Capítulo 14

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Poco tiempo después, Tsunade regresó con Kiba, quien también vestía una capa
gris con la capucha levantada. Se la quitó y ayudó a Naruto a ponérsela.
—Kami quiera que podáis ayudar a Zaku, mi señor.
—Amén. —Naruto deslizó bajo la capa la bolsa de cuero con sus cosas. Era lo bastante pequeña para que nadie la notara. El pelo sin embargo era otra cosa; ni siquiera mirándolo por encima se podría confundir el cabello oscuro de Kiba con los mechones dorados de Naruto.
Se cubrió la cabeza con la capucha y asintió en dirección a sus compañeros. Tsunade se volvió hacia Kiba.
—Tienes que quedarte aquí hasta que volvamos.
—Lo haré. Los niños están bien por ahora. Los he dejado con Akamaru.
Era una buena elección. Puede que Akamaru no fuera un perro muy grande, pero era de confianza y muy inteligente. Naruto sonrió.
—Eso está bien.
—Mi señor, debéis aprovechar esta ocasión para huir. —Kiba le miró muy serio —. Escondéos en el bosque, donde los Uchihas nunca serán capaces de encontraros.
—¿Y dejarte a tí a sus tiernos cuidados en mi lugar?
—Eso no importa.
—Me importa a mí, Kiba. Hemos visto lo crueles que pueden ser y no sería capaz de hacer que nadie volviera a sufrir en sus manos. —Naruto oprimió el brazo de su amigo—. Haré lo que pueda por Zaku y volveré lo antes posible. ¿Te quedarás aquí mientras tanto?
Kiba asintió y Naruto, con el corazón desbocado, salió de allí detrás de Tsunade. El guardia de la puerta les miró, pero no hizo intención de detenerles ya que poco antes había visto entrar a la mujer acompañada de un doncel vestidos de la misma forma. Se alejaron, resitiendo a la tentación de echar a correr, y salieron del edificio. La puerta estaba abierta para permitir las idas y venidas normales y, aunque los guardias estaban pendientes de quienes entraban y salían, no encontraron nada sospechoso en dos criados más que se dirigían a sus tareas.
Sólo cuando superaron los primeros obstáculos Naruto pudo respirar tranquilo. Sin embargo, no podían confiarse demasiado ya que los vikingos también estaban presentes en la aldea. Shino se unió a ellos en la herrería y desde allí tomaron el sendero que llevaba al bosque. La lluvia había amainado un poco, pero el frío era intenso y por ese motivo la mayoría de la gente había buscado refugio. Naruto miró con disimulo a su alrededor, pero no vio señal alguna de ningún soldado de El Fuego. Posiblemente también estuvieran dentro. Por suerte, la herrería se encontraba al final de la aldea y desde allí hasta los árboles sólo había un trecho corto. Mientras caminaban miraron a su alrededor para asegurarse de que no les seguían.
A pesar del posible peligro Naruto sintió que se le aligeraba el corazón al verse de nuevo al aire libre, al respirar el agradable olor a tierra húmeda y mantillo, al ver los brotes de las hojas nuevas en las ramas y el modo en que estas se enroscaban en medio de una nube verde. El bosque contenía una promesa de libertad. El rubio conocía sus rincones secretos, sabía que podía ocultarse allí facilmente y también que no lo haría nunca. Había dado su palabra y no pensaba faltar a ella. De ese modo, siguió caminando con paso seguro por los familiares senderos, hacia su objetivo.
Éste se encontraba a una media legua de los viejos dólmenes, tres monolitos enormes cubiertos por otro, manchados y erosionados, verdosos a causa del musgo y los líquenes, y tan antiguos que nadie sabía cómo habían llegado allí. La cueva que buscaban se hallaba un poco más lejos, en el afloramiento rocoso que había entre los árboles.
Mientras se acercaban fueron reduciendo el paso y Naruto escuchó que Shino silbaba suavemente dos veces. En respuesta a la señal, un hombre salió de la cueva con una espada en la mano. Al ver quién era bajó el arma.
—Shino. Gracias a Kami.
Naruto reconoció al que hablaba, un hombre llamado Greda que había sido uno de los criados de su hermano. Se volvió hacia él e inclinó la cabeza en señal de respeto.
—Mi señor, corréis un gran riesgo al venir aquí, pero os lo agradezco, al igual que a Tsunade. Zaku está muy mal. He hecho cuanto he podido por él, pero no ha sido suficiente.
