Capítulo Veintisiete.

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IAN

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IAN.

Isabella era la mujer más hermosa que había conocido alguna vez, no solo por su característico cabello rojo o por su hermoso y pecoso rostro, sino más bien por su chispeante y embelesante personalidad. Ella en general era atractiva, aun así, su ser en particular era magnífico e inolvidable.

Tenerla ahí conmigo después de varias semanas estaba buscando acabar con mí pobre corazón, mis dedos picaban por acariciarla por todas partes, así como mis labios ardían una vez más por saborearla enteramente.

Fui irónico y algo pesado apenas la vi llegar, no busqué ser amable porque en ese momento estuve muy ocupado tratando de no perder los estribos al recordar que ella había estado con Davy. Y no me enojaba con ella, me enojaba con él porque no merecía ni siquiera verla, no después de toda la mierda que le había hecho, yo sabía que también le había fallado, sin embargo, ella siempre había sido la primera y única para mí, lo era.

En ese momento ambos seguíamos sentados en el sofá de la sala, las manos de ella acariciaron la mariposa que estaba tatuada en mí pecho y mí piel ardió ante ello. Isabella se encontraba embelesada con mis tatuajes, sin embargo, yo me encontré fuertemente atraído por su belleza, era tanta mí adicción, que incluso en ese momento comencé a contar cada una de las pecas y lunares que existía en su pálido rostro. Cualquier otra persona diría que Isabella Gibson era atractiva, pero no necesariamente hermosa, sin embargo, para mí, ella era todo. Hermosa, atractiva, inteligente, odiosa, sarcástica y absolutamente mía. Lo era...

—Te amo, Is —le dije de repente besando su frente— de verdad lo hago.

Una hermosa sonrisa se posó en sus rosados labios y la deseé aún más.

—Probablemente no es el momento adecuado y mucho menos después de todo lo que ha sucedido, aun así... ¿Crees que tu hermano me va a perdonar? —pregunté seriamente, la pelirroja me miró sorprendida y tras una breve pausa, se rio divertida.

—¿De verdad estás preocupado por Blake?

—No, pero ya sabes cómo es de orgulloso y pesado, ese bastardo me hará la vida imposible, no permitirá que tú y yo...

—¿Tú y yo qué?

—No permitirá que volvamos, no de manera fácil, es un bastardo sobreprotector.

Una sonrisa orgullosa llegó a ella.

—¿Quién dijo que tú y yo íbamos a volver? —cuestionó con diversión, mientras acariciaba la mariposa en mí pecho.

Me alejé un poco para verla con fijeza.

—¿No vamos a volver? —indagué frunciendo el ceño— dijiste que me amas.

—Lo hago.

—¿Entonces por qué no vamos a volver?

—Por qué tienes que conquistarme de nuevo.

El arte de amar. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora