Capítulo 16

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La esperanza duró poco ya que al día siguiente el Uchiha hizo su aparición en las dependencias. Al oír la puerta abrirse Naruto supuso que era Tsunade, pero cuando se giró vio allí plantado a Sasuke. Por unos instantes se enfrentaron entre sí en silencio. El más alto le escrutó con ojo crítico. Estaba un poco más pálido que de costumbre, pero lo achacó a su estancia forzada dentro de la casa. Por lo demás, no advirtió ningún efecto adverso de la experiencia. Era tan hermoso como le recordaba y, por la mirada en esos ojos gloriosos, muy obstinado. Le hizo gracia. Encerrar a Naruto podría haber restringido su libertad, pero no había acobardado su espíritu en vista de su barbilla alzada de una manera que se estaba convirtiendo en algo familiar para él. ¿Le imploraría ahora para quedar libre? Sospechaba que no. El suplicar no era algo que saliera con facilidad del rubio, al menos no para sí mismo, aunque, en nombre de los demás, podía ser elocuente. Si algo sabía de él, era que se cortaría la lengua antes de pedirle cualquier favor. Era orgulloso y valiente y a cada hora que pasaba más se reconciliaba él con la idea de su boda. El rubio se habría desconcertado al saber que los acontecimientos recientes lejos de haberle hecho cambiar de opinión, habían confirmado su decisión. Incapaz de seguir las reflexiones del vikingo, Naruto empezó a inquietarse bajo ese escrutinio penetrante y fue él quien rompió el silencio:
—¿Había algo de lo que deseabais hablar, señor?
—En efecto. No he tenido oportunidad antes de ahora, he estado ocupado en otros asuntos.
—¿Como el entierro de los muertos?
Sasuke oyó el tono irónico, pero lo dejó pasar.
—Eso fue una parte —reconoció—. En todo caso, eso está hecho y ahora otras cosas tienen prioridad.
Naruto le lanzó una fría mirada inquisitiva, pero no aventuró ningún comentario y se quedó donde estaba, observándole cruzar el suelo hacia él. Había olvidado lo alto que era, lo poderosa de su presencia.
—Es de nuestro matrimonio de lo que hablo —dijo Sasuke.
Las mejillas del rubio perdieron algo de color.
—Nunca conté con que lo hubierais olvidado, mi señor. ¿O tal vez estabais esperando que yo lo hiciera?
Naruto se mordió los labios pero no dijo nada, porque Sasuke había acertado de lleno.
—Lamento decepcionaros, Naruto. Vos y yo nos casaremos mañana.
Las palabras le sentaron como un golpe, pero se recuperó a tiempo.
—No lo haré.
—Vuestro consentimiento sería mejor. Más digno.
—¿Tenéis intención de usar la fuerza, entonces?
—Si tengo que hacerlo —respondió el azabache con suavidad.
Los ojos de color azul ciel brillaban con fría calma, a pesar de que gran parte de Naruto estaba tentada de pegarle y quitarle algo de esa irritante seguridad en sí mismo. Entonces pensó que eso ni siquiera mellaría la superficie. Su arrogancia era tan impenetrable como su armadura.
—¿Creéis que me rebajaría a casarme con un bastardo vikingo? Prefiero morir.
Sasuke contuvo su temperamento.
—Sois excesivamente orgulloso, mi señor, y el orgullo precede a la caída.
Sasuke se acercó. Naruto dio un paso atrás y en ese momento se hubiera dado de bofetadas al ver como se reafirmaba su expresión burlona. La mirada del más alto le recorrió de los pies a la cabeza y frunció el ceño.
—Me gustaría veros con algo más festivo para nuestra boda.
Naruto se había puesto su kimono más sencillo en señal de duelo y el sobrio tono marrón carecía de adornos salvo por la faja que llevaba a la cintura. Evidentemente no fue bien acogido por parte del Uchiha. Picado bajo el agudo escrutinio, Naruto se preguntó si el azabache pensaba que él se iba a poner sus mejores galas en su honor. Si así era, se equivocaba de cabo a rabo. No iba a ponerse guapo para él. Luego se dio cuenta de que Sasuke estaba mirando más allá de él, al baúl junto a la pared del fondo. Sin más ni más, Sasuke cruzó la habitación y quitó la tapa, revelando los kimonos en su interior. Enfurecido, Naruto observó como los sacaba uno a uno, examinándolos críticamente antes de arrojar cada uno a un lado sobre la cama. Azul, verde y malva siguieron en rápida sucesión hasta que llegó al kimono dorado con el cuello y las mangas bordadas.
—Deberéis poneros este por la mañana.
—Estoy de luto, por consiguiente no puedo.
—Mañana os convertiréis en el esposo de un hokage y deberéis estar vestido como corresponde a vuestro rango.
—No puedo olvidarme de los asesinados tan pronto.
—No lo esperaba —respondió el azabache—, pero espero que os pongáis este kimono.
—No lo haré.
La mirada negra nunca le dejó, pero ya no había en ellos sombra de humor.
—Lo llevaréis, Naruto, así tenga que vestiros yo mismo.
Tuvo en la punta de la lengua el decirle que no se atrevería, pero frenó las palabras tras un segundo de reflexión. Supo con certeza que el más alto cumpliría la amenaza. Forzando a su furia a retroceder, le devolvió la mirada.
—¿Hay algo más?
—Sí, lo hay.
Sasuke le atrajo hacia sí. Naruto se quedó rígido. La diversión regresó a la mirada del vikingo mientras miraba al rubio a la cara.
—Podéis luchar contra mí todo lo que os plazca, dobe , pero me besaréis.
—Vaya, sois un arrogante, vanidoso...
Las palabras se perdieron cuando la boca de Sasuke cubrió la suya. Naruto forcejeó, pero no había posibilidad alguna de escapar y él se tomó su tiempo con el beso.
—¡Soltadme! ¿Cómo os atrevéis a tratarme de esta manera, estúpido teme?
—No os soltaré. En cuanto a lo que me atrevo...
Las mejillas de Naruto se tornaron un tono más oscuro que rosa, por el rubor y la cercanía del azabache, el débil aroma del cuero y almizcle. Mirando por el rabillo del ojo fue más consciente que nunca de la cama, ahora cubierta con sus kimonos. Si él decidía forzar la situación, nunca sería capaz de contenerle, siendo como era, muy consciente de que él estaba usando sólo el mínimo esfuerzo para retenerle.
Sasuke le besó de nuevo y la presión de su boca le forzó a abrir la suya. A partir de entonces el beso se volvió tierno y persistente. Naruto se estremeció, pero sus manos dejaron de alejarlo. El pensamiento regresó: nadie le había besado nunca así. Nadie, tampoco, había provocado jamás ese perturbador destello de calor tan profundamente en su interior. Cuando finalmente el azabache se echó hacia atrás, lo vio sonreír, de repente su propia respuesta le consternó. Este hombre era un enemigo. El que hubiera cedido ante su beso le hizo sentirse enfermo, aborreciéndose a sí mismo. Peor aún, lo que al rubio le había dejado destrozado era, claramente para Sasuke, una fuente de diversión.
—Por favor...
—¿Qué podría ofreceros, dobe? —Sus labios le rozaron el pelo, la oreja, la mejilla.
En su desesperación Naruto se separó de él.
—¡Nada! ¡No quiero nada de vos! No quiero nada de vuestra parte. Os detesto.
Sasuke le miró fijamente, pero no hizo ningún intento de abrazarle.
—Hace un momento he tenido una impresión muy distinta.
—Os lo imaginasteis, entonces.
—Os engañáis, dobe.
—No lo hago, teme.
—¿Os lo demuestro?
—¡No! ¡Salid de aquí!
Sasuke lanzó una carcajada. Con la boca seca y el corazón palpitante, Naruto lo vio cruzar la puerta.
—Hasta mañana, entonces, dobe. Doy por sentado que entendéis cuando os digo que permaneceréis confinado hasta entonces.
Naruto le vio irse indignado, miró a su alrededor buscando algo que poder tirarle. No había nada directamente a mano. El elemento más cercano era un taburete de madera a un metro de distancia. Para cuando llegó a agarrarlo Sasuke ya se había ido, pero de todos modos se lo tiró y con toda la fuerza que pudo. Golpeó la puerta con un golpe que resonó por toda la estancia, pero cuando el ruido se desvaneció pudo oír el inconfundible sonido de su risa.





