- Prólogo -

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— ¿Amiga de Yui, dices?

Aquel muchacho rubio se había rascado la nuca ante mi presencia, además, también me estaba viendo a una distancia muy poco prudencial, sus ojos fijos en los míos, para luego recorrer atentamente mi rostro. Parecía enérgico, con cierto tono burlón en su voz. 

No veía problema a ser amiga de Yui, la había conocido años atrás y luego la perdí de vista. Dijeron que se había cambiado de instituto, me costó dar con ella de cualquier manera debido a que parecía no haber dejado rastro; hasta que escuché que el influyente político Tougo Sakamaki le había dado acogida en su casa.

—En efecto, he sido yo quien la ha invitado aquí. 

Mis ojos se dirigieron a toda prisa al dueño de la voz, el mismísimo Tougo Sakamaki se había levantado con cierta parsimonia de un gran sofá familiar. Se acercó a mí, apartando con delicadeza al rubio y se paró a mi lado.

—No tienes que sentirte nerviosa, quieres ver a Yui. ¿No es así? 

Asentí.

—Ella no se encuentra en casa en este momento, pero no hay problema si te quedas a esperar. ¿No es así?

Quise responder, pero alguien se me adelantó para manifestar su confusión.

De hecho, yo tampoco entendía nada. No tenía problemas en esperar a Yui en su casa hasta que ella llegara, pero había un dato en particular que me conseguía poner un poco nerviosa. Mejor dicho, toda una suma de datos.

Primero, aquella mansión donde el señor Sakamaki vivía, que era absolutamente majestuosa, pero con cierta aura muy intimidante. Segundo y probablemente lo más importante: aquella casa, en específico aquella sala de estar estaba repleta de hombres. Hombres realmente atractivos, pero extraños. Si yo no había contado mal, había encontrado a quince de ellos, todos con su propia forma particular de vestirse y actuar.

—Señor... ¿Quiere decirnos entonces para qué nos ha citado a todos nosotros también? —El muchacho, como dije; manifestaba su duda a la vez que se acomodaba el par de lentes rectangulares que llevaba puestos.

Ore-Sama ha tenido que posponer cosas muy importantes por toda esta cosa que ni siquiera sé qué diablos es. —Se quejó un pelirrojo de ojos color jade.

—No eres el único que no entiende nada, así que cállate y deja de ser tan molesto. —Espetó con mal tono un muchacho de cabellos blanquecinos, que se mantenía pegado a una pared, con los brazos cruzados sobre su pecho.

— ¿No es obvio? Quiere experimentar.

Un muchacho de cabellos con una particular tonalidad negro azulada se puso de pie, en lo que se acomodaba las mangas de su chaqueta. Traía consigo un libro encuadernado en cuero que cerró ni bien se dio cuenta que la atención general estaba puesta en él.

—Se aburre, es todo. —Negó el otro hombre que aparte del señor Sakamaki parecía ser de los más adultos, su cabello era muy largo y de color verde.

—Si incluso le ha invitado a usted, es obvio. 

Burlón, un chico de cabellos negros y ojos rojos, con porte elegante y aura egocéntrica se quedó viendo al mayor de cabello verde como retándole a que dijese algo al respecto. Parecía salido de otra época realmente, su ropa eran similares a las de un noble de alta sociedad.

—Querrás decir que si incluso ha traído a un ilegítimo como tú es porque está aburrido.

Quien había acabado de hablar, era un muchacho con el cabello color salmón, que usaba gafas y un parche en uno de sus ojos. Sus actitudes eran igual de pedantes como el chico de cabello negro.

Siete minutos en el paraíso.  → Diabolik Lovers ←Where stories live. Discover now