Le siguieron a través de la estrecha entrada hasta llegar a una cueva más amplia. Bajo la débil iluminación vieron al herido tumbado sobre el duro suelo de tierra. Naruto se arrodilló al lado de su compañera y entre ambos examinaron cuidadosamente al paciente. Conocía a Zaku de vista, pero se le encogió el corazón al verlo tan pálido y escuchar su respiración débil y desigual. El examen de las heridas no sirvió para tranquilizarle. Aparte de una profunda estocada en un costado tenía una flecha clavada en el hombro y todo indicaba que la herida ya se había infectado.
—Hay que sacar esa flecha, de lo contrario no sobrevivirá —dijo Tsunade—. Y aun así no es seguro, teniendo en cuenta la cantidad de sangre que ha perdido.
—Si no lo tratas, morirá —contestó Greda.
Tsunade asintió.
—Así es. —Cogió la bolsa de cuero escondida bajo la capa y empezó a sacar sus cosas.
Tardaron un buen rato en realizar la cura, teniendo en cuenta las limitaciones del lugar y el equipo rudimentario que habían podido llevar consigo, pero al fin terminaron. El herido se había desmayado mucho antes. Naruto dudaba que sibreviviera a la noche. Se volvió hacia Greda.
—Si Zaku muere, no debes quedarte aquí.
Él sacudió la cabeza.
—Si sucede tal cosa buscaré a otros supervivientes fugados y me uniré a ellos, mi señor.
—Ya se ha derramado bastante sangre. Te ruego que te pongas a salvo.
—Si lo hago será sólo para luchar otro día.
Viendo que era inútil discutir, Tsunade y Naruto guardaron sus cosas y se dispusieron a partir. En el exterior el aire era frío y el cielo estaba gris. Fue entonces cuando Naruto se dio cuenta de cuanto tiempo habían pasado en la cueva. Era imperativo que volvieran antes de que les echaran de menos. Se despidieron de Greda y regresaron sobre sus pasos hasta llegar por fin al lindero del bosque. Shino miró a su alrededor para asegurarse de que tenían via libre. No tenía de qué preocuparse: había empezado a llover otra vez y el lugar parecía desierto. En cuestión de segundos reinaría la oscuridad.
Llegaron a la herrería, pensando que encontrarían a Shibi esperando allí, sin embargo el local estaba a oscuras y no había señales del herrero. Naruto frunció el ceño, sintiéndose intranquilo de repente. Aquello estaba demasiado tranquilo. Algo parecido les sucedió a sus compañeros ya que pudo percibir su nerviosismo.
—Marchaos, mi señor —dijo Shino—. No es seguro quedarse aquí.
Estaba a punto de contestar cuando el sonido sordo del metal contra la piedra acalló sus palabras. Antes de que pudiera lanzar una advertencia media docena de siluetas oscuras salió de las sombras del edificio y al momento los tres se vieron rodeados de hombres armados. Naruto cogió aire al reconocer a Suigetsu, que le sujetó con fuerza del brazo y se volvió hacia sus compañeros.
—Coged a esos dos y encadenadlos con los demás.
Apartaron a Shino y Tsunade a empujones. Naruto alzó la vista hacia su captor, con el corazón acelerado, pero la expresión del otro al arrastrarle con él era impasible. En vez de seguir a los otros se desvió hacia las dependencias de las que últimamente Naruto apenas salía. Cuando llegaron abrió la puerta y le empujó dentro. Bajo la débil iluminación del fuego, Naruto vio una alta figura ante la chimenea, que se dio la vuelta al oirlos entrar. A Naruto se le secó la boca. ¡Sasuke!
—Buenas noches, mi señor. Llevo un rato esperando con ansias vuestro regreso. Puede que queráis decirme dónde habéis estado.
Se miraron el uno al otro en silencio durante unos segundos, pero el rubio podía ver la ira reflejada en su cara incluso con la luz del fuego. Palideció, con el corazón golpeando con fuerza contra sus costillas, sin dejar de pensar. ¿Cómo lo había averiguado? ¿Qué desafortunada razón le había traído hasta aquí? No tenía manera de saber qué tipo de información les había sonsacado ya a Shibi y a Kiba, pero el instinto le dijo que no debía mentirle ya que hacerlo empeoraría la situación. Era consciente de la presencia de Suigetsu a su espalda, bloqueando la puerta y eliminando toda posibilidad de huída. Suspiró.
—Tsunade y yo fuimos a ayudar a un hombre herido.
—¿Quién? ¿Dónde?
—El hermano de Shino, Zaku. Resultó herido en la batalla por Konoha y se refugió en el bosque.
—¿Cuántos están con él?
—Sólo uno.
—¿Dónde están?
—Donde los dejamos.
—No sigáis poniendo a prueba mi paciencia, Naruto. ¿Dónde están?
—No puedo decíroslo.
—¿No podéis o no queréis?
—Son mi gente. No voy a traicionarlos.
