»Con este pecado de desobediencia en él, Jonás sigue ofendiendo aún a Dios, al tratar de huir de Él. Cree que un barco hecho por hombres le va a llevar a países donde no reine Dios, sino sólo los Capitanes de este mundo. Merodea por los muelles de Joppe, y busca un barco rumbo a Tarsis. Aquí nos acecha, quizás, un significado que hasta ahora no se ha advertido. Según toda explicación, Tarsis no podía ser otra ciudad que la moderna Cádiz. Ésa es la opinión de los doctos. ¿Y dónde está Cádiz, compañeros? Cádiz está en España; a tanta distancia por mar, desde Joppe, como podía haber navegado Jonás en aquellos días antiguos, cuando el Atlántico era un mar casi desconocido. Porque Joppe, la moderna Jaffa, compañeros, está en la costa más oriental del Mediterráneo, en la costa siria; y Tarsis o Cádiz, a más de dos mil millas de allí, en la misma salida del Estrecho de Gibraltar. ¿No veis, pues, compañeros, que Jonás trataba de huir de Dios a todo lo ancho del mundo? ¡Hombre miserable! ¡Oh, el más vergonzoso y digno de todo desprecio; con sombrero gacho y mirada culpable, escapándose de su Dios; rondando entre las embarcaciones como un vil ladrón que tiene prisa de cruzar los mares! Tan desordenado e inquietante es su aspecto, que si en aquellos días hubiera habido policía, Jonás, sólo por la sospecha de algo malo, habría sido detenido antes de tocar cubierta. ¡Qué claramente es un fugitivo! Sin equipaje ni sombrerera ni maleta ni saco de lona; sin amigos que le acompañen hasta el muelle para despedirle. Al fin, después de mucho buscar vacilando, encuentra la nave para Tarsis, que recibe lo último de su cargamento; y al subir a bordo para ver al capitán de la cabina, todos los marineros dejan un momento de izar las mercancías para observar las perversas miradas del desconocido. Jonás lo ve, y en vano trata de tener aspecto de tranquilidad y confianza; en vano ensaya su miserable sonrisa. Fuertes intuiciones sobre ese hombre aseguran a los marineros que no puede ser inocente. A su manera, juguetona, pero seria, uno susurra al otro: "Jack, ha robado a una viuda", o: "Joe, fíjate en ése; es un bígamo", o: "Harry, muchacho, me parece que es el adúltero que se escapó de la cárcel en la vieja Gomorra, o uno de los asesinos desaparecidos de Sodoma. Otro corre a leer el cartel pegado a la empalizada del muelle en que está amarrado el barco, ofreciendo quinientas monedas de oro por la captura de un parricida, y conteniendo la descripción de su persona. Lo lee, y mira a Jonás después de leer el cartel, mientras que todos sus comprensivos compañeros se agolpan ya en torno a Jonás, preparados a echarle una mano. Jonás, asustado, tiembla, y, reuniendo en la cara toda su valentía, no hace sino tener más aspecto de cobarde. No quiere confesar que se sospecha de él; pero eso mismo ya es muy sospechoso. Así que se las arregla como puede, y, cuando los marineros encuentran que no es el hombre que se anuncia, le dejan pasar, y él baja a la cabina.

»"¿Quién va? —exclamó el capitán, en su mesa atareada, preparando apresuradamente sus papeles para la Aduana—; ¿Quién va?" ¡Ah, cómo destroza a Jonás esa inofensiva pregunta! Por un momento, casi se vuelve para escapar otra vez. Pero se domina. "Quiero un pasaje para Tarsis en este barco; ¿cuándo zarpa?" Hasta entonces, el afanado capitán no había levantado los ojos hacia Jonás, aunque lo tiene delante; pero en cuanto oye su hueca voz, dispara una mirada de escrutinio. "Zarparemos con la próxima marea", contesta por fin con lentitud, sin dejar de mirarle atentamente. "¿Antes no?" "Ya es bastante pronto para cualquier hombre honrado que vaya como pasajero." ¡Ah, Jonás! Ahí tienes otra punzada. Pero rápidamente hace que el capitán se aparte de esa pista. "Zarparé con usted —dice—. ¿Cuánto cuesta el pasaje? Pagaré ahora." Pues estaba escrito precisamente, compañeros, como si fuera una cosa para no pasarlo por alto en esta historia, "que pagó su pasaje" antes que la nave se hiciera a la vela. Y tomándolo con el contexto, esto está lleno de significado.

»Ahora bien, compañeros, el capitán de Jonás era uno de esos cuyo discernimiento descubre el delito en cualquiera, pero cuya codicia lo denuncia sólo en los pobres. En este mundo, compañeros, el Pecado, si paga el viaje, puede ir libremente, y sin pasaporte, mientras que la Virtud, si es pobre, es detenida en todas las fronteras. Así que el capitán de Jonás se prepara a poner a prueba su bolsa, antes de juzgarle abiertamente. Le cobra tres veces más de lo acostumbrado, y él lo acepta también. Entonces el capitán sabe que Jonás es un fugitivo, pero al mismo tiempo decide ayudar una huida que cubre de oro su retaguardia. Sin embargo, cuando Jonás saca la bolsa tranquilamente, prudentes sospechas molestan todavía al capitán. Hace sonar cada moneda para encontrar si hay alguna falsa. No es un falsificador, en todo caso, murmura; y Jonás queda acomodado para el viaje. "Señáleme mi camarote, capitán —dice entonces Jonás—. Estoy cansado de viajar y necesito dormir." "Tienes cara de ello —dice el capitán—: aquí está el sitio." Jonás entra y querría encerrarse, pero la puerta no tiene llave. Al oírle que palpa aturdido allí, el capitán se ríe en voz baja para sí, y murmura algo de que las puertas de las celdas de los prisioneros no se permite nunca que se cierren por dentro. Vestido y polvoriento como está, Jonás se echa en la cama, y encuentra que el techo del pequeño camarote casi descansa en su frente. El aire está denso, y Jonás jadea. Luego, en ese oprimido agujero, hundido además por debajo de la línea de flotación, Jonás siente como un heraldo el presentimiento de la hora sofocante en que la ballena le encerrará en la más pequeña de las divisiones de sus tripas.

Moby DickDonde viven las historias. Descúbrelo ahora