22. Los Desertores (2)

207 9 8
                                    

—Alzaos ahora. Notables, miembros del Culto, enviados del Jarlsungr Ulav, bienvenidos a la asamblea. Como todos sabéis, se ha convocado esta reunión extraordinaria para juzgar a unos hermanos de las Tribus Unidas que han traicionado nuestras leyes y han intentado desertar. Que se adelanten los guardianes del puerto, para que podamos escuchar su testimonio.

Hubo un movimiento entre los hombres cercanos a la puerta y unos soldados caminaron hasta llegar a los pies de la peana, ante la que hicieron una reverencia de respeto.

—Hablad, mis valientes. Narrad lo sucedido.

—Mis señores, mi señora —Comenzó el capitán, que tomó el habla de los soldados—. Catorce noches atrás, estando en nuestros puestos de vigía en el puerto del Süddwesth, observamos a un grupo de gente embozada intentando embarcar en un navío mercante. Puesto que no se nos había comunicado una travesía permitida, seguimos las normas y los interceptamos para interrogarlos. Al acercarnos, algunos de ellos nos atacaron y tuvimos que usar la fuerza para reducirlos. Varios de los atacantes murieron; por gracia de los dioses, ninguno de mis hombres perdió la vida, aunque dos de ellos resultaron heridos de gravedad.

»Tras el ataque, procedimos a detener al resto. Fue entonces cuando nos percatamos de que la mayoría de ellos eran mujeres y jóvenes imberbes; incluso había niños y ancianos. Ninguno tenía permisos para abandonar la isla. También detuvimos al dueño del navío, un comerciante al que habían sobornado para que los ayudara en su delito.

—¿Estaban marcados con los sellos a fuego de la deshonra?

—Mis señores, mi señora, todos aquellos a los que tuvimos que matar para defendernos tenían marcas en su brazo izquierdo, aunque ninguno por delito de sangre. De entre los otros, hay algunos limpios; otros están marcados como esclavos; otros, como deportados y unos pocos como nativos de Fjalley. Todos los niños están limpios. Además, el que parecía ser su líder tenía la cicatriz de expulsión del Culto. El dueño del navío no presentaba marcas, pero hemos comprobado que no tenía licencia de comercio marítimo.

—¿Se les preguntó por su procedencia?

—Sí, mis señores, mi señora. Se les preguntó y todos contestaron que provenían de distintas aldeas diseminadas por la Encrucijada del Middwesth, en territorio del Gran Jefe Ulav. Todos excepto el mercader, que es oriundo del Süddwesth.

—¿Argumentaron razones para su proceder?

El capitán hizo una mueca.

—Hablaban de cosas sin sentido, mis señores, mi señora. Decían que huían de un monstruo.

Murmullos de sorpresa se escucharon en la sala.

—Gracias por vuestro testimonio. Podéis retiraros.

El capitán hizo una reverencia y deshizo el camino, seguido de sus soldados, para regresar a su lugar entre la multitud. Los notables comentaban en voz baja lo escuchado, con recelo. Aquel episodio era extraño; los criminales debían saber que sus esfuerzos estaban condenados al fracaso desde el principio e inventaban un cuento para su atrevimiento. Con las medidas de protección en los puertos, abandonar la isla era casi tan imposible como desembarcar en ella sin permiso. Nadie ignoraba, además, que el Konungr Roderick había derramado su sangre en sacrificio para asegurar para la isla la protección del Dios Tormenta y la Diosa Mar. Las costas de Fjalley reaccionaban ante aquellos que no querían el bien para las tierras que guardaban, incluso ahora, después de tantos años del deceso del Único Rey.

El Jarlsungr llamó con voz autoritaria a otro hombre y los notables callaron.

—Iggud del clan Jaer, Carcelero Jefe, ¿ratificaron los presos los datos que nos ha proporcionado el capitán al ser interrogados por los hombres a tu cargo?

El Tiempo de la Luna (Borrador. Fragmento)Where stories live. Discover now