—Me lo vais a decir —contestó el azabache.
Se fijó por primera vez en el látigo enrollado que tenía al lado y sintió que le temblaban las piernas. Si se manejaba de la manera adecuada, el látigo era capaz de dejar un corte en la madera. Naruto había visto lo que podía hacer en la carne humana. No era posible que Sasuke tuviera intención de usarlo. Observó la expresión de su rostro en busca de una pista que indicara lo contrario pero no la encontró. Entonces recordó la respuesta que él le había dado cuando él intentó escapar y la frente se le cubrió de sudor a pesar del frío. El Uchiha sabía cómo castigar y no vacilaría en hacerlo. Naruto se mordió el labio y apretó los puños para evitar que las manos le temblaran. Pasara lo que pasara no podía traicionar a Zaku y Greda. Por muy terrible que fuera lo que hiciera Sasuke, él jamás le diría nada. Levantó la barbilla y lo miró a los ojos.
—En estos tiempos tan sangrientos soy curandero, señor. Mi meta es salvar a los hombres, no destruírlos. Shino me pidió ayuda y yo se la dí de buen grado, al igual que se la dí a vuestros hombres. Como se la doy a cualquier ser humano que lo necesita. Si eso es un delito, lo siento.
—No, no es delito. Desobedecer mis órdenes sí.
—No sabía que hubieráis ordenado dejar que los heridos murieran.
—No intentéis tergiversar mis palabras, dobe.
—No era esa mi intención, teme.
—Al parecer también tenéis un montón de cómplices complacientes.
—Shino quería ayudar a su hermano. Tsunade y Kiba me ayudaron porque yo se lo pedí. Ellos no son culpables. Si vuestra cólera tiene que caer sobre alguien, ese debería ser yo.
La mirada de Sasuke le quemaba, pero el rubio no se estremeció, aunque por dentró pensó que iba a matarle.
—Puede que acabéis lamentando haber dicho eso.
—Os lo suplico, señor, no les hagáis daño. No tuvieron más remedio que hacer lo que hicieron.
—Lo que es seguro es que os demuestran una lealtad imprudente.
—La lealtad tampoco es delito.
Sasuke apretó la mandíbula, admirado por la osadía de tal respuesta. Tenía que admitir que ese astuto usuratonkachi tenía mucho coraje. Aun siendo plenamente consciente del peligro que corría le había contestado con mucha calma, sin mostrar ningún temor en su firme mirada azulina. Y tampoco le había mentido, aunque sin duda era lo bastante inteligente como para darse cuenta de que él ya les había arrancado la verdad a sus cómplices. En justicia debería haberle tratado como a los demás por su actuación. Y seguía tentado de hacerlo.
Cuando entró en aquella estancia en su busca y se encontró con que Naruto se había marchado, su furia no conoció límites. Kiba, destinatario final de la misma, no tardó en confesar el plan, que fue corroborado en parte por los guardias. Entonces Suigetsu recordó haberle visto hablando con el herrero ese mismo día, al volver del entierro de los muertos de Konoha. Sasuke fue a la herrería con media docena de hombres y al poco ya le había sonsacado a Shibi toda la información que quería. Se tragó la historia del herido, pero no se creyó ni por un momento que Naruto tuviera intención de volver. Había conseguido salir de Konoha sin problemas y seguramente aprovecharía para huir. Aunque estaba claro que tanto Kiba como Shibi tenían una fe absoluta en su regreso. Esa certeza aplacó su furia intensa. Contrdiciendo al sentido común no ordenó que fueran inmediatamente a buscarlr sino que decidió esperarle. Mientras tanto, mantuvo encadenados a los dos implicados en la perrera, junto a los perros, donde no podrían hacer más daño y sí pensar en el destino que probablemente les esperaba.
Naruto se estremeció, incapaz de saber lo que Sasuke estaba pensando.
—Vamos a poner a prueba esa lealtad —dijo él—. Veamos cuanto tiempo resisten a los latigazos. Me parece que no pasará demasiado antes de que vuestros amigos me digan lo que deseo saber.
Naruto palideció y los ojos se le llenaron de lágrimas.
—Por favor, no les hagáis daño. No han hecho nada...
—En ese caso, decidme donde están los fugitivos.
—Deberíais saber que no puedo.
Él se acercó un paso más al rubio haciendo más notable la diferencia de altura. Naruto tragó saliva, pero no se movió, consciente de que Suigetsu estaba justo a su espalda.
—Os lo preguntaré por última vez. ¿Dónde están, Naruto?
Al ver que el rubio seguía callado, Sasuke miró a Suigetsu.
—Ve al salón y averígualo —ordenó, entregándole el látigo al ojivioleta. —Consideradlo hecho, señor.
