Capítulo 27: Hebras de cabello

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De todas las personas en el mundo, que Marcela fuese la madre de Dhasia era algo absurdo. Intenté convencerme de eso recordando que ella me contó que había dado a luz a un niño y que Charles se había deshecho de él. Sin embargo, las pruebas de sexo fallan y las personas mienten. Que esos dos factores se juntaran era algo muy remoto, pero no imposible. Necesitaba saber, por lo menos, en qué año ocurrió su embarazo para poder descartar de una vez esa mínima posibilidad que no dejaba de rondar en mi cabeza. Por esa razón, me dirigí a la oficina de Marcela con la excusa de saber si había encontrado algo importante en los documentos.

—Ese malnacido está protegido desde la punta del cabello hasta las uñas de los pies —refunfuñó de mal humor—. No tenemos nada que no sea circunstancial. Dios, la impotencia que siento ahora mismo me está haciendo perder la cabeza.

—Te entiendo —saber que mi novia era maltratada por alguien que, en lugar de estar tras las rejas, era elogiado por la opinión pública, me estaba sacando de quicio.

—¿Qué haces aquí? Pudiste haber llamado —sacó una botella de whisky ya empezada y se sirvió un trago delante de mí.

—Quería hacerte una pregunta.

—Adelante.

—¿Por qué no le pediste a Dhasia que copiara los archivos del año en que diste a luz? —procedí con cautela.

Puso el vaso de vidrio sobre la mesa con tanta fuerza que parte del líquido se derramó en su escritorio.

—¿Qué crees que hubiera encontrado? ¿Un contrato de prestación de servicios en robo de recién nacidos? —espetó con sarcasmo—. ¿Una consignación bajo el asunto “gracias por matar a mi hijo”?

—Lo siento —fue lo único que pude decir.

—No, yo lo siento —cerró los ojos y se hizo un masaje en la sien—. Dios, tengo un dolor de cabeza que me está matando. Llevaba años sin beber Etiqueta Roja.

—¿Quieres que te compre un café?

Negó con la cabeza y bebió las pocas gotas que quedaron en el vaso.

—Cuando me quitaron a mi bebé, prometí hacer justicia —empezó a relatar el resto de la historia—. Conté mi versión de los hechos, la verdadera, a contactos de confianza abogados y fiscales. Todos me dijeron lo mismo: que estaba loca —desvió la mirada a un rincón de la habitación—. Durante más de seis años, estuve buscando pruebas de que Charles orquestó el robo de mi hijo. En ese transcurso de tiempo, me despidieron de un par de trabajos, tuve una pareja que me dejó porque, de nuevo, decía que estaba loca y me convertí en el hazmerreír de los colegas con los que alguna vez trabajé. Entonces entendí que el honorable Charles Waldorf era intocable, e intenté seguir con mi vida.

Hizo una amarga pausa para aclarar la garganta con más alcohol.

—Creé la estúpida página de rumores que me sacó de la quiebra y abandoné toda esperanza de lograr justicia. O al menos hasta que me enteré que tenías contacto con él —me miró—. La cuestión es que, Marianne, no quiero hacerme falsas esperanzas. Nadie me creyó hace dieciséis años y nadie me creerá ahora. Por eso necesitamos pruebas factibles… pero cada vez parece más difícil.

Asentí mientras en mi mente repetía el número dieciséis.

—Las conseguiremos —atiné a decir.

—Claramente no contigo aquí.

Entendiendo que no estaba de humor, me puse de pie y me acerqué para despedirme con un beso. Mientras me acercaba, se me ocurrió algo que revelaría si Dhasia era su hija o si él había dejado embarazada a más de una mujer en aquella época. En nuestro segundo beso, arranqué una hebra de su cabello fingiendo que se había enredado en mi reloj. Ella soltó un quejido de dolor y tomé distancia enseguida.

SERENDIPIA PARTE II: DHASIAWhere stories live. Discover now