Capítulo 3. Ayla

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—¡Alcohol! Habrá bebidas, ¿no? —preguntó una joven con pecas en el rostro que llevaba por nombre Lisa y mostraba una sonrisa pícara.

—Eso ni se pregunta —respondió Ayla con satisfacción.

—Perfecto. El mejor cumpleaños del semestre. ¡Sí! —exclamó Lisa quien alzó las manos como si estuviera ya de fiesta.

Ambas jóvenes se encontraban en una cafetería dentro de la universidad a la que asistían. Comían unas hamburguesas con papas fritas y charlaban con entusiasmo. Ayla, a pesar de que tenía una condición, la misma nunca había resultado en una limitación para celebrar sus cumpleaños. Ni para beber. «Aquellas personas que creen que por tener un impedimento no puedo hacer las mismas actividades que otros, están en lo incorrecto», dijo para dentro de sí. Se encontraban hablando de su cumpleaños con alegría antes del examen de Metodología de la Investigación que tenían en unos minutos.

El examen. Eso le recordó la primera vez que conoció a Lisa hace un año atrás. Su encuentro ocurrió el día en que ella tenía su primer examen de la clase de Introducción a la Psicología y se dirigía a tomar el ascensor cuando se percató de que el mismo no funcionaba. Comenzó a sentirse ansiosa cuando pensó que, si no podía subir al segundo piso, no llegaría al salón y, por ende, no podría tomar el examen. Iba a obtener su primera F. Sin embargo, gracias a la ayuda de su nueva compañera, pudo llegar al salón y tomar el examen al mismo ritmo que los demás estudiantes. Después de ese día, cada vez que las jóvenes se veían en los pasillos se saludaban y hablaban por unos minutos. Poco a poco comenzaron a almorzar y a compartir juntas, hasta que en el presente eran mejores amigas.

Lisa era su mejor amiga y la persona que le ayudaba a menudo cuando no podía abrir una puerta o agarrar algún objeto. A diferencia de algunos compañeros de su clase, Lisa no la miraba diferente. Con ella, Ayla podía estudiar, hablar, reír, llorar, salir... en fin, de todo. Estaba muy agradecida por tenerla como amiga.

—¿Vamos a rajar ese examen hoy verdad? —preguntó Lisa llevándose a la boca el último pedazo de su hamburguesa.

—Seguro que sí. Estamos listas. Vamos por esa A.

—Eso, así me gusta. Positiva siempre.

Una vez terminaron de almorzar, Ayla tomó la acera para dirigirse a su salón de clases, mientras su amiga la acompañaba a su lado y velaba por no recibir un pisotón de una de las gomas de la silla motorizada. Cada vez que la joven intentaba moverse en su silla de ruedas por el campus, debía velar por su seguridad. Y es que muchas veces, la universidad tendía a ser un lugar difícil para moverse. Las calles y las aceras se encontraban rotas y dificultaban la movilidad de la silla. Aun así, hacía lo que podía y con el pasar del tiempo, ya se conocía los mejores lugares para andar en la silla.

Mientras paseaba por las aceras, notaba que los estudiantes le miraban. Para ella, era esperado que cuando alguien ve a una persona diferente, ésta le cause curiosidad. No obstante, en ocasiones, veía en sus miradas y actitudes como la repudiaban. A veces se le acercaban y directamente le preguntaban qué condición tenía. Esto no era una molestia alguna para ella, pues aprovechaba la oportunidad para educarlos. Ésta les respondía que tenía uno de muchos tipos de enanismo. Tenía el síndrome de Morquio's; un tipo de enanismo con deformidad en los huesos. Aunque la mayoría de las veces se encontraba en su silla motorizada, ella podía caminar, pero utilizaba su silla para largas distancias y poder obtener mayor movilidad.

A pesar de las diversas barreras y situaciones que Ayla se encontraba a diario en la universidad, la consideraba su lugar preferido. Cuando se paseaba por los pasillos y veía que compartía el mismo lugar con otros estudiantes, se sentía como cualquier otra joven. Se sentía libre.

