La batalla de Cirrnia: Los últimos de otro mundo

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—¿Escuchaste todo lo que dijo, señor de la tormenta? —pregunto el hombre frente a mí.

Xartos, el emperador de fuego. Más allá estaba una mujer, él la había llamado Zonya, si era su compañera significaba que también era una de las dioses elementales.

Mi suerte definitivamente era pésima, esos cuatro eran los últimos con los que me hubiera querido encontrar. Y delante mio habían dos de ellos.

Pero no había tiempo para quejarse, Clarisse estaba acostada en una cama cercana, debía tomarla y salir de ahí antes de que algo malo pasara. Si podía, también me llevaría a la otra joven, pero mi amiga era mi prioridad.

—Zonya, toma a las jóvenes y sácalas de aquí —dijo Xartos, como si hubiera leído mis pensamientos—. Déjalas donde las puedan encontrar, pero asegúrate de que no te vean.

—Está bien —respondió la mujer y se dirigió hacia donde estaba Clarisse, tomó a ambas bajo su brazo y abrió un boquete en el suelo, en el cual salto.

Eso sería suicida para casi cualquiera, pero como vi que Xartos se encontraba calmado, significaba que sabía lo que hacía.

—¿Porque? —A pesar de lo  duró de mi tono, la pregunta era sincera—. Planeas matar a todos, ¿porque salvarlas?

—Si, mi meta es liberar a los dioses y cuando pase, todos morirán —me contestó encogiéndose de hombros. Luego, arrastrando por un pie el cadáver de Aurien, se dirigió hacia la habitación contigua mientras seguía hablando. Con cautela lo seguí, después de todo no parecía hostil.—. Pero eso no significa que me guste matar. Sólo lo hago cuando es necesario para mis planes. Como en tu caso. Vas a morir, señor de la tormenta, qué de eso no te quede la menor duda.

¡Demonios, si es hostil!

En sus palabras no había ninguna amenaza, era simplemente como si explicara algo obvio. Intente reunir energía mágica para atacarlo, sin embargo parecía como si fuera absorbida nada más la exteriorizaba.

—Ni lo intentes —continuo Xartos, sin darse la vuelta para mirarme—. Acabo de grabar algunas runas sobre las paredes con mi llama. No me puedes atacar.

Era cierto, no me di cuenta cuando lo hizo, pero ahora toda la habitación estaba llena de runas, solo que no se parecían a las que yo conocía.

Si yo no podía usar magia, el tampoco debía. Tome mi espada, dispuesto a cortarlo, pero una muralla de fuego azul se interpuso en mi camino.

—Por supuesto no me afectan a mí. Sería estúpido que así fuera, ¿no crees? Mejor quedate tranquilo un momento, niño tormenta.

Dejo el cadáver junto a mi y se dirigió hacia una especie de consola para derretirla con su llama. De inmediato todas las luces mágicas se apagaron. El lugar, a cambio, fue iluminado por el fuego que él creaba.

—En unos cinco minutos las defensas de la fortaleza desaparecerán. En ese momento el castillo caerá, entonces morirás. Mientras tanto, hablemos.

—¿Cómo sabes que no te atacaré?

—No puedes. Eres demasiado novato en esto.

Un circulo de fuego se encendió alrededor mio y del cadáver de Aurien, pero desapareció casi enseguida, dejando tras de si un rastro de runas grabadas en la roca. En ese momento sentí como una enorme presión me empujaba hacia abajo. Desapareció enseguida, pero ya casi no podía moverme, era como si mis músculos estuvieran agarrotados. Y tampoco podía salir del círculo.

—Asumo que en cuanto las defensas desaparezcan, aquel dragón que peleaba allá afuera atacara la fortaleza contigo o sin ti dentro, ¿cierto? Entonces calmémonos mientras ocurre.

Theria Volumen 2:  El señor de la tormenta.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora