[II] → Ruki Mukami ←

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Sentada delante de la bolsa, no parecías estar muy segura de querer continuar con todo aquello del juego, pero todas aquellas personas todavía aguardaban a que sacaras el próximo objeto. Tougo Sakamaki continuaba pegado a ti, insistiéndote en silencio solo con sus ojos y aquella sonrisa que de repente ya no parecía amable, sino perversa y burlona.

Alguien te había alcanzado un vaso de jugo de arándanos y dijo que ibas a necesitarlo, pero ya no recordabas quién había sido. Antes de meter la mano dentro de la bolsa, diste un sorbo más a la bebida.

Como pensaste, el pincel ya no estaba. Eso indicaba que Karura y tú ya no volverían a encontrarse a solas en aquella especie de armario y te alegraba. A cambio, tu mano topó con algo duro y de forma rectangular que bajo tu tacto se sentía un poco áspero. Al tomarlo y sacarlo de la bolsa, te encontraste con un precioso libro antiguo que llamó mucho tu atención, aunque al intentar leer el título se te fue arrebatado.

Miraste a quien lo había hecho y descubriste a un chico de cabellos negros azulados y ojos azules que te observaba atentamente con una sonrisa puesta en su rostro.

—Me comenzaba a preguntar cuándo me había quitado el libro de las manos, señor. —Se volteó para ver al jefe de la familia en ese momento, quien solo sonrió y se encogió de hombros; entonces, volvió a verte a ti.
»De acuerdo, es mi turno. Soy Ruki, por favor, acompáñame.

Dudaste por una fracción de segundos, pero luego te colocaste de pie y te dispusiste a seguirlo. El señor Sakamaki también fue detrás de ustedes y esperó a que se adentraran al armario nuevamente. Te hizo una guiñada traviesa y luego cerró la puerta, trancándola como la vez anterior.

Ruki no actuó como Karura lo hizo, encendió la luz y dejó su libro sobre uno de los estantes con tranquilidad, luego; con mucha parsimonia, se apoyó en una de las paredes del armario y cruzó los brazos sobre su pecho. Se quedó solo así, viéndote directo a los ojos, como si estuviese esperando algo de ti.

— ¿Qué sucede? —Cuestionaste.

—No me gustan esta clase de juegos, son un poco sosos. No es la clase de cosas que alguien como yo haría. Sin embargo, me encuentro en una encrucijada: por un lado, el hecho de que detesto esta situación tanto o más como tú lo haces, pero por el otro... No me siento en la capacidad de llevar la contra a los deseos de ese hombre.

Su forma de hablar era muy particular y parecía que todo aquello realmente le causaba cierto grado de preocupación, porque su expresión se había ensombrecido.

Titubeante, te acercaste un poco a él:

—En realidad, no tienes que hacerlo. 

Quisiste ser amable y hacerle entender que tenía poder de decisión, pero las cosas salieron más bien al revés de lo que pensabas. Se apartó de ti con brusquedad y puso una mueca de desagrado. Confundida, quisiste entender qué sucedía, pero solo obtuviste un suspiro pesado.

—No te acerques a mí, por favor.

Y no lo hiciste. Te pegaste a la otra pared del armario y con algo de vergüenza por su reacción ante ti, bajaste los ojos al piso y comenzaste a juguetear con tus manos. Sentías tu orgullo retorciéndose dentro de ti. Aquel acto había sido muy insensible de su parte.

Otro suspiro se dejó escuchar en la habitación y luego un pequeño sonido de sus pasos acercándose a ti. Finalmente, su mano tomó tu mentón y lo levantó. Tus ojos se encontraron con los suyos: serios y con cierto brillo opaco y sentiste tu corazón apresurándose.

—Latió así por el Tsukinami anteriormente. ¿No es verdad?

— ¿Qué?

—Tu corazón. Puedo oírlo latir con fuerza.

Siete minutos en el paraíso.  → Diabolik Lovers ←Donde viven las historias. Descúbrelo ahora