Ambas se dirigieron a su salón para tomar el examen. Lisa ayudó a aguantar la puerta para que su amiga pudiera entrar. Al momento en que Ayla iba a cruzar la puerta, una estudiante pasó rápido por su lado chocando con la silla motorizada.

—Nena, estás en el medio. Muévete —dijo con actitud la compañera.

Se quedó mirando a la compañera con una expresión neutral pero luego se acordó de Lisa, quien estaba a punto de decirle algo a la joven grosera. Ayla movió la cabeza de un lado a otro dejándole saber que no lo hiciera. Éstas eran algunas de las pequeñas actitudes que mostraban algunas personas y a las que la joven se enfrentaba a diario. En ocasiones, le daban ganas de pasarle una de las ruedas de su silla motorizada, que, por cierto, muy pesada, por encima de los pies de esas personas. Hasta se imaginó la escena por unos segundos, y mostró una tímida, pero satisfactoria, sonrisa. No obstante, la escena se le borró de su mente pues llegaba el momento en que era mejor dejar pasar las situaciones que no le traían nada significativo a su vida. O al menos, ese era su pensar. Optó por olvidar, se acomodó en el salón y tomó el examen. Cuando terminó, ya su amiga le esperaba afuera.

—¿Cómo encontraste el examen? —preguntó Lisa.

—Creo que salgo bien. ¿Y tú?

—Estuvo bastante fácil. Por cierto, ¿ya tienes todo listo para tu cumpleaños?

—Sí, mamá va a comprar unas últimas cosas antes de venir a buscarme —respondió Ayla.

—¿A qué hora es?

—A las seis de la tarde. Es algo sencillo; entre familia.

—¡Súper! Te acompaño un rato en lo que llega tu mamá a recogerte —dijo Lisa.

Las jóvenes decidieron ir a la placita que se encontraba en medio de la universidad para coger un poco de aire. Siguieron hablando del cumpleaños, de los juegos de mesa que jugarían y las películas que verían en la noche de hoy. Lisa caminaba al lado de su amiga, siguiendo los pasos de la silla motorizada. Mientras andaba, ésta levantó levemente su brazo y con su mano izquierda tocó el brazo de su compañera, en lo que su derecha señalaba al cielo.

De repente, Ayla, al sentir el contacto de su amiga, sintió que se le nublaba la vista. «Una visión», pensó. Su visión fue corta, pero precisa. Observó cómo un joven en bicicleta, y con celular en mano que utilizaba para enviar textos, se acercaba a toda prisa por la carretera. El joven no se percató que Lisa, quien se encontraba mirando y señalando el cielo, estaba cruzando. El joven chocó con ella y Ayla vio el cuerpo de Lisa desplomarse en el suelo.

La visión se acabó. Cuando regresó en sí, se percató que su mejor amiga iba a cruzar en esos momentos.

—Lisa, ayúdame, ¡mi ojo! —gritó.

Fue lo primero que se le ocurrió gritar. En esos instantes, Lisa se viró y se dio cuenta que su amiga había parado. Dio unos pasos hacia Ayla, cuando un joven en bicicleta pasó a toda prisa por detrás de Lisa.

—¿Qué tienes? ¿Te soplo el ojo? —preguntó Lisa sin tener idea de lo que pudo haber pasado.

—Sí, el izquierdo. Me arde. ¿Tengo algo? —preguntó su amiga de vuelta.

—No veo nada —contestó Lisa, mientras soplaba un poco el ojo de su amiga.

—Creo que ya se fue lo que tenía —mintió Ayla.

—Oh. ¿Viste la nube que bella se veía? Parecía un unicornio.

—Sí, hermoso —volvió a mentir.

Ambas continuaron su camino hacia la placita y allí se quedaron hablando y compartiendo, pero la mente de Ayla se encontraba en la escena que había ocurrido hacía unos minutos. Pensó que, quizás, tenía la habilidad de predecir el futuro... y más escalofriante aún, que podía cambiarlo.

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Nota:  Aquí comenzamos a conocer un poco más sobre nuestra protagonista y de su habilidad. ¿Qué opinan? 

Los Inclusivos y la mansión escondida | #1 © [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora