Experimentos.

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Después de poco mas de dos meses de haber visto aquel castillo flotante, por fin arribamos a la última ciudad del reino de las hadas, Milahon. Desde ahí solo faltaba poco para llegar al país de Ahería y a mi destino, la ciudad en ruinas de Sa'lore.

—Odio las ciudades de este reino —se quejo Defnei—. Siempre actúan como si fueran superiores y nos mantienen esperando el paso durante horas. Maldita hadas, incluso prefiero a los elfos, al menos con ellos puedes platicar.

Defnei no exageraba, nosotros entramos al reino de las hadas como cortesía y por esos en los pueblos que pasamos durante la paradas del barco nos trataron con amabilidad, pero generalmente las razas de las hada tenían cierto prejuicio por las demás, por alguna razón ellas se llamaban a si mismas puras.

La prueba era que había una gran fila para entrar a la ciudad, una urbe de maravillosas construcciones plateadas con techos abovedados y ventanales cubiertos por cristales de colores.

Milahon descansaba sobre un risco y para acceder a ella se debían pasar unas escaleras talladas en mármol, en cuya base se erguía un arco de roca azulada con inscripciones Kabil donde esperaban seis guardias fuertemente armados, todos miembros de la raza de las hadas.

En una urbe normal los guardia inspeccionaran a quien quisiera pasar y una vez registrados abrirían el paso, sin embargo los guardias Kabil de esa ciudad solo platicaban entre ellos sin hacer el mínimo caso a la mayoría de los transeúntes, solo dejándolos cruzar tras pasar varias horas.

Cere y los otros guardias de Wingerd me parecieron buenos sujetos, pero el gobernante era un pedante, así que quien sabe.

—Me haré cargo, solo no se separen —les dije.

Por suerte mis amigos Kabils me habían dado un pase, además nos habíamos aseado antes de llegar a los limites de la ciudad, por lo que ya no deberíamos parecer vagabundos como hasta hace unos días.

—Esta bien, solamente... Mirya, por favor quitate esas cosa de la cabeza, te ves bien, pero seguramente ellos lo encontrarán raro —dijo Kinn.

Lo que Mirya llevaba puestos eran lentes, con los que leía unos documentos antiguos.

Una semana antes de llegar a Milahon encontramos otras ruinas, aunque no tan antiguas como las anteriores Ahí no había nada interesante para Kinn o Defnei, pero era un paraíso para mi y Mirya debido información que encontramos. Durante esa exploración me di cuenta lo afortunado que fui al agruparme con ellos, de haber ido solo, seguramente ya habría muerto.

Kinn descubría las trampas gracias a su experiencia, mientras que Defnei se encargaba de inspeccionarlas para desmantelarlas o evadirlas. Mirya descifraban los escritos en las paredes para encontrar puertas secretas o el camino de salida de algunos templos y Delia... Delia sabia cocinar, mas que eso no podía pedir.

Pero bueno, durante la exploración de un templo en aquellas ruinas encontramos documentos perdidos de la antigua secta de los iluminados. En esos textos se especificaba como crear elixires para sanar mas rápido las heridas, el descifrado de  más runas y lo mas importante, la fabricación de una máquina especial para comunicarse, justo como la que me había descrito Claire que quería construir su padre.

El problema eran los componentes, ningún de los que mencionaban aquellos escritos los conocía, pues hacia mucho que se habían agotado en cuanto le dije eso a Mirya, ella me sonrió y comenzó a hablarme como una maestra a su alumno.

—Hill, ¿Sabes exactamente como funcionan las runas? —me preguntó.

Sabia mas o menos que eran para dar instrucciones a la magia y que funcionaban mejor si la tinta era creada de materiales específicos, pero no mucho más.

Theria Volumen 2:  El señor de la tormenta.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora