Capítulo 42

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Naruto luchó desesperadamente contra la cuerda que le retenía, sin apartar su mirada aterrada del conflicto, aun mientras su corazón latía fuertemente. Eran los hombres de Sasuke. Había venido a buscarle. Frenético, lo buscó entre el fragor de la batalla, pero no lo divisó. Tragó con fuerza. Dios, deja que gane. Deja que termine ileso. Sus ojos ansiosos encontraron a Kurama trabado en una mortal confrontación con un guerrero vikingo que, desafortunadamente, conocía muy bien. La ansiedad se convirtió en miedo al reconocer a su oponente: ¡Hidan! Espantado y fascinado a la vez, observó el entrechocar de espadas, y las chispas que saltaban de sus filos con cada golpe salvaje. Kurama peleaba bien, pero doblaba al otro hombre en edad y ya no era rival para la velocidad y la vitalidad de Hidan. Su túnica ya estaba manchada con sangre de media docena de heridas. Gotas de sudor bañaban su frente mientras era empujado inexorablemente hacia atrás. Incapaz de ver dónde ponía el pie, su talón quedó atrapado en una roca y se tambaleó. Perdió el equilibrio durante menos de un segundo, pero fue suficiente. Naruto ahogó un grito cuando la espada de Hidan penetró profundamente en el cuerpo desprotegido de su oponente. Durante un par de minutos Kurama quedó colgando, ensartado en su punta antes de que la espada fuera retirada y a él se le doblaran las rodillas y cayera sobre la tierra. El vikingo se detuvo un momento para mirar a su oponente caído. Luego rió, exultante. Un momento después fue desafiado nuevamente por tres furiosos guerreros que, habiendo visto caer a su líder se lanzaron a obtener venganza. Hidan luchó como un demente, matando a uno e hiriendo a otro antes de que la suerte se volviera en su contra y la tercera estocada de espada traspasara su protección, atravesando las costillas que había detrás. Detenido en medio de su ataque, vaciló y cayó, muriendo antes de tocar la tierra, con la espada aún en la mano y el fantasma de una sonrisa en el rostro. Naruto se estremeció y giró la cabeza.



