Capítulo 34: Sin remordimientos

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Como no recibí respuesta, me bajé del auto y entré la cafetería. Las mesas estaban desocupadas, así que pude escoger una que quedaba lo más lejos posible de los ventanales de la entrada. Casi enseguida, una mesera de treinta y tantos se acercó para tomar mi pedido. Le eché un rápido vistazo al menú y pedí un buñuelo de maíz con una taza de mocachino. Hasta ese momento era la única cliente en el lugar, por lo que recibí mi comida en un par de minutos.

Intenté seguir el consejo de Dhasia de comer, leer algo y relajarme hasta que me contactara. Pero a medida que el restaurante se llenaba de clientes, más difícil se hacía cumplir esa tarea. Miraba a cada cliente masculino que estaba solo de forma disimulada y me preguntaba si era alguno de nuestros persecutores. Era ridículo porque ni siquiera sabía cómo lucía el que me estuvo siguiendo en las últimas semanas: lo único que sabía era que era un hombre contextura promedio con un casco verde. De encontrarse allí, jamás lo habría reconocido.

-¿Desea algo más, señora? -la mesera me preguntó de nuevo.

Demorarme más de una hora comiendo y dos releyendo el mismo periódico, además de llevar puesto un abrigo rojo intenso que relucía a metros de distancia, no era precisamente la mejor estrategia si lo que quería era pasar desapercibida.

-No, así estoy bien -miré mi reloj de mano y, de repente, sentí la necesidad de explicar mi estancia en el lugar-. Estoy esperando a la hora de mi entrevista.

-¿Trabajará en el colegio?

Asentí con la cabeza a la vez que me arrepentía de haber dicho eso. La señora parecía interesada en saber más, pero otro cliente la llamó y tuvo que irse a su mesa. Aproveché la soledad para sacar el celular y revisar mi bandeja de mensajes una vez más.

-Vamos, Dash -murmuré para mí-. Ya son las diez en punto, ¿dónde estás? -miré a los demás clientes y suspiré al darme cuenta de que hablar sola tampoco me ayudaba a mantener un perfil bajo.

Puse el celular sobre la mesa y volví a agarrar el periódico. Leí por enésima vez los titulares. Con tan sólo leer la primera frase, ya sabía de qué se trataba la noticia entera. Cuando iba a pasar a la segunda página, mi celular empezó a vibrar. Tenía un mensaje de texto que decía: Ya puedes entrar. Contuve mi grito de felicidad y caminé hasta la caja para pagar lo que había consumido. Entonces, a paso acelerado, me dirigí hacia la entrada del colegio.

Le di mis datos al portero y le dije que quería averiguar el plan de estudios de la institución. Evité entrar en detalles porque tenía en su poder el documento donde aparecía mi nombre y mi edad verdadera. Ante cualquier incongruencia, sólo bastaba con oprimir el botón de seguridad y todo se iría a la basura. Después de casi cinco minutos escribiendo en silencio en su computador y alternando para verme, el portero me permitió entrar. De camino a la rectoría, le escribí a Dhasia para avisarle que ya estaba adentro. Lo último que recibí de su parte fue un mensaje que decía: el plan comienza ya.

-Buenos días. ¿En qué puedo ayudarla? -preguntó la secretaria, una rubia de aspecto pulcro e impecable.

-Quisiera hablar con el director del colegio sobre el plan educativo y los requisitos para inscribir a mi hija.

-¿Cuál es su nombre?

-Katherine Santo Domingo -el nombre no fue improvisado. Me dejaron claro que debía utilizar dicho seudónimo porque, al tratarse de un colegio tan elitista, tener un apellido importante era determinante para recibir un trato exclusivo.

-Permítame guiarla hasta la oficina del Señor Griffin -dejó su puesto y me llevó hasta el despacho-. Puede tomar asiento y esperar mientras me comunico con el director.

SERENDIPIA PARTE II: DHASIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora