Capítulo 19: Las verdaderas intenciones

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Al día siguiente.

Intenté buscar información sobre las ex novias de Dhasia, pero no sabía por dónde empezar sin tener ninguno de los nombres, por lo que tuve que recurrir a Marcela. En un principio no quería hacerlo porque pedirle su ayuda causaría preguntas que tendría que responder con mentiras, sin embargo, tenía la corazonada de que había algo detrás de todo eso y, para descubrir qué era, necesitaba su ayuda. Antes de ir a la universidad, me pasé por su oficina y le conté pedazos de la charla que Dhasia y yo tuvimos horas atrás. Omití, por supuesto, el hecho de que éramos novias. Marcela no mostró incredulidad acerca de la historia, simplemente me dijo que me avisaría cuando consiguiera algo. Cinco horas después, recibí una solicitud de videollamada.

-¿Qué conseguiste? -pregunté tras ocupar una en el comedor. A esa hora, la zona estaba vacía y podíamos hablar sin problemas.

-Estas chicas fueron un hueso duro de roer -exhaló agotada-. Logré encontrar sus nombres, pero parece que han vivido toda su vida en un búnker bajo tierra. No redes sociales, no correos electrónicos... Es extraño en alguien de su edad, ¿no crees?

-Así que no encontraste nada.

-Eso no fue lo que dije -sonrió a medio lado-. Empecemos por la instructora del campamento. Jessica Marín es una chica de clase baja con padres divorciados. Asumo que estaba en ese campamento por su padre quien trabajaba como conserje. Tengo unas fotos de ella con la hija de Charles, ¿quieres verlas?

Negué con la cabeza.

-Continúa, por favor.

-Al finalizar el verano, se mudaron a la otra punta del país. Ahora tienen una casa propia ubicada en un sector lujoso. Su padre trabaja como contador para el alcalde de la localidad y ella estudia Medicina en una de las mejores universidades.

-Aceptó el soborno -concluí con pesar.

-Y lo hizo con justa causa. No te imaginas cuántos trabajos tenía ese señor con tal de poder llegar a fin de mes.

Me contuve para no responderle de forma visceral. Dhasia era más valiosa que cualquier cantidad de dinero; no había ninguna razón que pudiera justificar abandonarla sin siquiera darle la cara.

-¿Qué encontraste sobre la otra chica?

-Ese es un caso diferente -comentó con más seriedad-. Ella se llama Paula Reich. Su padre era un magistrado con inversiones bien jugadas. Su madre tenía su propia empresa. Yo estimaría que su familia tenía el doble de dinero que Charles.

-Si no la compró con dinero, ¿entonces con qué?

Guardó silencio mientras examinaba sus palabras.

-Hace un año, su papá murió un atentado de camino a casa. Dos hombres en moto lo persiguieron y le dispararon a quemarropa. Casi enseguida, su familia vendió todo y se fue a Argentina.

-No estarás insinuando que el senador tuvo algo que ver, ¿o sí?

-Charles y él no tenían relaciones diplomáticas. Se rumoreaba que el magistrado quería iniciarle una investigación. Si el atentado fue obra suya, habría matado dos pájaros de un tiro.

-¿Lo crees capaz de matar a alguien? -pregunté sorprendida.

-Estoy segura de que así fue.

Estaba perpleja por la determinación con la que lo afirmaba.

-¿Por qué no me advertiste antes de trabajar con él? -le reclamé enojada-. Marcela, no sólo soy yo. Mi mamá también está involucrada en esto. ¡Ella es su asesora de campaña! Si Charles se entera de lo que estamos haciendo...

-Tranquila -me interrumpió.

-¡No! -espeté en voz alta-. O me dices lo que sabes o renuncio. No puedo seguir en esto sin saber con quién estoy tratando.

Suspiró en un semblante decaído.

-Ven a mi oficina. Aquí te contaré todo.

Agarré mis cosas y me dirigí al parqueadero. Tenía clases en media hora, pero en ese momento era más importante hablar con Marcela y conocer, de una vez por todas, el lado oscuro que Charles Waldorf escondía bajo su traje y corbata. Minutos después, llegué a mi destino. Tenía tanto afán que ignoré a la secretaria y entré la oficina sin antes anunciarme. Cualquier otro día, Marcela me habría regañado, pero esa vez, apenas me vio, me pidió que tomara asiento. Su tono de voz era serio y se notaba tensa.

-Espero que entiendas que para mí esto no es chisme -le hice saber-. Necesito saber por qué aseguras esas cosas sobre él y por qué estás empeñada en hacerle daño.

Mi jefa asintió y procedió a contar.

-Todo empezó hace muchos años cuando yo era una periodista novata y Charles no era ni la mitad de poderoso de lo que es hoy. Él tenía una carrera prometedora en la política y mi jefe me pidió que le hiciera una entrevista -me miró-. Estaba feliz porque era mi primer trabajo importante -sonrió con ironía y sus ojos se cristalizaron-. Si hubiera sabido que...

Hizo una pausa para recobrar fuerzas.

-Él estaba muy ocupado, por lo que realizamos las sesiones en su oficina en horas de la noche -continuó contando-. Nos caímos bien enseguida. Charles era más amable y elocuente que las personas con las que había trabajado -bajó la mirada a su escritorio-. En el tercer encuentro, terminamos con la entrevista y destapó una botella de vino tinto para celebrar.

A esas alturas, podía imaginarme hacia donde se dirigía eso. Marcela volvió a tomar aire y siguió con la historia.

-Empezó a seducirme y yo caí en su encanto -gestos de asco se apoderaron de su rostro-. Tuvimos sexo... y quedé embarazada.

-¿Qué? -pregunté sorprendida.

-Fue algo de una sola noche. Él estaba casado, así que decidí no contarle sobre mi embarazo. Meses más tarde, se enteró por su propia cuenta e intentó convencerme de que abortar era lo mejor.

Hace unos días, el senador estaba castigando a su hija severamente por defender el aborto en público cuando, años atrás, él mismo había intentado persuadir a una mujer joven e ingenua para que terminara su embarazo. ¡Vaya ironía!

-Tenía muchas razones para aceptar, pero no lo hice -me miró a los ojos-. Le aseguré que no iba tras su dinero ni quería armar un escándalo público para ganar fama. Lo único que quería, era tener a mi hijo -las lágrimas resbalaron por su mejilla-. El día que parí, un hombre entró al hospital y tomó a mi bebé -apretó sus puños con fuerza-. Unas semanas después, me llegó un sobre con dinero y una nota que decía: No podía permitirme dejar cabos sueltos. Si intentas decir algo, terminarás como tu hijo.

-Dios mío -murmuré asombrada.

-¡Ese hijo de puta mató a mi pequeño! -golpeó la mesa-. Me desperté de la anestesia y ya no estaba. Ni siquiera pude ver su rostro. Todo el tiempo me preguntó cómo luciría ahora, cómo sería su voz, cómo... -se recostó en su escritorio y rompió en llanto.

Con lágrimas brotando por mis ojos, me acerqué y la abracé.

-Charles va a pagar por lo que hizo -susurré en su oído tratando de que mi voz no delatara lo afectada me que dejó su relato-. Juntas hundiremos a ese desgraciado.

SERENDIPIA PARTE II: DHASIAWhere stories live. Discover now