Sasuke vio a Hidan caer, pero para cuando llegó al lugar, la lucha se había desplazado y el vikingo estaba muerto. Lanzando fieras miradas a su alrededor descubrió a Kurama no muy lejos de allí. El hombre aún vivía, pero su sangre fluía rápidamente de la gran herida que tenía en el costado. Por un momento Sasuke permaneció quieto, mirando furioso a su enemigo caído, sabiendo que le habían frustrado la venganza que tan ardientemente había deseado. Con ojos empañados, el pelirrojo notó su presencia y habló entrecortada y ásperamente:
—Así que ha terminado, vikingo.
—Si, ha terminado.
Sasuke se inclinó y agarró el frente de la túnica del otro—. ¿Dónde está mi esposo? ¿Qué has hecho con él?
—Está ileso.
Kurama tosió y de su boca goteó sangre. Ahora cada palabra le demandaba un esfuerzo.
—Le obligué a venir... pensaba quitártelo pero... es a ti a quien ama.
Hizo una pausa, luchando por respirar.
—Debes... cuidarle.
Siguió una lenta exhalación y luego nada más. Enfrentando la mirada ciega del pelirrojo, Sasuke le concedió una torva sonrisa y apretó el puño alrededor de la empuñadora de su espada.
—Cuidaré de él. Lo juro.
Se incorporó y examinó la escena con la vista en busca de Naruto. Por encima del fragor de la batalla oyó el grito del doncel y entonces al fin le localizó, a no más de dieciocho metros de distancia. La furia se inflamó nuevamente, pero ahora la controló, dejando que alimentara su fuerza mientras se abría camino hacia el doncel a punta de espada, implacable y decididamente, y sus oponentes caían ante él como maíz bajo de la guadaña.
Con el rostro ceniciento, Naruto lo observó aproximarse y, cuando llegó hasta él, su alegría fue ahogada, sumergida en el terror ya que súbitamente le resultó un extraño... ya no era Sasuke, sino un guerrero entregado a la venganza y a la espantosa furia del combate, ennegrecido por la sangre espesa, con una espada humeante y sangrienta, una espada cuya punta desnuda estaba dirigida hacia él. Durante un momento Sasuke permaneció absolutamente inmóvil, y su mirada glacial recorrió la escena apreciando cada detalle antes de encontrar y fijar sus centelleantes ojos en los azules de Naruto. Entonces el hielo se convirtió en fuego. Como paralizado, Naruto lo observó levantar la espada y la vio descender. Con un sólido sonido hueco la hoja mordió la madera, cortando la cuerda que le sujetaba contra el árbol. Naruto se desplomó vagamente conciente del poderoso brazo que le agarró justo antes de que cayera desmayado al suelo.
No tenía idea de cuánto tiempo estuvo tendido allí. Quizás no más de unos pocos instantes, aunque ahora los sonidos de la lucha le parecían apagados y distantes. Había alguien a su lado, acunándole con sus fuertes brazos y un hombre estaba pronunciando su nombre.
—Naruto, mi amor. Mi corazón. Por lo que más quieras, háblame.
Parpadeó varias veces antes de abrir los ojos. ¿Cómo le había llamado?
—¿Sasuke?
—Oh, mi amor. Gracias a todos los dioses. Pensé que te había perdido.
—Viniste a buscarme.
Incapaz de contenerse, Naruto comenzó a llorar y a pesar de estar aferrado a Sasuke, su cuerpo se sacudió a causa de los desgarradores sollozos.
—Shh. Calla, no llores. Está bien. Está bien.
Sasuke le acunó en sus brazos hasta que se calmó un poquito. Mientras lo hacía, notó sus muñecas magulladas y su mirada se endureció.
—Te lastimó.
Naruto negó con la cabeza.
—No son más que quemaduras de las cuerdas.
—Nadie más volverá a lastimarte. Lo juro.
—Oh, Sasuke, me dijo que estabas muerto.
Naruto comenzó a llorar otra vez.
—Dijo que iba a retenerme... que me llevaría por la fuerza. Creí que nunca volvería a verte.
Sasuke sintió temblar su cuerpo por el terror y la repugnancia, y le dio un beso sobre los rubios y revueltos cabellos para confortarle.
—Sin duda no habrás creído que permitiría que otro hombre te robara, ¿no?
Mientras los sollozos atormentaban al doncel, Sasuke apretó la mandíbula presenciando su angustia. Luego, como si eso no fuera suficientemente malo, se le ocurrió otra idea.
—Naruto, el niño. ¿Ha sufrido algún daño?
—No. Creo que está bien.
A pesar de sentirse aliviado, Sasuke sintió frío al pensar en lo que podía haber perdido ese día. En un momento de cegadora claridad entendió que el amor era más fuerte que el odio. El amor hacía vulnerable a un hombre, pero también lo hacía poderoso. Le daba razón y propósito a su vida. Kurama había muerto ese día, pero su batalla hacía tiempo que estaba perdida. La ira se evaporó a la zaga de ese entendimiento y supo que el pelirrojo había hecho lo que cualquier hombre digno de su nombre hubiera hecho... había luchado por su tierra, su familia y por la persona que amaba. El saber que su amor no había sido correspondido debía haber sido ciertamente amargo y de todas formas al final lo había reconocido. Eso también requería cierta cantidad de valor. Con el corazón desbordado, Sasuke dirigió la mirada al rostro de su esposo.
—Te he extrañado, dobe.
Alzando la mirada a través de sus lágrimas, Naruto inspiró temblorosamente.
—Sasuke, ¿podrás perdonarme alguna vez por...?
Sasuke le silenció poniendo un dedo sobre sus labios.
—No hay nada que perdonar. La culpa es mía por permitir que los celos me cegaran.
—Tenías razones más que suficientes para estar enfadado pero nunca tuve intención de traicionarte. Lo juro.
—Lo sé. Como también sé que para mí no habría futuro sin ti. Eres mi vida, Naruto. Mi vida y mi amor.
Luego le aplastó contra  su cuerpo en un fuerte abrazo que no necesitaba de más explicaciones.

Desafiando a mi vikingoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora