Capítulo 46: Recuerdos manchados

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—Sé que no te encuentras muy bien que digamos, pero, por el bien de todos, tenemos que hacer esa ceremonia hoy —Ethan me habló sin despegar sus ojos del sendero rocoso.

Había transcurrido más de quince minutos desde que salimos de la ciudad y cerca de cinco a partir del momento en que nos desviamos de la carrera principal. Delante de nosotros estaba el carro de Bonnie y detrás estaba mi auto conducido por Jamie. A nuestro alrededor sólo había vegetación. No sabía con certeza a dónde nos dirigíamos, pero supuse que estábamos adentrándonos en los bosques aledaños. Pronto nos detuvimos en medio de la nada.

—Ya llegamos —abrió la puerta para que saliera.

A unos cuantos metros, el resto del grupo estaba reunido; las chicas murmuraban entre sí mientras que Eric alternaba la mirada. Cuando Ethan y yo los alcanzamos, la conversación cesó. No necesité más que ver sus caras para saber que estaban alarmados por mi estado.

—Vamos —Bonnie ordenó.

Caminamos entre los árboles, siguiendo a la autora del plan, y nos detuvimos al llegar a una pradera. El césped era verde y frondoso, el sol se estaba poniendo entre un conjunto de colinas que se levantaban a lo lejos y varios pájaros revoloteaban en el cielo. Todas esas condiciones hicieron que el lugar se asemejara a un paisaje de ensueño sacado de una obra de arte, sin embargo, mis ojos estaban cubiertos por un velo gris que me impedía ver más allá de lo que estábamos a punto de hacer: enterrar, para siempre, a la persona que más había amado.

Miré alrededor y me di cuenta de que los chicos estaban enfocados, de lo más tranquilos, en sus propias tareas. Ethan estaba cavando un hueco con una pala, Eric estaba sentado en el suelo cargando un cofre negro y las chicas estaban ayudando a decorar el interior con pañuelos rojos. Finalmente, Andrea metió la hermética urna de madera dentro del baúl y todos se sentaron formando un círculo.

—¿Alguien quiere empezar? —preguntó Bonnie.

Andrea alzó la mano y, sin esperar más órdenes, metió un par de pendientes dentro del cofre.

—Dhasia me los regaló —contó cabizbaja, pero con una leve sonrisa en el rostro—. Recuerdo que estábamos viendo un reinado de belleza cuando una modelo apareció usando unos preciosísimos pendientes de zafiro. Le conté que quería utilizar algo parecido el día que recibiera mi primera corona. Hace unos meses, en el camerino, me los entregó: unos aretes iguales a los que habíamos visto.

Jamie se sumó con una pequeña bandera LGBT.

—Cuando estábamos el campamento de verano, Dhasia me levantó en la madrugada para contarme que había se besado con otra chica por primera vez —miró brevemente a Ethan—. Ella se asustó porque no dije nada, pero en mi mente estaba agradeciendo no ser la única que se sentía de esa forma, ¿saben?

Todos sonrieron satisfechos.

—Gracias por traer a colación lo del campamento —Ethan dijo con buen semblante. Jamie, Andrea y Bonnie soltaron una pequeña risilla mientras que los chicos se limitaron a mirar al piso con nostalgia—. Como saben, conocí a Dhasia y a ustedes allí. Creo que eso no habría sucedido a Jessica y a mí nos hubiesen asignado a otro equipo, así que traje una insignia de la Casa Alfa —metió una medalla dorada con una inscripción que no alcancé a leer.

—Aquel fue un buen verano —dijo Andrea.

Bonnie se inclinó para dejar un bolígrafo fino dentro del baúl.

—Pertenecía a Dhasia —contó con las mejillas sonrojadas—. Se lo robé a unos cuantos días de conocerla. Para ese entonces, mi manía de tomar cosas ajenas era reciente. Me sentía tan culpable que le confesé todo, pero ella me dijo que estaba bien, que tenía otros lapiceros y que podía quedármelo —evocó una sonrisa—. Hizo parte de mi colección hasta hoy… Hoy regresa a ti, Dash.

SERENDIPIA PARTE II: DHASIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora