ligado a nosotros era arte. Un arte que nos había enseñado a amarnos sin importar nada y hasta el final.

Cómo debería de ser siempre.

Las semanas después de mi secuestro no fueron para nada fáciles, no cuando los terrores que me acompañaba no se desligaban de mí, no cuando cada día extrañaba con más fuerza y más destreza a Ian, mi Ian.

Los recuerdos siempre dolerán tanto como tú desees que lo hagan. Está bien sentir dolor, pero no es necesario vivir siempre con él.

Aquello era algo que siempre me decía mi psicóloga, había comenzado a visitarla dos semanas después de lo sucedido, al inicio no me había sentido muy cómoda, aun así, poco a poco logré tomarle un poco de confianza y ahora no me sentía tan mal...

—No podré jamás vivir sin Ian, puedo vivir con mis traumas, pero no puedo sin él.

—¿Por qué no? —había preguntado ella.

—Porque él es mi vida. —respondí yo.

—¿Y que eres tú, para ti misma?

Después de esa pregunta, la sección había terminado y yo jamás respondí nada, no cuando no era necesario, no cuando la respuesta no importaba, no si iba a estar condenada a pasar por el trauma más grande de mí vida.

El arte de amar. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora