—Ya hice mi parte, el resto depende de ti —indicó seriamente dándome la espalda para regresar por donde habíamos llegado. 

—¿Es en serio? ¿Te irás dejándome aquí?

Se detuvo y volvió a mirarme.

—Bromeaba. No podría ser tan cruel dejándote allí sabiendo que posees la destreza de un caracol.

Suspiré, aunque no sé si fue de alivio o frustración. Ya que no podía contradecirlo. No contaba con bases ni argumentos. Lamentablemente él tenía toda la razón.

—Dame un segundo —me pidió y lo vi tomar un corto impulso.

Y como lo había pedido, sólo le bastó un segundo para llegar a mi lado.

—Eres muy ágil.

—Y tú muy impresionable.

Echó un vistazo hacia abajo y sin pensarlo dos veces, saltó. Mis ojos se abrieron por la sorpresa al verlo aterrizar tan firme y seguro de sí  mismo, completamente ileso.

—No podré imitar eso —acoté enseguida.

Ethan volvió a reír. Sólo que esta vez estuve segura que se burlaba de mí y mis incapacidades.

—Sólo trata de deslizarte poco a poco, yo te recibiré.

Dudé.

—Confía en mí —me dijo como si hubiese detectado mis dudas.

Lo vi a los ojos por unos cuantos segundos.

—De acuerdo —le dije.

No tenía ninguna otra opción. De cualquier forma debía atreverme. Empecé a deslizarme un centímetro a la vez. Pronto sus manos y brazos sujetaron mis piernas hasta que me solté por completo y él recibió todo el peso corporal sin molestia alguna. Apoyé mis manos en sus hombros y Ethan me bajó con delicadeza hasta que pisé el césped.

—Lo lograste —dijo con sus ojos fijos en mi rostro.

—Muchas gracias.

—De nada. Espero no tengas problemas con tus padres.

—Seguramente no están en casa. No son ellos los que me preocupan.

—Okey.

Finalmente despegó sus manos de mi cintura y yo me aparté dando un paso atrás.

—Ven, te acompaño a la puerta.

Colocó una mano en mi hombro y caminó a mi lado. Seguidamente, atravesamos el jardín, pasamos junto a la enorme piscina hasta llegar a la puerta posterior de la casa. Todo estaba en completa calma y silencio, lo que me dio la certeza de haber cumplido con el objetivo.

—De nuevo muchas gracias por ayudarme. Te debo una.

—No te preocupes —dijo sin apartar sus ojos de los míos.

—¿Te veré pronto? —pregunté.

—¿Eso quieres?

Escondí mi rostro cuando sentí que la sangre subía y me sonrojaba.

—Tal vez...

—Entonces, tal vez nos veremos —dijo con una media sonrisa que le adornaba sus lindas facciones.

—¿Regresaras por donde entramos?

—Sí.

—Ten cuidado.

—Siempre.

—Tengo que entrar antes que amanezca —le hice saber.

—Sí, no te quito más tiempo —contestó.

Dos VidasWhere stories live. Discover now