Siempre puede ponerse peor

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—Muy bien. —Sentí una mano en mi cintura, tirando de mí hacia atrás y a regañadientes le permití moverme. Evan se colocó entre los dos, mirándonos de hito en hito—. Esta discusión es completamente inconveniente, ninguno de los dos sabe lo que está pasando así que no comiencen a sacar conclusiones... retrocedan.

Didi suspiró, yo lo imité.

—Evan tiene razón. —Por mucho que me desagradara admitirlo, era verdad—. ¿Amigos? —preguntó Didi, tendiéndome una mano de forma conciliadora. Yo la tomé sin vacilar, incapaz de no sonreír divertida ante su mirada de perrito apaleado.

De acuerdo, había algo en los genes de ese par de hermanos rusos que hacía imposible que una se molestara por mucho tiempo con ellos. ¿Qué podía hacer al respecto? ¿Ir en contra de la naturaleza?

—Claro —murmuré, cuando él llevó mi mano hacia sus labios y me plantó un sonoro, y supongo que caballeroso, beso en el dorso.

Olviden lo anterior dicho, no era genético, ellos simplemente exudaban sex appeal y hormonas cachondas.

— ¡Genial! Ahora vamos a ponerle vida a esto. —Sin darme tiempo de aceptar o negarme, Didi tiró de mí guiándome de regreso a la pista. Con su mano libre le hizo señas al DJ y al instante las luces bajaron, la música comenzó a retumbar en los parlantes y la mirada de todos los hasta entonces confusos invitados, se plantaron curiosas en nosotros—. ¡Es barra libre, maldita sea! ¡Disfrútenlo! —exclamó él de forma repentina. Y fue como si esas palabras activaran algo en los presentes, automáticamente empezaron a moverse y en cuestión de minutos la pista de baile volvió a vibrar.

Didi era muy divertido, locuaz y seductor de un modo completamente natural. Tenía ese tipo de personalidad que hacía que uno buscara complacerlo, por lo que no sorprendía tanto que los invitados siguieran sus pedidos como corderitos bien entrenados. Y yo, por supuesto, no era inmune a su encanto ruso. En menos tiempo de lo que una dama correcta podría admitir, lo tuve pegado a mi espalda, mientras le enseñaba mi gran habilidad de llegar hasta el piso en pleno giro. No muchas pueden hacerlo, dicho sea de paso, así que en verdad me sentía muy orgullosa de ser capaz de ejecutarlo con el estilo y la gracia de una profesional.

Dios, si Erin me viera en ese instante, sin duda estaría orgullosa de mí.

— ¡Wau! —exclamó Didi, cuando me hube incorporado. Sus ojos verdes destellaron con admiración y algo más, algo mucho más primitivo y oscuro—. ¡Me acabas de plantear un reto, pelirroja!

Dejé que me tomara en sus brazos, siendo bastante consciente del modo en que su pierna separaba ligeramente las mías para acomodarnos mejor en la posición de salsa, de cómo su mano acariciaba la parte baja de mi espalda donde el escote pronunciado de mi vestido no me cubría, del sutil jadeo en su respiración mientras acercaba su boca a mi cuello. Pasé mis manos por detrás de su nuca y él me sostuvo por debajo de los brazos, adivinando mi movimiento sin la necesidad de que se lo comunicara. Separé las piernas, dejando que la fuerza de sus músculos me sostuviera e hice un pequeño viaje hacia abajo, rozando cada parte de su perfecto cuerpo en el proceso. Didi volvió a levantarme, para luego pasarme por entre medio de sus piernas y con un giro volvió a colocarme en mi lugar. Solté un pequeño grito mezclado con una risa, al tiempo que él tomaba mi mano y me hacía ejecutar tres giros sobre mi eje para luego inclinarme hacia atrás, al punto en que su cabeza quedó a escasos centímetros de mi pecho.

Jadeé, sintiendo su mano posándose en mi abdomen para ayudarme a incorporarme. La música retumbaba en mis oídos, pero ya no se trataba de salsa y en mi fuero interno lo agradecí. Había olvidado lo mucho que exigía físicamente ese baile. Uno de los pocos que había conseguido aprender, cuando Erin comenzó a practicarlo.

El mito de Daphne (libro II de la serie)Where stories live. Discover now