Al ver entrar en el salón a Sasuke, Suigetsu lo miró con curiosidad. Itachi siguió su mirada y sonrió.
—¿Y cómo está el lindo zorrito? —demandó—. ¿Ardiendo en impaciencia por el día de su boda?
Sasuke le devolvió una sonrisa irónica.
—Ardiendo en impaciencia por clavarme una espada en las entrañas.
—Sí, el doncel tiene espíritu, es de esos —dijo Suigetsu.
—Espíritu y belleza —respondió Itachi—. Te llevará algo de esfuerzo domarle, pero le doblegarás a tu voluntad... con el tiempo.
Echó un vistazo al otro lado del pasillo, donde estaba sentado Hidan con un grupo de hombres y su tono se volvió más serio.
—Mantenle cerca, Sasuke. Hidan todavía está escocido por perderle.
—Entonces debería haber tenido más cuidado. El dobe es mío y le guardaré bien.
—Cuida lo que haces, hermano. —Itachi lanzó otra mirada al otro lado del salón—. No tiene sentido invitar a los problemas. Cuando parta, voy a llevarme a Hidan conmigo. Veremos si el señuelo de la tierra y el oro pone su cabeza en otras cosas.
—Es un buen plan —dijo Suigetsu.
Itachi sonrió.
—Encontrará donceles y doncellas de sobra como para mantenerlo ocupado para que sus pensamientos no vuelvan a éste.
—Esperemos que así sea.
—¿Acaso lo dudas?
—Algunos no son fáciles de olvidar.
—No me digas que sientes afecto por el muchacho también.
Suigetsu le lanzó una mirada elocuente.
—Yo ya estoy mayor para semejantes tonterías, pero puedo ver bien. El doncel es hermoso. Atrae los ojos de los hombres como una llama atrae a las polillas.
—No es ningún delito mirar, ¿eh, Sasuke?
—No, hermano. Pueden mirar hasta la saciedad.
—¿Pero no tocar?
—Por lo general no soy de los que pelean por una belleza o dos —dijo Sasuke—, pero a este no lo comparto con nadie.

Desafiando a mi vikingoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora