10. La Diosa y la Sacerdotisa (3)

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Birgitta miró con orgullo el bordado que acababa de terminar. Había usado hilo de oro, lujo que únicamente podían permitirse los nobles y los ricos comerciantes, para efectuar la delicada filigrana que decoraba las cintas para el pelo. “Así Grynn podrá llevar algo elegante en la próxima festividad”, pensó. Le dolía recordar las burlas que habían dedicado a su amiga en la fiesta del solsticio de verano, dos meses atrás.

Debido a la situación bélica en la que se encontraban y por respeto a la ausencia del Jarlsungr y del Sumo Sacerdote, el alcalde de la Borgtöunn, el Holdungr Jarrardsoh Sjuld, primo de Baldred y Eskolaff, había organizado un festejo sobrio. A pesar de esto, los ciudadanos vistieron sus mejores ropas y mostraron las alhajas que poseían, como era la costumbre; todos menos los miembros de las familias pobres, que acudieron limpios pero ataviados con sus bastos tejidos de lino y sin más joyas que los anillos de esponsales. Grynn apareció con un viejo vestido de corte recto y un feo cordón de lana para sujetar sus rizos. Cuando Birgitta escuchó a sus primas y a sus damas de compañía murmurar que hasta el hijo del herrero era más refinado que aquella desarrapada, se apartó de ellas enfurecida y pasó el resto de la celebración junto a Grynn y los padres de esta, que las observaban con inquietud; a ellas y a los conspicuos escudos que vigilaban a la hija del Gran Jefe. 

Birgitta recordaba esa noche no solo por la fiesta o por su indignación o porque su madre no había sido encontrado fuerzas para abandonar el castillo; la recordaba sobre todo por la misteriosa frase que Grynn había pronunciado cuando le confío su pena por  el empeoramiento de la salud de Danhila. «No debes confundirte. Dijiste que tu madre era el sol y la luna y en parte tenías razón. La Luna es tu verdadera madre y tú iluminarás esta tierra algún día», le susurró. Pero cuando quiso saber más sobre el significado de aquella críptica sentencia, la joven Maere guardó un terco silencio.

Silencio que se mantuvo durante varias semanas, impermeable a la insistencia de  Birgitta, hasta que esta se enfadó y amenazó con no volver a quedar con ella. 

—Es una historia que debe permanecer en secreto, Birgitta. Mis mayores nos escucharon y me castigaron. Ellos tampoco quieren que nos encontremos. Tienen miedo de la reacción del respetado Jarlsungr.

—¡Mi padre no hará nada que me haga daño, a mí o a los que quiero! ¡Cuéntamelo o seré yo la que no vuelva a hablarte!

Iban paseando con sus cestos de mimbre por un florido prado cercano al río. Grynn fingió agacharse y señaló con disimulo al joven custodio, que permanecía a una distancia prudencial. 

—Está bien. Pero sin oídos curiosos.

Birgitta sofocó una risita. Con los cestos rebosantes de flores tardías y con estudiada ingenuidad, se dirigieron hacia el lugar donde se encontraba el guardián. 

—¿No son lindas? ¿No tienen un perfume delicioso? Huélelas, no habrá otro sol que las haga tan magníficas.

La niña acercó las flores a la cara del pobre custodio y este mantuvo el tipo. Enseguida las apartó y siguieron con su quehacer, mirándolo de reojo, hasta que el hombre empezó a cerrar  los ojos y a frotárselos, a bostezar y a cabecear. 

—¿Por qué nunca se duermen?

—Para eso deberían ingerirlas, olerlas solo los adormece. Son varones y fuertes, no como tu pobre aya. Pero abotarga sus sentidos y lo hará no estar atento. Ya lo has visto otras veces y siempre me preguntas lo mismo.

La hermosa Sjuld volvió a reír. 

—Me gusta preguntarte porque tienes respuesta para todo. Y ahora, ¡habla! ¡Cuéntame esa historia, ya no te permitiré excusas!

—Esta no es solo una historia, es tu historia. La de la Diosa de la Luna.

—¡Si te oyeran los sacerdotes! Höreth es el dios de los cielos y de todo lo que existe en ellos: estrellas, luna y sol, día y noche.

—Sí, sí, pero yo hablo de una diosa más antigua, la Primera entre los Aelenir, a la que las otras deidades, por envidia, obligaron a exiliarse y los mortales no la recuerdan. Pero la diosa ha decidido recuperar su lugar divino y  reconducir a los humanos.

—¿Y es bella? ¿Es poderosa?

—Más bella que la Gentil Yarill y más poderosa que el Rey Guerrero, soberano de los Aelenir.

—¿Y cuál es su nombre? ¿Cuándo regresará?

—Ya lo ha hecho. Se llama Birgitta.

La beldad rubia se ruborizó de placer, encantada con la fantasía que Grynn estaba tejiendo para ella. 

—De orígenes divinos. ¡Lo sabía! ¡Por eso los dioses le niegan a mi madre más descendencia, porque su destino era ayudarme a volver!

—Exacto.

—Mientras permanezca entre los mortales lograré que me recuerden. Volveré a ser la primera entre las deidades.

—Como siempre fue y siempre habrá de ser.

—Habrá un nuevo Konungr que gobernará sobre todos, por fin, un Sjuld. ¡Pero no será un rey, será una reina!

—Hubo un único Rey, ahora una única Reina.

—Me adorarán y me amarán. Traeré la prosperidad eterna a esta isla. Romperé la maldición del castillo del Konungr Roderick.

—Y te desposarás con el noble más valiente y fuerte de todo el reino.

—¡No! ¡Yo he nacido diosa y no permitiré que ningún mortal me mancille! Permaneceré doncella durante el resto de mis días. ¡Ningún mortal me mancillará! Las tribus serán mis hijas, los clanes serán mis hijos. ¿Y tú? ¿Tú quién serás?

—Te protegeré y obligaré a todos a que te rindan culto. No dejaré que te ensucien.

—¡Serás mi Suma Sacerdotisa! ¡Serás la cabeza del Culto y mi consejera!

—Seré tu Suma Sacerdotisa y tu protectora.

—¡Júramelo, Grynn! —dijo Birgitta de repente, con arrebato y emoción— ¡Júrame que sucederá así y te llevaré a la Morada de los Dioses cuando vuelva a ella tras mi paso terrenal!¡Júrame que serás mi sacerdotisa, mi protectora, mi hermana!

—Lo juro, pero no lo haré hoy. En la próxima luna llena.

El Tiempo de la Luna (Borrador. Fragmento)Where stories live. Discover now