[III] → Shu Sakamaki ←

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La cabeza te daba vueltas, cualquier lección de ciencias tomada antes alrededor de tu vida, cualquier estándar formado sobre la vida en tu cabeza se había complicado, haciendo que esta te doliera. Aquellas personas... no, aquellos seres eran vampiros, vampiros de carne y hueso y que en verdad existían. 

Suspiraste y te enderezaste sobre el sofá, haciendo una mueca cuando la herida del costado de tu cuerpo punzó. Ya habría tiempo para prestar atención a tonterías como esa y pensamientos como los que te acribillaban a dudas, debías concentrarte en terminar el juego con éxito para poder regresar a tu casa y no aparecer nunca más en la vida de aquellas personas.

Metiste suavemente la mano en la bolsa de objetos, tanteando y ya dejando de buscar por algo en específico. Tus dedos rozaron algo pequeño, realmente diminuto. Con cuidado lo tomaste y jalaste, terminando por sacar unos audífonos para escuchar música.

—Oh, mira mira. —Exclamó Tougo, al parecer alegre—. Quizás esto te guste mucho. ¿Shu? ¿Dónde estás?

—Que ruidoso, de verdad. 

Tus ojos se posaron en el rostro del muchacho rubio y ojos azules que viste dormitar al entrar. Se había sentado en un sofá y ahora bostezaba con pereza, antes de ponerse de pie y meter las manos en los bolsillos. Caminó hasta Tougo y le arrebató con poco cuidado sus audífonos de las manos, se los colocó y comenzó a andar hasta el armario. El señor Sakamaki suspiró, mientras que se quejaba de las actitudes del rubio y te pidió que también fueras.

Con lentitud y pocas ganas de hacer nada, caminaste al armario y una vez que los dos estuvieron dentro, la puerta fue cerrada una vez más, con el recordatorio de que solo tenían siete minutos. Temerosa, te acorralaste contra una de las esquinas del armario, no podías ver nada, pero preferías que Shu decidiera si tener la luz encendida o no, aunque de no tenerla, se hacía mucho más preferible para ti, puesto a que no querías ver sus expresiones al realizar actos tan lascivos contigo ni nada.

El rubio, por su parte, simplemente había ido hasta un estante, había buscado unas velas y las había encendido. De ese modo, todo quedaba en penumbras, pero apreciable y consideraba que era mejor dado que la luz le molestaba en los ojos.

Finalmente, te encaró, viéndote fijamente. Se mantuvo viéndote directo a los ojos por unos cuantos minutos, al menos hasta que toda la situación pareció aburrirle, por lo que se dejó resbalar por la pared, terminando sentado en el piso, con las piernas extendidas. Cerró sus ojos con suavidad y luego, dijo:

—Ven aquí. 

— ¿Disculpa?

—Que vengas te digo. —Repitió, con tono un poco exasperado—. Todo esto es cansino y me da pereza, pero si no interactuamos de algún modo, nos harán entrar devuelta. Seguramente no quieres eso. ¿No es así?

Negaste con la cabeza aunque no pudiera verte y tomaste coraje para acercarte a él. Una vez a distancia considerable, extendió una de sus manos hasta ti, para que la tomaras. Con mucho cuidado y recelo la tomaste, únicamente para sentir lo tersa pero fría que era su piel. 

Dio un suave jalón a tu mano y te hizo perder el equilibrio, sentiste que ibas a caer de cabeza sobre él, pero te sostuvo a medio camino de la cintura, para ayudarte después a colocarte a horcajadas sobre su pelvis. Se enderezó un poco para quedar en una pose más erguida y abrió uno de sus ojos, para verte por unos segundos, luego, soltó una pequeña risita burlona; abrió el otro ojo y se desperezó.

—Te has puesto muy roja. —Dirigió sus manos a tus mejillas y las acarició con parsimonia—. Aquí y también... —Con delicadeza, fue hasta tus oídos y también los acarició—. Y aquí también. ¿Te da mucha pena estar así con un hombre?

Siete minutos en el paraíso.  → Diabolik Lovers ←Where stories live. Discover now