24. Los Desertores (4)

135 9 4
                                    

—Elige con cuidado a qué clanes envías a las esclavas jóvenes, no quiero nuevos problemas derivados de este incidente. Recuerda que el Culto ha solicitado que se le envíe a uno de los niños pequeños. Confío en tu criterio, mi leal primo. También me ayudarás a organizar a los embajadores que partirán al Esseth y al Westh: tú liderarás el grupo del Esseth y elegirás a tus acompañantes. En el grupo que irá a encontrarse con Ulav no cabalgarán menos de treinta guerreros encabezados por Kormák y Sigurd, pues necesitaremos el tacto del primero y el puño de hierro del segundo para negociar con Ulav. Infórmales de que cenarán conmigo para discutir el asunto y de que esta noche se alojarán en la Torre de los Huéspedes.

—Por supuesto, mi Jarlsungr —respondió el Holdungr Jarrardsoh—. No tiene de qué preocuparse.

Baldred ocultó una sonrisa; a pesar de ser de la misma sangre, Jarrardsoh siempre se dirigía a él por el título oficial, incluso en privado. Con una amistosa palmada se despidieron. Jarrardsoh abandonó la Casa Comunal para cumplir con su cometido. Baldred llamó entonces a los criados y ordenó que le sirvieran un refrigerio. Después se encaminó hacia la salita adyacente, donde Birgitta aguardaba su llegada con paciencia.

—¿Comerás en mi mesa? He mandado a los sirvientes a por bayas, requesón y panecillos.

—No, gracias, padre. No tengo apetito en estos momentos, esperaré al atardecer.

—¿Ni siquiera te apetece algo de beber?

—No, gracias, ya he tomado suero mientras esperaba. Además, quiero descansar un rato antes de ir a mis clases.

Baldred asintió. Aunque siempre había procurado que la joven tuviera una educación completa que incluyera cierto entrenamiento físico y conocimientos más allá de los esperados en una dama, su nueva posición obligaba a un estudio en profundidad de áreas como ley, geografía, cálculo o táctica militar: la educación reservada para un heredero varón.

«Pero ya no hay varón de mi simiente y la responsabilidad ha caído sobre los delicados hombros de mi hija».

El pensamiento atrajo una ráfaga de dolor, que rechazó con rapidez para no abrir las heridas. Se concentró, por el contrario, en Birgitta y la observó con orgullo; la joven se había adaptado a la inesperada situación con gran entereza. Durante el último año y medio había leído tratados y trazado mapas, había dedicado largas horas al estudio y se había entrenado con armas. Jamás llegaría al nivel de un guerrero, pero podía defender su vida con la espada si era necesario y cabalgaba con la misma destreza que cualquier hombre.

—Como prefieras. Ve a descansar un rato. Lo has hecho muy bien hoy, hija mía. Te has comportado con la dignidad esperada de un Sjuld —dijo el Gran Jefe mientras tomaba con cariño las manos de la joven.

—Gracias, padre. Nos vemos al atardecer —dijo Birgitta, y retuvo las manos del Jarlsungr unos momentos antes de partir con una leve sonrisa.

Baldred sintió calidez en su interior y se llevó las manos al pecho, atesorando el pequeño gesto de afecto que no había sido rechazado. Sorprendentemente, los últimos golpes a la familia habían derribado una parte del muro de frialdad y odio latente que su hija había levantado entre los dos desde la muerte de Danhila.

—Deberías casarla con un noble leal cuanto antes. Cualquier hombre en Fjalley mataría por desposarla —proclamó de súbito una voz serena.

—Jamás pensé que ese consejo vendría de ti, hermano —respondió Baldred—. Llegará el día de buscar un esposo digno de ella, pero no por el momento. Aún es joven.

—No pensabas así cuando la comprometiste a los trece veranos con el heredero de Ulav.

—Eran aquellos tiempos distintos, bien lo sabes, e inútil sacarlos a colación, porque ese chico está por desgracia tan muerto como mi propio primogénito —La garganta se le secó un instante.

El Tiempo de la Luna (Borrador. Fragmento)Nơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