Capítulo 37: Moretones

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Manejé de camino a la oficina de Marcela mientras Dhasia llamaba a Alfredo. Sin darle mayores detalles, le contó que estaba conmigo y que necesitaba que la cubriera durante unas horas. Supuse que el senador ya le había contado que me despidió porque hizo énfasis en que debíamos tener mucho cuidado. Insistió varias veces en que le dijéramos donde estábamos para que pasara por nosotras, pero mi novia siguió mi consejo y le sacó el cuerpo como pudo.

-¿Estás segura de que debemos desconfiar de Alfredo? -preguntó tras colgar-. En estos dieciséis años, ha tenido mil oportunidades para delatarme con mi padre y nunca lo ha hecho.

-No dudo de su lealtad, pero lo que vamos a hacer no es cualquier cosa... Es mejor involucrar a la menor cantidad de personas -ingresé al parqueadero del edificio.

-¿Entonces qué hacemos aquí?

-Marcela quiere lo mismo que nosotras -me detuve y me quité el cinturón-. Además, sabe qué hacer y tiene contactos.

-Pues no me siento cómoda contándole mis asuntos a esa mujer.

-Dhasia, no seas tan dura con ella. Ha sufrido mucho por culpa de tu padre. Es normal que se muestre renuente contigo cuando cree que eres la hija legítima de su matrimonio.

Torció los ojos y se desabrochó el cinturón con afán.

-Tal vez si le dijeras que... -continué, pero ella me interrumpió.

-Ya hemos hablado de eso -se bajó del auto y cerró la puerta.

Tuve que apurarme para alcanzarla. Ella estaba cruzada de brazos, recostada contra las puertas del ascensor y con el ceño fruncido. Me acerqué sigilosamente y acaricié su mejilla.

-Te prometo que todo va a estar bien.

Removí el cartel de mantenimiento, metí la llave en la cerradura, di tres vueltas y, segundos después, las puertas se abrieron. En el trayecto al piso de Marcela, noté que mi novia estaba algo tensa. Para calmar los ánimos, hice un par de bromas respecto a su atuendo. Como nuestra visita era improvisada, tuvo que cubrir todo su cabello con un gorro de tela que mi mamá solía utilizar para limpiar el polvo que se acumulaba en el carro. Eso, sumado a sus grandes gafas de pasta, la hacían parecer un pequeño niño de trece. Me gané más de un codazo por dármelas de graciosa, pero al menos conseguí que se riera.

Cuando las puertas del ascensor volvieron a abrirse, me percaté de que la secretaría de Marcela estaba guardando sus cosas en una caja de cartón. Estaba tan concentrada en lo que hacía que no se molestó en despegar sus ojos del escritorio; desde donde estaba, nos informó que no estaban atendiendo.

-¿Qué sucede aquí? -le pregunté tras acercarme.

Al escuchar mi voz, alzó su cabeza y entreabrió la boca.

-Marianne, menos mal que estás aquí -se colocó de pie con un inesperado vigor y agarró mi mano. Teniéndola de cerca, noté que sus ojos estaban llorosos-. Tal vez tú puedas hacerla entrar en razón. Es una locura... una completa locura.

-¿De qué estás hablando? -pregunté confundida.

-¿Aún no lo sabes? -me miró extrañada-. Marcela quiere cerrar la página web, vender la oficina y despedir a todos.

Solté un gran suspiro.

-Hablaré con ella.

Le hice una seña a mi novia para que me siguiera hasta la oficina de mi jefa. Juntas abrimos la puerta. Adentro nos encontramos con que ya no había cuadros, muebles y adornos. Lo único que quedaba era una silla, donde Marcela estaba sentada, y el escritorio, donde tenía sus pies acomodados en posición diagonal.

SERENDIPIA PARTE II: DHASIAWhere stories live. Discover now