Capítulo 41: Atrapada en el hospital

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Cuando Marcela vio a Charles, su rostro se pasmó en una expresión de horror y su piel se puso pálida en cuestión de milisegundos. Él, a su vez, abrió los ojos como dos platos y dejó caer su mandíbula. Ninguno podía creer lo que estaba viendo. Mi mamá, más confundida que antes, alternó sus miradas entre Dhasia y yo buscando una explicación, pero nosotras estábamos tan perplejas como los dos enemigos reunidos.

—¿Entonces? —preguntó la enfermera.

Marcela dio media vuelta y se fue corriendo. La enfermera, apenas captando la tensión, salió de la habitación sin decir nada.

—¿Qué hacía ella aquí? —Charles cuestionó. Sus músculos estaban tensionados y sus ojos transmitían una carga de rabia tan fuerte que me hizo sentir pesadez.

Dhasia recogió sus brazos, se inclinó adelante y se quedó muda.

—No lo sé —contesté ganándome la atención de todos—. Nunca antes la había visto. A lo mejor estaba en la sala de espera, vio cuando los médicos me trajeron y quiso cotillear un poco.

Charles alzó una ceja.

—Qué extraño.

—Muchas personas tienen costumbres retorcidas, ¿no?

—¿Acaso la conoces? —le preguntó mi mamá.

—No —desvió la mirada a su hija—. Creo que ya debemos irnos. Edward se fue de fiesta, y ya sabes que tu mamá se pone nerviosa.

Empuñé mis manos al imaginar lo que ese desgraciado le haría cuando volvieran a la mansión. Quería impedirlo, quería decir lo que sabía, quería pedirle a mi mamá que llamara a la policía de inmediato. Quería hacer cientos de cosas, pero mi novia se puso de pie y lo siguió hacia la puerta en total sumisión. Antes de atravesar el umbral, Charles sacó una rosa blanca de su maleta y la colocó sobre mis piernas. Los pétalos eran voluminosos, el tallo era largo y aún tenía las espinas: justo como la rosa que lanzó el sepulturero antes de enterrar a Atlas.

—¡No! —exclamé a la vez que intenté quitarme todos los cables y tubos que estaban conectados a mi cuerpo.

Mi mamá, entre asustada y preocupada, me sostuvo.

—¿Te duele algo? ¿Llamo a la enfermera?

—¡No lo entiendes! —forcejeé hasta liberar mis brazos—. Él es peligroso. ¡Debemos impedir que se la lleve! —hablaba tan fuerte que algunos transeúntes se detuvieron a observar lo que estaba pasando.

—¿De quién hablas?

—¡De Charles! —arranqué la cinta que resguardaba el catéter de mi brazo y jalé el tubo hacia afuera. Apoyé mis pies en el suelo e intenté sostenerme, pero en cuestión de segundos caí de rodillas.

—Marianne, por favor, para —intentó acercarse, a lo que respondí dando manotazos.

—¡Haz algo, joder!

Corrió hacia la puerta y, en lugar de perseguir a Charles, oprimió el botón de emergencia. Casi de inmediato, una enfermera respondió al llamado. La mujer intentó estabilizarme, pero empecé a dar patadas en el aire. Pronto, la habitación se llenó de gente y me vi rodeada por un grupo de enfermeros y doctores. Sentí que el aire se escapaba de mis pulmones, así que agaché mi cuerpo para respirar entre los pies de la multitud. Una doctora envolvió sus brazos alrededor de mi pecho y me alzó mientras que los demás la ayudaron sosteniendo mis extremidades. En ese punto, ya no podía resistir; estaba tan abrumada por como mi cuerpo reaccionaba que no pude mover un solo músculo. Lo siguiente que sentí fue un líquido abriéndose paso por las venas de mi brazo y provocando que mi visión se volviera borrosa.

SERENDIPIA PARTE II: DHASIAWhere stories live. Discover now