Naruto oyó salir a Suigetsu con el corazón en un puño, y luego se quedó solo con Sasuke, quien le miraba con aquella expresión que le aceleraba el pulso de un modo muy desagradable.
—Por favor, no lo hagáis —dijo el rubio entonces.
—Si os preocupara realmente el bienestar de los otros, habríais tenido en cuenta las consecuencias de desobedecerme.
—Entonces castigadme a mí, no a ellos.
Los ojos color azul brillaban a causa de las lágrimas no derramadas. Él se preguntó si lloraría, pero lo dudaba. Conocía bien su valor y su orgullo.
—Creedme Naruto, aprenderéis a obedecerme. —Hizo una pausa—. Si intentáis volver a salir de Konoha sin que yo lo sepa, vuestros cómplices responderan con sus vidas. No habrá más advertencias.
Naruto tenía la cara completamente blanca, pero se enfrentó a él, debatiéndose entre el temor y el resentimiento, y escogió sus palabras con cuidado.
—¿Entonces no vais a matarlos?
—Esta vez no, pero su bienestar futuro depende de vos.
—Entiendo.
—¿Sí? —Le atrajo más hacia sí—. Eso espero.
Naruto necesitó de toda su fuerza de voluntad para no retroceder un paso. Sasuke le dominaba con su estatura, que parecía mayor en el limitado espacio. La expresión del azabache le produjo un escalofrío.
—Mientras tanto os quedaréis en estas dependencias hasta nueva orden.
Naruto empezó a darse cuenta de lo que significaba eso.
—Pero, ¿y los heridos? ¿Y Konohamaru y Vekko?
—Deberíais haberlo pensado antes —contestó él.
—Pero, mi señor, yo...
—He hablado. Haréis lo que se os ha dicho. —Su mirada penetrante descubrió el destello de la cólera en los ojos del rubio antes de que la disimulara—. Si no lo hacéis os azotaré hasta casi mataros.
Naruto apretó los puños con furia impotente, pero sabía que de nada le serviría discutir. Con el estado de ánimo que tenía en ese momento, Sasuke era muy capaz de llevar a cabo la amenaza y Naruto ya conocía la fuerza de su mano.
—¿Cuánto tiempo debo permanecer aquí?
—Tanto como yo desee.
Naruto contuvo la tentación de decirle lo que pensaba, sin embargo no se necesitaba ser vidente para leer la rabia reflejada en su cara.
Sasuke levantó una ceja y le observó con mirada especulativa.
—Quizás también debiera llevarme vuestra ropa para asegurarme.
La cara de Naruto reflejó una interesante variedad de emociones. Sasuke sonrió, contemplando el maravilloso y seductor rubor que le subía desde el cuello hasta las mejillas. Entonces esperó. Al ver aquella sonrisa, Naruto supo con total certeza que el muy canalla estaba disfrutando de aquello. Estuvo a punto de insultarle de mil maneras, pero se tragó las palabras que tenía en la punta de la lengua. La verdad era que, sabiendo que él cumpliría su amenaza, no quería provocarle más. Ese teme no tenía ninguna vergüenza.
En realidad, Sasuke se estaba conteniendo. La idea de Naruto sin ropa era embriagadora, pero de momento la dejó de lado. Ya llegaría el momento. Entretanto le dejaría que meditara sobre los inconvenientes de la desobeciencia obcecada. Se dirigió hacia la puerta.
—Que paséis una buena noche, usuratonkachi.
Naruto lo siguió con fuego en los ojos mientras salía y cerraba la puerta. Le oyó hablar con los guardias y luego se hizo el silencio. Durante unos minutos estuvo yendo de un lado a otro de la habitación, lleno de ira y frustración. Le asustaba pensar en el posible destino de sus amigos, pero no se atrevió a intentar averiguarlo. Había estado tan preocupado por ayudar a Zakku y Greda que había puesto en peligro a otros. Intentó razonar, sin dejar de moverse. Cuando se tranquilizó un poco se dio cuenta de que no tenía que temer por Konohamaru y Vekko. Ellos estarían bastante a salvo, ya que seguramente Sasuke no iba a castigar a los indefensos por su culpa. ¡Sasuke otra vez! Todos los caminos llevaban a Sasuke. ¿Podía confiar en él en cuanto a esto? No tenía más remedio que esperar que sí. Se desplomó sobre la cama con ira impotente, dándose cuenta de la terrible realidad. Estaba exactamente donde él quería tenerle y para alegría suya allí se quedaría. Naruto propinó un fuerte puñetazo al colchón, sin saber con quien estaba más enfadado, si con él o consigo mismo.

Desafiando a mi vikingoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora